Capítulo 16: La traición. (2/2)

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Me quede quieta, suspendida en un silencio pesado, sus ojos verdes estaban clavados en los míos. No estaba loca, ni lo había estado nunca, él sí me miraba cuando yo no lo podía ver, sí le molestaba mi relación con Diego, sí estaba enfadado por eso, solo que por las razones equivocadas. Siempre creí que él me consideraba poca cosa para Diego, creí que él deseaba que su hermano saliera con alguien mejor, más guapa, más lista, más segura de sí misma, más todo. Pero no era por eso. Todas esas miradas no eran de advertencia, no eran de otra cosa que celos, anhelo.

—Alex —susurré, y le tomé la cara entre las manos. Con los pulgares le restregué el llanto.

—Yo también lo hubiese elegido a él antes que a mí—comentó, —así que ni te sientas mal.

Solté una risita, que resultó patética, y tembló por toda la habitación.

—No pienses así, no te pareces a él, pero eres una gran persona. —Dije —Quizá sí te hubiese elegido a ti, si las cosas hubiesen sido diferentes. No sé.

Él también sonrió, o esbozó lo más parecido a eso.

—Sé que tengo mal carácter—comentó, y luego respiró por la boca—me enojo muy fácil o muy rápido, estoy acostumbrado a que se haga mi voluntad siempre, y me pongo como un imbécil cuando las cosas no me salen bien.

—Eso sí —le dije, intentando sonreír, pero no era eso lo que quería hacer, quería abrazarlo y llorar, porque me arrasaba el sentimiento de comprensión. Todas esas lagrimas eran mitad de odio y mitad de amor, amor y odio por una madre que no supo elegirlo, por una persona desnaturalizada que no sintió el amor más fuerte y primitivo que una persona puede sentir.

Alex bajó la mirada a mis manos, que reposaban en sus piernas, las miró como si en ellas pudiera encontrar las respuestas que le faltaban. Luego me miró, y yo a él, que en realidad jamás lo perdí de vista, en ningún momento desde que lo conocí. Sentía, y siempre lo iba a sentir, que él me entendía, que su desgracia era compatible con la mía. Cada uno de nosotros de los que estudiábamos ahí, teníamos un sueño difuso, que lidiaba con el lastre de las desgracias, eso lo supe desde que los conocí. Yo era una cazadora de historias, y ellos me atrajeron por las suyas, que se ocultaban detrás de sus ojos, detrás de sus sonrisas brillantes.

—No le digas a Diego—susurró, al tiempo que me miraba con la cabeza de lado, como si yo fuera un cuadro abstracto e intentara encontrarme forma—no le digas nada.

Creí que se refería a su llanto, que le daba vergüenza que su hermano supiera que se había emborrachado y luego echado a llorar como un niño por su madre, y quizá se refería a eso, no lo sé, sólo supe que se acercó a mí, y me besó.

Por un segundo lo besé también, pero me aparté, porque él no estaba en condiciones para decidir nada. Pero él insistió, me atrajo el rostro hasta el suyo. Su aliento era tan fuerte como respirar de una botella de alcohol para esterilizar que me mareó.

—Por favor —suplicó, todavía con su labio inferior rozando el mío y los ojos cerrados—por favor no lo hagas tú también, no me rechaces.

—Alex—le dije, y le sequé la humedad del rostro, —duérmete, mañana estarás mejor.

Él me agarró de las muñecas.

—Creí que también te gustaba—dijo y se dejó caer en la cama, mientras me llevaba con él—a veces cuando te miró y te das cuenta, te pones nerviosa, te pones roja.

—Es que eres muy guapo—le dije, con el arrebol en la cara—¿A quién no le gusta que la miren?

—Pero yo no te gusto—dijo, restregándose la cara contra la almohada. —¿O sí?

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now