Capítulo 14: Sentido de urgencia. (1/2)

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La huelga de una semana se redujo a tres días porque al final, no nos estaban haciendo caso. Con desgana todos volvimos a clases al lunes siguiente, y realizamos nuestras actividades como si nada hubiese pasado. Todo seguía normal, pero las cosas siempre podían ponerse peor, y lo descubrimos ese día.

—Son unos cabrones —farfulló Alejandro, enfurruñado.

Diego y yo, que estábamos detrás de él, nos movimos para mirarlo. Nos encontrábamos en el cajero automático de la escuela. Habíamos aprovechado el receso para ir a retirar el dinero que nos depositaban mensualmente en la tarjeta de la beca. Él estaba de pie, con la mirada clavada en la pantalla del aparato.

—¿Qué pasó? —preguntó Diego.

—No hay dinero—comentó, apoyado en el cajero, mientras esperaba la tarjeta de vuelta. —esos cerdos no han depositado nuestro dinero.

—Quítate —contestó Diego, apartando de un empujón a su hermano —, tal vez te suspendieron la beca ¿Qué promedio tienes?

—Ocho—contestó Alejandro, tirando su tarjeta de la ranura. —es suficiente para que me sigan dando mi puto dinero.

Diego hizo el mismo procedimiento que Alejandro había hecho unos segundos antes, y al terminar, su expresión fue la misma. Bajó la mirada y apretó la mandíbula.

—Cabrones—dijo —no hay ni un peso. Necesito mi dinero.

—Necesitamos —lo corregí, apartándolo del camino.

De prisa introduje mi tarjeta, tecleé la contraseña, y esperé. Cuatro ceros aparecieron ante mí al cabo de unos segundos, y los miré, como esperando de pronto que cambiaran, que apareciera la cantidad que siempre estaba ahí.

—Ay, no —dije, al darme cuenta de que no pasaría—por favor no.

Me enterré la mano entre el cabello para apartarlo de mi rostro, de pronto sentí calor, las manos se me llenaron de sudor. Saqué la tarjeta y la introduce dos veces más obteniendo el mismo resultado.

—Vamos, Ingrid—me animó Diego, cuando pretendía hacerlo de nuevo, mientras me tomaba de la mano. —Déjalo.

—Diego—dije, mirándolo con ojos suplicantes. —ya casi no tengo dinero.

—Lo intentamos mañana—dijo, al tiempo que recogía su mochila que había quedado tirada en el suelo—mientras vamos a comer algo.

Pero en realidad no fuimos a comer.

Yo estaba tan nerviosa que no podía pensar en nada que no fuera en dinero, no tenía ni cincuenta centavos en mi cartera, había sido muy estúpida como para gastármelo todo antes de asegurar el dinero del mes siguiente. Y tampoco quería decírselo a Diego porque se molestaría conmigo. Unos días antes habíamos estado paseando por la ciudad, cuando en mi infortunio, me topé con una pila de libros en venta, eran libros usados, pero en perfecto estado. Diego me sugirió no comprar muchos, pero yo lo ignoré, gasté casi todo lo que tenía porque sabía que no volvería a tener esa oportunidad, él meneó la cabeza, con cierto disgusto, pero no dijo nada más.

Era por eso que estaba en quiebra, pero no sólo yo me encontraba nerviosa por ese hecho, Alejandro y Diego estaban igual, sólo que lo disimulaban mejor. Ellos estaban muy acostumbrados a tener dinero.

—Llama a mamá—comentó Alex.

Luego del cajero fuimos directo a la habitación de Diego, en donde los tres estábamos sentados en la pequeña cama individual de él. Habíamos decidido que lo mejor era llamar a nuestros padres por auxilio. Me sentía muy estúpida teniendo que hacer eso, porque al abandonar mi casa había prometido que no necesitaba de apoyo monetario aparte de lo poco que papá me enviaba porque así lo quería. Me había ido por voluntad, por lo tanto, renuncié a la protección que me brindaba, y él lo sabía. Por eso no quería llamarlo. Preferí que llamaran ellos primero.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now