Capítulo 2: Acondicionamiento. (1/2)

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La primera semana de agosto en que la escuela se encontraba abierta era para las inscripciones, los registros y la llegada de todos los alumnos a sus nuevas habitaciones, y eso ya había pasado, por lo que a la siguiente se refería era para empezar las clases en forma. Ese día me levanté temprano, como a las seis de la mañana y Lorena un poco después. Corrí al baño para ganarle, pues no quería llegar tarde a mi primera clase. Al terminar de alistarme me puse a revisar mi bolso para asegurarme de que tenía todo lo necesario para el día, luego salí de la habitación, no sin antes echarme una miradita al pequeño espejo redondo que Lorena había colgado en la pared cerca de la puerta. La expresión en mis ojos negros era de pánico.

Mi clase se impartía en el edificio A, por lo que tenía que cruzar el mar de estudiantes que se movían como un hervidero para llegar a sus respectivas clases. Mientras cruzaba el campo no paraba de pensar en un montón de inquietudes. Pensaba en si mi simple conjunto de pantalón de mezclilla con la playera estampada era algo demasiado tonto, ya no estaba en casa de todas maneras, podía conseguir un nuevo estilo, pero era lo único que tenía. Me acomodé repetidas veces el cabello largo y negro detrás de la oreja pero el aire seguía meneándolo por lo que acabé llegando tarde y despeinada.

El profesor de la primera clase nos presentó a todos, como suelen hacer los maestros jóvenes y amables, eso hizo que dejara de ser tan incomodo, nadie conocía a nadie así que estábamos en la misma situación. La materia que impartía era interesante así que presté mucha atención lo que provocó que el tiempo se me pasara muy rápido, más rápido de lo que me hubiese gustado. Hice pocos apuntes y me molesté por ello, pero salí de allí para ir a mi siguiente clase, que está vez la impartía un profesor anciano y malhumorado, pero de igual forma fue una clase interesante.

Con una firme sonrisa en mi rostro fui a mi tercera clase, la cual era la del tutor de la carrera. Un hombre de edad mediana, pero con una pizca de eterna juventud en su mirada de brillantes ojos de miel y en sus ademanes amables y gráciles. Vestía pantalones de mezclilla azules y una camiseta blanca, un atuendo relajado en comparación con la de los maestros anteriores. Nos sonrió al grupo cuando nos acomodamos ante él.

—¡Buenos días, jóvenes! —exclamó, y en su voz denotaba lo feliz que le hacía estar frente a la clase, frente a ese grupo de almas titilantes en las que me encontraba yo. —¿Cómo les ha ido hasta ahora?

Un par de sonrisas y comentarios positivos resonaron por la clase.

—Traen unas ganas...—se rió el maestro, dando un aplauso que hizo sobresaltar a un par de muchachos.

Entonces todos rieron.

—Eso estuvo mucho mejor. —Comentó, ahora más complacido. —Me presentaré porque sé que no me conocen—continuó, dándose la vuelta para quedar frente al pizarrón blanco. Sacó un plumón negro del bolsillo trasero de su pantalón y comenzó a escribir su nombre con letra clara y bonita, pero anticuada como la de los abuelos. —Soy Salvador Pineda. —dijo, cuando nos volvió a mirar.

Alguien levantó la mano en el grupo, un muchacho que se sentó tres lugares atrás de mí, en la fila de mi derecha.

—¿Sí? —preguntó el profe, señalándolo con el plumón que sostenía.

—¿Es a usted al que le dicen profe Chava? —inquirió.

El maestro suspiró y asintió.

—Sí —dijo, con media sonrisa, —aunque prefiero que me digan profesor Pineda.

—Eso va a estar difícil —comentó otro muchacho, uno que estaba sentado muy cerca de la puerta.

—Ya lo sé—se río Pineda, ahora con más gracia que antes—Mis alumnos son irrefrenables, por eso están aquí.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now