Capítulo 3: Amigos. (1/2)

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Esa mañana mientras nos alistábamos para las clases le conté a Lorena mi plan de ir al centro a solucionar mi problema con la tarjeta, y ella de inmediato se apuntó para ir, lo que rechacé al instante, no le haría perderse la hora de la comida por mi culpa, pero luego de discutirlo un momento, me di cuenta de que en realidad no tenía sentido, ella ya lo había resuelto, me acompañaría.

—Puedes perderte, —dijo sin mirarme. Estaba de espaldas a mí, frente al espejo mientras cepillaba su cabello negro—no conoces la ciudad.

—Tomaré un taxi, —dije de inmediato, en un intento por convencerla.

—Ah, no—continuó ella, dándose la vuelta—iremos contigo.

—¿Iremos? —inquirí, levanté la mirada que tenía clavada en el interior de mi mochila en donde verificaba que todo estuviera en orden para las clases y la miré.

—Sí, —asintió ella, al tiempo que desenchufaba el cargador de su cámara fotográfica de la corriente—Ángela y yo.

Y eso había sido todo, no pude dar argumentos que valieran para persuadirlas de saltarse la hora de la comida para acompañarme en algo tan aburrido y tonto como aquello, y entre más trataba de convencerlas, de que se quedaran, más se empeñaban en ir y más crecía mi cariño y gratitud hacia ellas.

Poco antes de la comida nos fuimos juntas, salimos del campus y tomamos un autobús destartalado y viejo hacia el centro de la ciudad, en donde luego de un rato visualizamos el banco, y ahí permanecí explicándole mi situación a través de una ventanilla a una mujer a la que parecía importarle un cacahuate lo que le hubiese pasado a mi tarjeta.

—Necesito copias de todo esto—fue la única respuesta que conseguí de la mujer tras la ventanilla, y mis documentos de vuelta, después de varios agonizantes minutos.

Refunfuñando me fui de ahí, volví veinte minutos más tarde con mis documentos fotocopiados, y después de que me enviaran con otro empleado por fin conseguí que me ayudaran. Me enviarían la tarjeta a la escuela en tres días más, que era una eternidad para una estudiante sin dinero como yo, pero al menos ya era algo. Esperaba no morir de inanición durante esos tres días.

Desganada fui al encuentro de mis amigas, las había dejado en una esquina del banco en donde se encontraban unos mullidos sofás, de aquellos de los que siempre era difícil levantarse.

—Todo listo, —dije, con una sonrisa en mi rostro, verlas me regresaba el ánimo.

Se pusieron de pie lo más rápido que lograron y cada una me tomó de un brazo. Juntas nos dirigimos al exterior, en donde el calor sofocante nos atacó con rayos dorados y nuevos. Caminamos por la banqueta, que estaba atiborrada de gente que siempre parecía estar muy ocupada como para pedir disculpas por chocar con alguien, o como para darse cuenta de que había un día maravilloso frente a sus narices. Lo lamenté por ellos, porque, aunque el día no había comenzado muy bien para mí ya había cambiado de rumbo e iba poniéndose mejor.

—¿Saben qué? —comentó Lorena luego de un rato. Ese día vestía una camiseta a cuadros de colores que había tenido que quitarse y atado a su cadera por el calor que hacía, tenía además esos botines vaqueros, con pantalones cortos, pero no demasiado, con una mochila de muchos colores colgando a la espalda y todo su cabello en una alta coleta, que me recordaba a un penacho. —Tengo hambre.

—Ah, yo también, —se quejó Ángela —ya sabes que debo comer antes de...

—¿Y si comemos por aquí? —pregunté, demasiado rápido como para poder alcanzar a escuchar algo sobre porqué de Ángela debía comer todos los días a la misma hora. Quizá era algo para bajar de peso.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now