Capítulo 8: Intenso vivir (1/2)

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Desperté muy temprano, cuando el sol aún no salía, mi intención era verlo despuntar como una bola de fuego sobre las aguas turquesas del pacifico, pero descubrí que no salía por ese lado, lo increíble de presenciar eran los atardeceres, y lo supe por Ángela, que me observaba desde un pequeño sofá en la sala, envuelta en una sábana. Parecía llevar mucho tiempo ahí. Yo ni siquiera recordaba haber vuelto de la playa, sólo había despertado en una habitación de la casa, junto a Lorena.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté y abandoné mi posición delante del ventanal para ir a sentarme a su lado.

—Pasaba las vacaciones de semana santa aquí con ellos—comentó, al tiempo que se enrollaba más entre la sabana, no tenía buena cara, de seguro por lo de anoche.

Asentí, pensando en eso. No tenía idea de cuánto hacía que Ángela era amiga de Alex y Diego.

—¿Hace mucho qué los conoces? —pregunté. No quería quedarme con la intriga.

—Desde siempre —contestó ella, en voz baja. —Sus papás y mis papás son amigos.

—Y...—comenté, pero me quedé callada, pues quería preguntar algo que venía dando vueltas en mi cabeza desde hacía algún tiempo.

—¿Qué? —preguntó ella, perspicaz.

—¿Es cierto que son adoptados? —pregunté por fin, y ella se rió, a pesar de tener mala cara se rió con ganas.

—¿Quién te dijo eso? —preguntó, aún con un resquicio de la risa que soltó.

—Lorena—le dije.

—Lore nunca pone atención —comentó divertida—siempre está perdida en su mundo. No son adoptados, —me informó por fin —ni son hermanos de sangre, no son nada más que amigos.

—Ah—dije, y había mucho más que ese simple ah en mi interior pero me lo reservé. —¿Entonces por qué se dicen hermanos? —pregunté.

—Es cosa de ellos—me dijo, haciendo una mueca, algo parecido al dolor—es como una promesa o algo así, en el que acuerdan ser hermanos. Pregúntales si quieres.

Desvié la mirada a la ventana, en donde el día comenzaba a clarear.

—Son raros—suspiré.

Ángela sonrió.

—No es eso —dijo—se conocen desde que nacieron. Los papás de Alejandro son los padrinos de Diego, crecieron juntos y se quieren cómo nadie, por eso juegan a los hermanos. Lorena escuchó mal o quizá ellos le jugaron una broma, quién sabe, de cualquier forma, para fines prácticos son como hermanos, hasta se pelean como tales.

—¿Es qué se pelean mucho o algo así? —pregunté y me alegré de que Ángela parecía a gusto hablándome de sus amigos.

—No —negó —bueno, antes no lo hacían, eran inseparables. Ahora discuten mucho.

—Ah —dije—pensé que algo había pasado entre ellos hace poco, porque Alex parece enojado.

—No está enojado, así es él—comentó ella, luego de proferir un ligero sonido negativo con la garganta—aunque no siempre fue así, creo que tiene que ver con lo que pasó con Diego hace algún tiempo.

Yo me quedé callada, esperando a que ella continuara si es que quería hacerlo, pero no lo hizo, levantó la mirada al cabo de los minutos.

—No me preguntes qué pasó —dijo, mirándome y encogiéndose de hombros —ni yo lo sé. Sólo sé que fue algo tan grave que dejaron de hablarse por un año, Alex incluso se fue a estudiar lejos, y a Diego también lo dejé de ver, pero de eso hace ya mucho tiempo, dos o tres años. Cuando Alex regresó, e ingresaron en el Salazar, ya no eran los mismos, eran lo que ves ahora, se pelean todo el tiempo pero se perdonan, siempre se perdonan. Si te digo lo que pienso—comentó, luego de una pausa —creo que Diego le hizo algo a Alex, por eso él se tuvo que ir.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now