Capítulo 23: Un dulce hogar. (2/2)

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Ahora que el reencuentro con sus padres se había dado, y de este no surgió ninguna represalia, regaño, insistencia ni amenaza, Diego se encontraba tranquilo, al igual que Alejandro, se encontraban en su elemento natural, los empleados los trataban con tal cariño y respeto que no había razón para el enfado de uno ni para el resentimiento del otro, eran como leones dormidos, mansos, felices, y también ayudaba el hecho de que sólo su madre se encontraba en casa, tanto la madre biológica de Diego como Alejandro padre se encontraban trabajando, y por ello se mantenían alejados de la casa.

Alex también se mantenía alejado de Diego y de mí, nos encontrábamos en las comidas, en los pasillos a momentos, pero la casa era tan grande, y tenía tantas comodidades que no era necesario salir de las habitaciones. Así que no podía negarlo, la estaba pasando bien, sólo llevaba dos días ahí pero era un lugar bonito, no entendía la insistencia de los chicos por mantenerse lejos, era como si el cielo estuviera a escasos minutos y ambos insistieran el perderse entre el escabroso mundo terrenal, que a sus ojos, resultaba fascinante. En esa casa, en ese mundo idílico, lo único que me atormentaba ese día era la ropa que usaría esa noche. Doña Alba estaba organizando una cena, como sustituto de la cena de navidad a la que no alcanzamos a llegar. Estarían todos, nosotros tres, sus padres y Carmen, la madre de Diego, a la que cada vez tenía más ganas de conocer. La había visto en un retrato en el cuarto de Diego, y era preciosa, con el rostro afilado, con una mirada inteligente, de piel morena, ese tono de piel dorada que tanto me gustaba en Diego, era una mujer preciosa, y muy joven, no debía llegar a los cuarenta aún.

Diego estaba conmigo en ese momento, no nos habíamos separado desde que llegamos a la casa, no dormíamos juntos, porque me parecía una falta de respeto hacia sus padres, pero el resto del día estábamos uno al lado del otro. Habíamos regresado con más fuerza, con más confianza y amor, a pesar de que creí que sería todo lo contrario. Pero el crédito era todo suyo, él actuaba como si nada hubiese pasado, no había reproche en su mirada, no había nada más que solido cariño, y yo se lo pagaba de la misma forma.

—No traje un vestido ni nada decente—comenté. Diego estaba en la cama, acostado sobre su costado, sostenía su mejilla con la mano, y tenía el codo clavado en la cama.

—No importa, — comentó—ponte lo que tengas, no será una cena de navidad exactamente.

—Pero va a estar tu papá—comenté—y no me quiero ver mal.

—A él no le importará—insistió.

Pero a mí me causaba cierta contrariedad sentarme a la mesa del diputado con pantalones de mezclilla. E insistí tanto que Diego acabó ayudándome con la ropa. Salimos de la casa, en dirección al almacén más cercano, nos llevó el chofer, el famoso Carlos, aquel que era fiel a la familia, aquel que cerró la boca cuando se lo pidieron y que ayudó cuando más se le necesitaba. No lo conocía, pero el solo hecho de saber que había ayudado a Diego a salir del problema en que se encontraba hacía que me simpatizara, era un hombre de mediana edad, quizá por los cuarenta y cinco años, con abundante cabello negro que ya comenzaba a clarear, no era robusto, pero tampoco delgado, parecía más un guarda espaldas que un chofer, y más un amigo que un empleado. Saludó a Diego con alegría y afecto, lo examinó como hacían todos en esa casa, me saludó con cordialidad y diligente nos llevó y esperó todo el tiempo que necesitamos.

Me sentía tan extraña así, caminando por las tiendas con Diego de la mano, con dinero en los bolsillos, con chofer esperando. Hasta Diego lucia diferente, se había rasurado, llevaba el cabello peinado hacia un costado, usaba ropa fina, tenía cara de hijo de buena familia, parecía haber dejado la sombra de lado, aquella que lo empañaba y no lo dejaba brillar en todo su esplendor. Y es que ellos estaban tan bien cuando se les daba todo y no se les exigía nada.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now