Capítulo 20: Con olor a hierba. (1/2)

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Alejandro no se fracturó los dedos, tenía una fisura en el dedo medio de la mano izquierda, y varios cortes profundos que necesitaron puntos de sutura, pero su mano sanaría y funcionaria igual que antes, no necesitaría rehabilitación, sólo descanso. Todo estaría bien. Eso me había dicho Lorena, que a su vez se lo había dicho Walter.

Y había otra cosa que también sanaría, que incluso ya estaba sanando, y era la relación que había entre ellos. Después del incidente con la puerta, volvieron a hablarse, a actuar como si nada hubiese pasado. Alex no lo había traicionado, Diego no le había lastimado los dedos, nada de eso había ocurrido jamás.

Los había visto juntos otra vez por los pasillos, y aunque los miraba de lejos, me ignoraban, yo era invisible a sus ojos.

Esa mañana Alex sujetaba la bandeja de comida sólo con su mano derecha, mientras que la izquierda seguía vendada, sujeta a un pequeño soporte que le impedía mover el dedo más herido. Diego venía detrás de él, ambos desayunarían juntos, como hacían desde ese día.

No me acerqué a ellos, porque sabía que de nada serviría, no podían ser hermanos otra vez si yo seguía queriéndolos. Así que sólo los miré de lejos, como había hecho el primer día.

Me parecía que sería la última vez que los vería, pues las vacaciones comenzaban a las seis de la tarde de ese día, y estaba segura de que se irían y ya no los volvería a ver. Sin las becas, era muy probable que yo también me fuera, estaba destinada a regresar a casa a vivir la vida ordinaria y aburrida que debió ser mía desde el principio.

Sin embargo, a pesar de todo lo malo, ocurrió algo bueno. Pineda me llamó al final de la clase. Y como siempre, esperé a que todos hubiesen salido del salón para acercarme a él.

—¿Cómo estás? —preguntó, sonriente. Si había alguien que me conocía bien, aparte de mis amigos, era él, así que sonreí muy a mi pesar.

—Bien—comenté, con media sonrisa que era todo lo que le podía dar.

—Te lo diré rápido—me dijo. —Mañana temprano ve al cajero a revisar tu cuanta, parece que les depositarán como regalo de navidad los dos meses que les deben.

Un sonrisa autentica se manifestó en la comisura de mis labios.

—Eso es bueno—dije, porque no tenía dinero ni para regresar a casa.

Pineda notó mi alegría.

—Y no es todo, —continuó, ahí recargado y despreocupado como estaba. Algún día deseaba ser como Pineda, alegre, centrado, amante de su trabajo. —Esto es algo que tus compañeros ya saben, se los dije el día en que no pudiste llegar a clases.

Asentí, ese había sido un día después del accidente de Alejandro, me ausenté a la última clase, pues ya no tenía exámenes y estaba agotada.

—Puedes irte tranquila a tus vacaciones, —continuó—cuando vuelvan, les harán un par de exámenes, y así se elegirán a los chicos que conservaran sus becas, pero no tienes de que preocuparte, tienes a muchos maestros de tu lado. Incluido yo —y me guiñó un ojo.

Sabía que no había segundas intenciones en ese acto, él era un hombre excelente, casado, con hijos, y que había mostrado gran respeto por todas sus alumnas. En verdad le tenía aprecio. Cualquier niña estaría agradecida de tenerlo como padre.

—Gracias—dije, con una sonrisa que por más que trataba de ocultar no podía—Muchas gracias.

Y salí de ahí, con ganas de llorar, pero por una vez en varias semanas, no era por tristeza.

Al llegar a mi habitación, encontré a Lorena empacando sus cosas, me quedé en el marco y solté un suspiro. Ella se iría a casa ese mismo día, ya me lo había dicho, pero no lo recordaba.

Sueños de tinta y papelWo Geschichten leben. Entdecke jetzt