Capítulo 11: Un sentimiento nuevo. (2/2)

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Por increíble que me pareciera, durante las semanas siguientes Diego trabajó en la creación de la contraparte del cuadro que Alejandro criticó. Tenía "Días de fuego" exhibiéndose en una pared en su habitación para que todo aquel que quisiera verlo pudiera hacerlo, pero se encerraba por días en la sala de pintura después de clase para crear algo diferente, algo nuevo, una utopía, como Alex había dicho.

Era algo que yo no aprobaba, pero que apoyaba porque para él era importante.

Y así, ese día, mientras estaba ayudando a Diego a organizar pinceles, me pidió ir a buscar a Alex.

—¿Sabes dónde está? —Preguntó. Tenía al cabello detrás de la oreja, el borde de la playera manchado de verde y las gafas puestas.

Negué con la cabeza.

—Quiero preguntarle...—dijo, pero se interrumpió al ver la mirada inquisitiva que le lancé. Le había comentado ya que me fastidiaba sobremanera que necesitara con tanta fuerza la opinión de su hermano. —Sólo quiero que venga para preguntarle algo que no tiene que ver con mi cuadro. —dijo.

Medio sonreí, porque sabía que no era cierto, pero no se lo dije, me bastaba con saber que sabía que me molestaba e intentara disimularlo.

—Iré a buscarlo—le dije y solté el puñado de pinceles sucios que sostenía.

Yo sabía dónde encontrar a Alejandro, si en algo se parecía a su hermano era sólo en eso, ambos se encerraban por horas en las respectivas salas de música o pintura. A veces se quedaban ahí hasta las diez, hora en que pasaban los conserjes a cerrar. Y como lo esperé, ahí estaba, en la sala número tres, eché una rápida mirada por la ventanilla, pero al notar que se encontraba ocupado, me recargue en la pared a lado de la puerta, dispuesta a esperar pues ya sabía la grande que me armaría Alex si volvía a interrumpirle.

Y mientras estaba ahí, la música comenzó a fluir, como había ocurrido ese primer día, esa primera vez en que supe de su existencia. Otra vez era triste, otra vez esas ganas inmensas de soltarse a llorar, pero a llorar en verdad, un montón de lágrimas no derramas y rezagadas que para ese momento ya debían ser de arena y sal ¿Por qué Alejandro seguía tocando ese tipo de música? ¿Por qué, Alejandro? Me pregunté. La canción terminó justo ahí, donde siempre terminaba, incompleta, inconclusa, moría en un momento en que no debía morir.

Las piernas me temblaban cuando por fin aparté la espalda de la pared, acerqué la mano el pomo, pero me detuve en seco al escuchar nuevas notas musicales, unas bien distintas, pero hablaban también de dolor, un maldito dolor del que él ya estaba harto y dispuesto a terminarlo.

Cerré los ojos, esperando a que terminara, cuando de pronto su voz se mezcló con la música, estaba cantando, por primera vez desde que lo conocía lo estaba escuchando cantar, quizá a hurtadillas pero era su voz, y era desgarradora. Y de alguna manera, yo conocía la canción, la conocía bien, sólo que no recordaba de dónde. Y ahí me quedé, escuchándolo cantar.

Hablaba acerca de la posibilidad de la ruptura de esencias intangibles, del sentirse roto por dentro. Hablaba de cosas extrañas y dolorosas, en un idioma que sólo la gente dañada puedía comprender.

Estaba segura que esa no era la letra original, él la había cambiado, y repetía una y otra vez cierta parte, la parte de fingir estar bien, decir que se terminó cuando sabía que no era así, y lo hacía tan mal, fingir, lo sabía porque eso había hecho yo, fingir que todo estaba bien cuando sabía que por dentro era una lucha constante para no derrumbarme.

Esperé, esperé hasta que las lágrimas decidieron por fin no salir y dejarme en ridículo, aspiré con fuerza y abrí la puerta. Alex se volvió de inmediato.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now