Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (1/2)

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—¡Tienes que ir, Ingrid, algún día tienes que ir! —insistía Lorena esa mañana en la cafetería. Aunque ya había pasado casi una semana desde el día del paseo ella seguía embelesada con él. Había visitado Chiapas y visto casi todos los sitios arqueológicos que el Estado tenía para ver, además de los increíbles paisajes naturales. —El palenque ¹   es tan increíble y la selva tan misteriosa. Tomé casi quinientas fotos.

—Lo haré —le dije, con una sonrisa. No podía creer que alguien se emocionara más con el paseo que yo. Durante casi toda la semana la habíamos pasado contando sobre los respectivos lugares que visitamos. Yo le conté sobre la casa azul y mi deseo de que ella también la conociera, además le había platicado con lujo de detalle el momento en que Diego había dicho lo que dijo, era infantil, sí, pero no pude evitarlo. Eran cosas nuevas para mí.

—¿Algún día vas a superarlo? —comentó Alejandro, que llegó justo en ese momento, y le agitó con fuerza la coleta de caballo que tenía Lorena. Ésta le gruñó pero lo ignoró y siguió mostrándome las fotos en su cámara. Eran preciosas, casi todas verdes y de cielos azules perfectos —Cásate con Pakal²— agregó él.

Yo medio reí por lo bajo por su comentario pero no le presté atención, ya había aprendido a ignorarlo en las mañanas. Walter no estaba con nosotros ese día, y tampoco sabía en donde se encontraba.

—¿Y Walter? —pregunté.

Alejandro me dirigió la mirada, pero la retiró con rapidez.

—Por ahí —dijo, desinteresado.

—Debe estar aun en la oficina de la secretaria, es tan trabajador —comentó Lorena, desviando por un momento la mirada de su cámara.

—Aja —comentó Alejandro con ligero sabor a sarcasmo, y luego nos dispusimos a desayunar.

Cuando ya faltaban unos minutos para regresar a clases apareció Diego, estrechó primero la mano de su hermano y más tarde nos saludó a Lorena y a mí, pero no tomó asiento.

—Quiero mostrarles un cuadro—dijo, y parecía ansioso. —Los espero en mi cuarto después de la última hora.

—¿Es el que prometiste? —pregunté esperanzada.

—No —meneó Diego la cabeza con una sonrisa. — no he ido a casa por él.

—¿Son los cuadros psicodélicos y mamones que no quieres que nadie va? —preguntó Alejandro.

—No —volvió a negar, con un ligero ceño fruncido— Es uno nuevo, he estado trabajando en él desde hace un par de meses y me gustaría que lo vieran.

—¡Claro! —dijo Lorena, y se levantó con una sonrisa.

—Por supuesto —le dije yo, y estiré mi mano para tomar a suya. Me sentía orgullosa de él sin siquiera haber visto el cuadro, sabía que me gustaría, pero no era por eso, sino por el hecho de que nos pidiera a nosotros, sus amigos, nuestra opinión de esa manera tan humilde.

—Los veo ahí —dijo.

...

Me aseguré de ser la primera en salir de mi clase, eran casi las seis cuando por fin tomé mis cosas y salí de prisa del salón. Ni siquiera fui a mi habitación, fui directo a la de Diego, estaba ansiosa por ver su cuadro. Me parecía muy valiente de su parte que nos mostrara sus cuadros, él me contagiaba esa valentía, estaba segura de que pronto podría mostrarle mis escritos antes que a nadie.

Al llegar encontré la puerta de la habitación abierta, así que entré sin demora, ahí estaba él, sentado en el borde de su cama, con las manos en las mejillas, y la mirada clavada en la puerta, llevaba esas gruesas gafas que me causaban gracia porque no iban con su rostro, se veía terrible con ellas, pero me gustaba.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now