Capítulo 22: Navidad (2/2)

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Dos días después tomamos el autobús en dirección a su casa, y lo único relevante que recuerdo del trayecto, además de lo incomodo que resultó, fue una conversación que escuché entre ellos.

Estaba en el asiento, no habían pasado más de dos horas, pero como despertamos muy temprano me recosté en el hombro de Diego, y cerré los ojos, no pretendía dormir en realidad, pero él creyó que sí, así que con cuidado me apartó de sí, y se cambió de asiento. Su hermano iba justo delante de nosotros, solo. Él se sentó a su lado, los podía ver por el espacio entre ambos asientos, y también podía escucharlos, a pesar de que esa no era mi intención. Para ese punto, los conocía ya bastante bien, no creía que hubiese nada nuevo, y no lo había. Pero sus conversaciones me gustaban, ese modo en que se querían, ese amor que nada podía cambiar, ese afecto tan limpio, tan natural, era algo que envidiaba muchísimo, y no quería sentirlo, pero lo hacía. Y ahí estaba, espiándolos, sintiendo que me pertenecían, aun cuando sabía que no era así, ni un solo cabello de ellos era mío, y debía lidiar con eso.

Por un rato no dijeron nada, Diego sólo se sentó a lado de Alex, y lo miró, sólo le echó un vistazo, el rostro de Alex era algo que no podía ver desde mi perspectiva, así que sólo lo imaginé ahí sentado del lado de la ventana, con los rayos del sol iluminándole esos cabellos tan negros que ni aun el dorado del astro rey lograban aclararlo.

—Voy a decirte algo—comenzó Diego, aun mirándolo. Su perfil justo en mi campo de visión, su nariz chueca, su mentón delgado, sus cabellos aureolándole la cara, sus pestañas largas, pero caídas.

—Aja—se limitó a contestar Alejandro.

—Pero no hagas un puto drama—continuó Diego, esperó un segundo, apartó la mirada de su hermano y luego continuó—Andrea preguntó por ti.

Un largo segundo precedió a esas palabras, nadie dijo nada, sólo nos quedamos con el sonido de las llantas del autobús sobre el pavimento y el ruido de la película que proyectaban en las pantallas en el pasillo.

Ahora cada vez que uno de ellos decía ese nombre ya sabía a quién se refería, a la mamá de Alejandro, no la que lo crió y cuidó su vida entera, no, sino aquella que corrió lo más lejos y pronto posible que pudo. Esa era Andrea.

—¿Cuándo fue eso? —inquirió Alejandro con un hilo de voz.

—En la fiesta de mamá—contestó Diego luego de aclararse la voz. —Sólo te lo digo para que estés preparado porque puede que ella esté ahí cuando lleguemos.

—¿Y por qué no me lo habías dicho? —preguntó Alejandro, con la frialdad que le conocía, aquella que utilizaba cuando no quería delatarse, cuando las cosas le importaban más de lo que quería demostrar.

—¿Tú por qué crees? —contestó Diego, y ambos se quedaron callados en ese silencio abrupto que ocurre cuando todos conocen la respuesta y ésta es mala. Ellos apenas se habían hablado desde ese día. Y quizá no habían tenido tiempo de decirse lo que había ocurrido.

Se quedaron callados otra vez, era de esas conversaciones que ocurre por partes, que desquicia a ambos lados porque tienen cosas que decir pero ni uno cede. Diego se puso de pie, y yo de inmediato cerré los ojos y fingí que dormía, pero por alguna razón se quedó de pie, y segundos después volvió a sentarse con su hermano.

—¿Y qué fue lo que preguntó? —inquirió Alejandro. Me imaginaba que se había decidido al último instante, cuando Diego ya planeaba volver conmigo, y lo hizo regresar a su asiento. —Textualmente —pidió Alejandro en voz baja—¿Qué te dijo?

Un suspiro interrumpió la conversación, no sabía de quien procedía, pero Diego fue el próximo en hablar.

—Al final de la cena ella me siguió a mi cuarto—comenzó él—y así nada más me preguntó por ti. "¿Por qué no vino tu hermano?" dijo.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now