Capítulo 28: A Dios (1/2)

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—Ingrid y yo nos vamos a ir—comentó Diego, que se mantenía recargado en una de las bases de las camas, y yo, que estaba a su lado, me volví y lo miré con alarma. Todos los demás hicieron lo mismo, las miradas de los cinco se centraron en él, y ninguna carecía de interés en absoluto.

—¿Cómo? —pregunté, y me aparté para mirarlo con detenimiento. Él podría estar borracho, acabábamos de salir de la fiesta de despedida de la escuela, me imaginaba que era eso.

Diego bajó la mirada, la llevó a sus manos de dedos largos y delgados que mantenía entrelazados, y que retorcía con insistencia.

—¿Y a dónde? —preguntó Lorena, con una pizca de alegría, sus ojitos brillaban de curiosidad. Ella, al igual que Ángela y Walt permanecerían en el Salazar con nosotros.

—No te vas a ir a la casa con papá ¿o sí? —preguntó Alejandro de inmediato, con la voz un poco más aguda de lo normal.

Diego sonrió y agitó la cabeza.

—Aunque no lo creas no quiero eso. —comentó.

—¿Entonces? —me atreví a preguntar.

—Es solo una idea—se apresuró a contestar Diego, cuando vio la reprimenda en mis ojos. Yo no sabía nada de aquello, no sabía de qué hablaba.

Todos nos quedamos callados, mis amigos y yo con la mirada clavada en Diego, y antes de que él hablara fue Walter quien comenzó por darme la pista.

—¿Es por lo de las solicitudes? —inquirió él, Walt estaba delante de mí, a lado de mi amiga Lorena

—¿Solicitudes de qué? —exclamó Ángela, que estaba recargada en el hombro de Alex, con semblante de quien necesita un sueño reparador. No había estado bien las últimas semanas, el estrés la hacía dormir menos y aquello repercutía en su salud. Pero se levantó como una liebre para decir aquello.

—Bueno...—comenzó Diego—sí, nos aceptaron en dos buenas escuelas—y eso último fue ya sin asomo de titubeo, con una sonrisa de suficiencia. —a Ingrid y a mí nos aceptaron en dos de los lugares a donde envié solicitudes.

—¿Pero cómo? ¿De qué? —pregunté, ahora más sorprendida que nunca.

—De universidades, Ingrid—me aclaró él.

—¿Pero por qué iríamos?—inquirí, ahora alarmada, no entendía a qué punto quería llegar— tenemos al Salazar, ya estamos acá.

—¿Qué universidades son? —exclamó Ángela antes de que Diego pudiera contestar mi pregunta, y todos le lanzaron someras preguntas al respecto, cada uno más emocionado que el otro. De las preguntas y respuestas sólo entendí que habíamos tenido muy buena suerte y que a pesar del pesimismo de Diego, había hecho algo muy inteligente al asegurarse de un plan B. Los únicos que permanecimos en silencio fuimos Alejandro y yo, pero por razones distintas. Yo tenía miedo, y los ojos de Alejandro albergaban fuego.

—¿Y no enviaste solicitudes para mí? —inquirió él.

El silencio inundó el cuarto entonces.

Diego bajó la mirada, y tardó varios minutos en contestar.

—Tú sabes por qué —contestó mi novio, que se puso de pie y se acercó a la puerta.

—No, Diego, no sé por qué—replicó Alex, con aquella voz mesurada que tanto le molestaba a su hermano.

—Porque no quería que vinieras con nosotros —contestó Diego, con un tono que le sonaba más a su lado Riverita, aquel pequeño alter ego que con los meses me di cuenta que poseía. Riverita tenía filo en la voz, era punzante y doloroso, y se podía enfrentar a su hermano.

—¡Tenemos que celebrar! —intervino Walt, cuya alma gentil no le permitía ver un encuentro a punto de convertirse en disputa sin querer disolverlo. Pero no le prestaron atención.

Alejandro permaneció en silencio.

—Estaba emputado contigo—continuó Riverita—y no te quería cerca de mí o de Ingrid.

—¿Fue eso—preguntó Alex—o no me aceptaron en ninguna escuela?

Y esa pregunta nos sorprendió a todos, pues a pesar de que esperábamos una escena como las que solo Alex sabía armar, no era de ese tipo. Diego parpadeó, confundido.

—No, Alex—contestó ahora con tono condescendiente, y dio un paso hacia él—no envié tus documentos a ninguna escuela.

—Sólo dímelo—comentó él. Me imaginaba cuán difícil resultaba para Alex enterarse de que nadie más que él había sido rechazado de la universidad. Incluso Ángela había conservado su beca. —No voy a hacer un drama.

—No, Alejandro—contestó Diego—no...

—¡Puta madre, güey, solo quiero saber! —Lo interrumpió Alex—¡No me trates como un pendejo, ya sé que ninguna buena escuela me aceptaría!

—¡Que no! —Gritó su hermano y se acercó más a él, hasta ponerle la mano sobre el hombro—No envié tus putos papeles a las universidades a las que Ingrid y yo solicitamos porque no te quería cerca de nosotros. ¡Porque ya me cansé de esta madre! ¡Por qué ya no quiero seguir jugando a los siameses! ¡Porque...—y se interrumpió, como si se ahogará —porque no mames, güey, sabes que no es normal! ¡Lo que hiciste no es normal!

Alejandro se apartó de su hermano.

—¿Y según tú qué fue lo que hice que no es normal? —inquirió Alex, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.

—No mames...—resopló Diego, al tiempo que se pasaba las manos entre el cabello, en gesto cansino—¿Por qué siquiera lo preguntas?

—Si todavía crees que lo hice a propósito...

—¡No me importa!—explotó Diego —¡Ya no me importa cómo fue, ni si fue por chingar o no, no me importa Alejandro!

Y los gritos quedaron un segundo suspendidos en el ambiente.

—Diego...—insistió Alex, desde el fondo de la garganta, su voz ya estaba agudizada.

—¡Por una vez quería hacer las cosas sin ti!—siguió Diego, con evidente reproche en la mirada.

—Ey...—lo calmó Ángela, que se acercó a él pero éste la miró y con un suspiro retrocedió.

—Y ahora me siento como una mierda—continuó Diego, en voz más baja y se cubrió la cara, avergonzado—porque debí hacerte el favor, debí pensar en ti, alguna universidad te habría aceptado, pero estaba tan enojado que no quería hacerlo.

Todos guardamos silencio, y nos quedamos de pie. Éramos seis pilares en silencio.

—No pasa nada—contestó Alex, con la tristeza palpable en su voz—iba a resultar igual. Ni siquiera sé a dónde quiero ir.

—Claro que no—se acercó Lorena, le pasó las manos por la espada, lo hizo de una manera en que él comenzó a bajar los hombros, comenzó a relajarse. Ese tipo de cosas que solo funcionaba si lo hacia ella. —En algún lugar habrías recibido una carta de aceptación.

Alejandro sonrió muy a su pesar. 

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