Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (2/2)

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—No me dice nada —comentó Diego, pero ya no estábamos en la sala de música, sino en su habitación, recostados en la estrecha cama, sumidos en una oscuridad creciente, el sol ya comenzaba a ocultarse. —, hace años que no lo hace. Hablamos todo el tiempo pero no me dice nada que importe. A veces pienso que lo hace solo para molestarme, el muy cabrón.

Froté mi nariz entre su ropa, olisqueando como un gato su cuerpo.

—¿Te molesta que él sea gay? —pregunté, sintiendo unas inmensas ganas de llorar al pensar en eso.

—No—contestó él de inmediato, apretándome entre sus brazos y yo oculté mi cara entre su pecho. —A mí me vale madre lo que sea, no es eso.

—¿Entonces? —Pregunté, con aquel tono bajo y lastimero que salía de mi garganta y delataba mis ganas de llorar —¿Qué es? ¿Por qué estás enojado?

—Porque no me lo dice—susurró, cerca de mi cabello. —hace tanto que él no me cuanta nada de lo que hace, como si yo no pudiera entenderlo.

—¿Y tú? —inquirí, levantando un poco la cabeza para mirarlo.

—¿Yo? —Resopló —Yo soy un imbécil. Se lo digo todo, siempre lo hago, le conté incluso sobre ti.

—¿Sobre mí? —exclamé con verdadera sorpresa, y me levanté de la cama, para mirarlo directo a los ojos, él sonrió de medio lado.

—Sí —asintió—le conté cuando te conocí el día de las inscripciones.

Con rapidez por mi menté pasaron las imágenes de un Diego tan diferente a este que abrazaba ahora, un muchacho tan distinto que el contraste resultaba abrumador.

—Pero ese día no te despediste de mí—comenté, sintiendo cierta tristeza al recordarlo, al recordar la manera tan brusca en la que se marchó sin siquiera voltear a mirarme.

—Lo sé —comentó, me atrajo a su costado y me aprisionó con su brazo. —no creí que quisieras hablarme, estaba hecho una mierda. Tú hasta me mirabas con miedo.

Entonces solté una pequeña risa, era cierto, si lo hubiese visto con esa pinta en medio de la noche, seguro correría al lado contrario al suyo. Diego también rio un momento y luego se quedó callado, cuando recordó que algo le molestaba.

—No es tu hermano de sangre ¿verdad? —me atreví a preguntar luego de una infinidad de tranquilos segundos, segundos en los que sólo escuchamos nuestras respiraciones acompasadas. Recordaba con claridad lo que Ángela me había dicho acerca de que se consideraban hermanos por una especie de pacto.

—No —contestó Diego en un susurro, casi como si no quisiera decirlo —¿Te lo dijo Ángela?

Moví la cabeza de forma afirmativa entre sus brazos.

—Me lo imaginé. —Contestó —Es la única que lo sabe. Ya no se le puede decir nada a nadie.

—¿Quieres contarme? —pregunté, sintiendo un ligero cosquilleo de nerviosismo en la yema de los dedos, sentía que me estaba metiendo un terreno escabroso pero aun así tenía la esperanza de conocer un poco más sobre él, sobre este chico de cabellos largos y greñudos, que aunque pasaba casi todos los días a su lado, apenas comenzaba a descubrir aquel gran mosaico de colores que era su vida. Yo sólo sabía su nombre, que adoraba a su hermano y a sus pinturas más que a nada en el mundo, pero no sabía nada más. A veces me preguntaba qué era lo que había escrito en su carta de solicitud a la beca, porque como Lorena me había dicho, sólo aceptaban a chicos con talento excepcional, de escasos recursos y con una historia muy triste o muy extraordinaria que contar. Y aunque Diego me parecía extraordinario y feliz, de vez en cuando en sus ojos cafés, muy en el fondo, había un vestigio de algo oscuro, algo que hacía preguntarme cosas.

Sueños de tinta y papelOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz