Capítulo 4: Personalidades. (1/2)

341 52 20
                                    



Ya habían pasado las primeras tres semanas de escuela y me consideraba a mí misma adaptada a la vida en un internado. Sabía que debía levantarme temprano para ganarle el baño a Lorena, sabía también que debía desayunar y comer muy bien porque lo que nos daban en la cena era algo muy ligero, sabía que no debía malgastar el dinero que nos depositaban en la tarjeta en cosas que no fueran necesarias y un par de cosas prácticas más, eso había aprendido, pero también aprendí que si estas con las personas adecuadas cualquier lugar puede convertirse en tu casa, en tu hogar, tal como ya estaba comenzando a ser nuestro pequeño cuarto, el que compartía con Lorena y en donde casi todo el tiempo que tenía libre pasaba Ángela con nosotras. Era nuestro pequeño mundo caótico creado por cuatro paredes tapizadas de fotografías, dos camas, un par de muebles, libros y libros apilados en el suelo, en los escritorios, en todas partes, era un lugar hermoso que estaba segura recordaría por el resto de mi vida.

Esa tarde las tres nos encontrábamos ahí, yo frente a mi computadora terminando un ensayo para una de mis clases, Lorena miraba algunas fotografías que había tomado la tarde anterior en un parque cercano a la escuela y Ángela estaba acostada en la cama de Lorena con las piernas levantadas, recargadas en la pared. Ella siempre estaba cansada, y siempre tenía dolor de pies, esa era la desventaja de ser bailarina, pensaba yo, pero para ella su dolor era sagrado, y no podía fastidiarla por eso. Así nos encontrábamos cuando Walter asomó la cabeza por la puerta que se encontraba abierta.

—Ey, —exclamó—Alejandro pidió comida para todos, nos espera en nuestro cuarto.

—¡Sí! —exclamó Ángela, y se levantó de la cama de una manera elegante, como si su cuerpo bailara por naturaleza —¡Hasta que se le quitó lo tacaño!

Salió de la habitación corriendo.

—Qué bueno—comentó Lorena, saliendo por fin del ensimismamiento en el que la tenían sus fotografías. Llevaba más de una hora observando una fotografía en particular, pero no parecía verla en realidad, era como si pasará de ella, a algo más allá, lejos de todos nosotros. Quizá al principio sí la miraba pero después su mente divagó, como solía hacer la mía, me llevaba a momentos a los que les rehuía pero que se arremolinaban en mi cerebro cuando no había suficiente ruido para ahuyentarlos.

—¿Estás bien? —le pregunté, le puse una mano al hombro cuando salí tras ella.

Me miró de reojo.

—Aja —contestó, sonriente.

—Ah—comenté, meneando la cabeza— creí que algo malo le pasaba a tu foto. ¿No te gustó?

—No es eso, —contestó, ahora con la mirada iluminada— es que me gustó mucho. No me la creo que la tomé yo.

Asentí, al comprender.

La fotografía era simple pero hermosa, la había visto antes. En ella, se apreciaba a unas palomas picoteando entre los resquicios de los adoquines del suelo en busca de comida, mientras las personas pasaban zumbando a su alrededor y ellas impasibles seguían picoteando y picoteando, era una viva representación de la fuerza de la naturaleza contra el gigante de concreto que habíamos construido para nuestra comodidad, y de alguna manera, la naturaleza seguía ganando, siempre lo hacía. Esa era la fotografía de Lorena.

Ella siempre tomaba fotos extrañas, pero que de alguna manera tenían algo de hermoso, algo de poético que no podría describir con palabras. Para mí las fotografías eran para retratar sonrisas pero Lorena me había explicado que no era así, por lo menos no sonrisas falsas, predeterminadas, sino aquellas que fluían con naturalidad cuando menos te lo esperabas. La fotografía se trataba de capturar aquellos instantes que parecían no importar a nadie, aquellas escenas cotidianas que nadie recordaba, pero que en conjunto creaban un tiempo, un espacio capturado para siempre en el papel.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now