Capítulo 1: Nuevos aires. (2/2)

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Entré a la habitación y noté que mi maleta roja ya estaba allí, al igual que el resto de mis cosas, todas amontonadas a un lado de la entrada, en el suelo. Las tomé y las puse sobre la estrecha cama de la izquierda, e ignoré la otra, que estaba aún vacía. La habitación era bastante simple, pequeña, blanca, con una cama en cada extremo, y una ventana enfrente, entre las dos camas, con cortinas azules cubriéndola, había en cada lado en la pared puertas corredizas de color verde claro, que distinguí como armario. Había también un pequeño buro para cada cama, y dos escritorios sencillos en el otro extremo de la habitación, cerca de la puerta de entrada. En el centro de la habitación se encontraba una alfombra grande y redonda que cubría gran parte del suelo.

Me fui a sentar en el borde de la cama que había elegido, y contemplé todo aquello que era simple, pero bonito. Suspiré. Lo había logrado.

Estaba en medio de ese letargo, cuando de pronto la puerta se abrió de un golpe, y por ella entró una muchacha cargando ella sola un gran maleta en cada hombro. Las dejó caer dentro de la habitación y luego me miró. Era de baja estatura, complexión pequeña, delgada, de cabello negro, y piel morena. Era un pequeño duende, con su cabello atado en una alta coleta. Vestía pantalones de mezclilla, botines de excursión, y una gran camisa de franela sobre una blusa blanca de tirantes.

Me miró.

—Esa es mi cama —dijo, señalando en mi dirección.

—¿Cómo? —dije, sorprendida. Esperaba un cordial Hola.

—Sí —asintió— Esa es mi cama.

—No—dije, mirando la cama un segundo, como para asegurarme que seguía allí — Es mía, la acabo de elegir.

—Ya lo vi—comentó—, pero es la que tuve el semestre pasado.

—Pues que pena—dije, acomodándome aún más sobre la cama—Este semestre será mía.

Aquello lo dije sólo para dejar bien claro que no me intimidaría nadie, pues aunque nunca fui objeto de burla de mis compañeros en mis años escolares, yo era débil, y las personas detectaban eso y lo usaban a su favor. Y tampoco era una buscapleitos, pero no dejaría que me quitaran una cama que había ganado por llegar primero.

—Mira—dijo, con la mano en la cadera, aún allí en la puerta—te juro que no es por hacerte enojar. No soy mala persona, pero necesito esa cama.

—¿Por qué? —dije, ahora intrigada, pero sin ponerme de pie. No cedería sin una buena razón.

—Porque a las cinco de la tarde el sol golpea la pared del lado derecho, —señaló la pared—que es en donde tendría que poner mis fotografías si no me cedes la cama izquierda.

Sonreí.

—Entonces no te la daré.

—El sol las dañará—continuó como si no me hubiese oído. —Y no quiero.

—Si son tan importantes entonces ponlas en un álbum como las personas normales— comenté.

—¿Qué clase de estudiante de fotografía sería yo si no quisiera mostrar mis fotos? —Preguntó, indignada. —Debes comprenderlo tan bien como yo.

Fruncí el ceño.

—No estudio fotografía —dije. —ni siquiera sabía que estaba entre las carreras de la escuela.

Su rostro denotó sorpresa y segundos después corrió hacia a mí, y se sentó a mi lado.

—¡Ay, qué bueno! —Exclamó, feliz —Entonces empecemos de nuevo.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now