Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (2/2)

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Y entonces un sentimiento de alarma entró en mi cuerpo a pesar de que quien estaba ahí no era un intruso, sino alguien bien conocido. Por un instante me pareció que Alejandro no entraba en la habitación, sino que salía, salía del cuarto a hurtadillas con su abrigo en el brazo. La escena me mareó, me pareció como la proyección en un espejo pues cuando yo encendí la luz él se dio la vuelta, de modo que parecía que recién entraba en la habitación en lugar de salir. Lo miré con pánico en el alma y eché una ávida mirada a la habitación, en la que no había reparado antes, se componía de dos camas, una individual a lado de la nuestra y estaba desaliñada.

—¿Estabas ahí? —apunté la cama, con las lágrimas a punto de desbordar.

—No—contestó con la voz gangosa, sin mirarme a los ojos —ese pendejo me dejó en el bar—y señaló a su hermano que yacía tan dormido que era ajeno a todo esto.

—¿Alejandro estabas ahí? —pregunté, ahora con lágrimas en los ojos. Él siguió negando, entró tambaleante en la habitación después de cerrar la puerta. Su cabello estaba revuelto, sus mejillas coloradas, quise creer que por el viento, por el frío de afuera.

—Los estuve buscando toda la noche, par de mierdas—comentó mientras se encerraba en lo que supuse sería el baño. Alejandro tardó una eternidad en salir de ahí y cuando lo hizo, sin mediar palabra se acomodó en la otra cama, yo hice lo mismo, volví a costarme, pero ahora con el corazón pesaroso y el sueño ahuyentado. En la oscuridad Diego por acto reflejo me atrajo a sus brazos y me aprisionó con fuerza. Desde donde estaba podía ver a su hermano recostado en la oscuridad, pero no sabía si él podía verme, por largo rato permanecimos callados, pero sabía que no estaba durmiendo, lo notaba por su respiración trabajosa, nada de lo que era Diego, quien dormía tan profundamente que me dije que ni aún un gran estruendo lo movería hasta la mañana siguiente.

Contemplé la oscuridad por horas, hasta que mi corazón se calmó y entendí que el sentimiento que albergaba distaba mucho de la vergüenza o el pudor, solo me sentía sorprendida y acorralada por un sentimiento indecoroso. Medio me levanté en la oscuridad e intenté enfocarlo.

—¿Te gustó? —Pregunté en un susurro.

No hubo contestación.

—Lo que viste.

El silencio fue absoluto.

Me desprendí de los brazos de Diego con la mayor rapidez y delicadeza que pude y me deslicé en la otra cama, Alejandro se repantigó todo lo que pudo en la esquina, la más cerca del borde, y se quedó quieto, callado por varios segundos, entonces nos miramos en la oscuridad, en un enfrentamiento casi violento.

—Vete—atinó a decir, de forma apenas audible, y luego volvió la mirada hacia la pared del costado.

Su rechazó me incomodó, y seguro mi reacción hubiese sido otra de no ser por el alcohol en mi sistema, de hecho, creo que la reacción de todos hubiese sido distinta de no ser por eso, de no ser por la valentía que nos enervaba las venas.

—Alex...—dije, sin saber en realidad a donde quería llegar.

—Por favor—gimió—por favor...

Y en sus ojos verdes había un pánico denso y pesado, aquello me conmovió hasta los huesos, por eso las lágrimas comenzaron a brotarme. Lo tomé del mentón y lo hice mirarme.

—No, Ingrid, —musitó él, negando con la cabeza, —no...

—Por dios, por dios, —dije, ahora sin contener las lágrimas pues su cercanía me dolía—si pudiera tenerlos a los dos, si tan solo pudiera tenerlos a los dos... a Diego, que irradia tanta luz, y a ti, a ti, a ti...

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora