Capítulo 18: Grandes evidencias (1/2)

232 48 17
                                    

Faltaba menos de una semana para las vacaciones de navidad, los exámenes ya casi habían terminado. Sólo faltaban algunos unos trabajos por entregar, y luego seríamos libres para volver con nuestras familias, o por lo menos lo serían los que tenían una casa a donde llegar. Estaba segura de que si iba a casa, jamás volvería a salir de ahí. Papá no me ayudaría a volver, él era como una entidad oscura que todo lo absorbía, y poco a poco nada existía sino él.

Estaba pensando en eso, y en lo mucho que había perdido al perder a Diego. No tendría que volver a casa en las vacaciones si él siguiera siendo mi novio, pues se aseguraría llevarme con él a donde sea que pasara la navidad, porque él tampoco volvería a su casa, eso lo sabía. Era egoísta pensar en eso, pero no podía evitarlo. Las posibilidades eran deliciosas y embriagantes.

Mientras caminaba en los pasillos, no dejaba de pensar en él. Ya no lloraba, ahora sólo reinaba en mí un sentimiento de furia, pues era mi culpa, de nadie más y si alguien debía pagar, era yo. Así que cada vez que quería llorar me lo recordaba.

—¡Ingrid! —escuché de pronto, era la voz de Alejandro. No habíamos cruzado una sola palabra desde hacía días, desde que me detuve en mitad del campus, sólo para irlo insultarme.

No tenía idea de porque me llamaba dando gritos, pero de cualquier forma sabía que nada bueno podría salir de conversar con él, mucho menos ahora, por lo que me eché a correr.

—¡Ingrid! —volvió a exclamar, sin importarle que todos los alumnos que transitaban el pasillo nos miraran divertidos. Para ese punto, todos en la escuela ya sabían lo que había hecho, sabían que había engañado a Diego con su propio hermano.

El corazón me latía a prisa, lo sentía casi en la garganta cuando me volví a verlo.

—¿Qué quieres? —grité, sacudiéndome la mano que me había puesto en el hombro cuando por fin pudo detenerme. —No tenemos nada de qué hablar.

—Sí tenemos—exclamó y me llevó casi a la fuerza por el pasillo hasta una de las salas de música vacía, me hizo entrar y ahí se quedó callado, sólo mirándome con esos ojos verdes que antes creía hermosos, y luego me causaron asco. Y mirándolos, supe porque quería hablar conmigo, a pesar de que no me había buscado en todo ese tiempo. Era por algo sobre lo que Lorena ya me había preguntado.

Quería saber si estaba embarazada. Lorena me había preguntado tan sólo unos días antes lo mismo, pero yo la fulminé con la mirada y no le contesté, porque ahí estaba Walter, que aunque era mi amigo, también lo era de él, y así como me mantenía informada sobre lo que ellos hacían, era probable que funcionara en ambas direcciones. Más tarde, cuando sólo nos quedamos ella y yo, le había dicho que no, que no era tan estúpida para quedar embarazada. Cuando salí de casa, una compañera de la escuela me había dicho que era muy idiota si creía que podía mantenerme virgen, santa y pura viviendo sola, y más aún sin quedar embarazada. Por eso había tomado precauciones, incluso cuando las creía innecesarias.

—¿Qué? —dije, porque él sólo estaba ahí, estático, recargado en la puerta —¿Por fin tuviste los huevos para venir a hablar conmigo y dejar de mandar a Lorena?

Estaba muy enojada, furiosa, y no sólo con él, sino conmigo por haber hecho algo tan estúpido como eso. ¡La estupidez se me daba muy bien, pero aquello era superar límites!

—Yo no mandé a Lorena —Contestó en voz baja, como si la vergüenza no le dejara hablar más fuerte— mandé a Walter.

—Que descarado—dije, sintiendo que quería llorar, ahora el simple hecho de saber de su existencia me hacía sentir sucia y ruin.

Él sólo me miraba, estático, asustado.

—Déjame salir—dije, cuando él no agregó nada más, e intenté apartarlo de la puerta, pero no se movió ni un centímetro.

Sueños de tinta y papelΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα