Capítulo 26: sueños de tinta y papel. (2/2)

149 32 13
                                    

Barragán García Ingrid.

Como en un sueño volví a leer el nombre, moví los labios como lo hacen los niños pequeños al aprender a leer, pasé el dedo debajo del renglón, miré cada letra, los tildes respectivos de mis apellidos, era yo.

El alivio fue abrumador, solté a llorar, no me importó que la mitad de la escuela se arremolinara en torno a mí como una horda de salvajes, todos se precipitaban a las listas pegadas en la vitrina que se encontraba en las oficinas de administración. Muchos lloraban, pero todos por una razón distinta, y fue en ese momento que mi regocijo acabó, regresé al mar de gente, a una segunda inmersión, al recordar que no me había tomado la molestia de buscar el nombre de mis amigos. Los chicos se empujaban cada vez con más violencia al centro del lugar, cada uno más ansioso que el otro por buscar su nombre. Yo no planeaba rendirme, me quedaría hasta saber cuál de mis amigos no seguiría conmigo el semestre siguiente, cuando de pronto la puerta de la administración se abrió.

—Las listas también se encuentran en la página oficial de la escuela —comentó doña Fabiola, la secretaria. —Las acaban de publicar.

Como acto reflejo la mitad de los chicos que se encontraban más atrás se apartaron y desenfundaron sus teléfonos celulares, yo hice lo propio.

Los dedos me temblaban mientras tecleaba en mi teléfono, ansiosa. Cando conseguí la información no sabía si me sentía bien, o muy mal, debería estar agradecida, me dije, solo uno de mis amigos no podría volver a incorporarse a las clases.

Al primero que deseaba contarle las cosas siempre era a Diego, así que fui a buscarlo, además era el que necesitaba más consuelo en ese momento, con el corazón en la garganta llegué a su habitación. La puerta estaba abierta, así que pasé, pero antes de hacer cualquier cosa unos brazos me envolvieron el cuerpo, por la forma, el olor y la textura supe que era él, así que acomodé el rostro en su pecho. Me sostuvo por varios minutos, hasta que aflojó el agarré y me miró a los ojos, pero sin soltarme.

—Alejandro perdió la beca—me dijo.

—Lo sé —dije, y me obligué a no bajar la mirada, sentía los ojos llenos de lágrimas.

—Acompáñame a verlo —me pidió, con ojos suplicantes.

—Mejor esperemos un rato—dije, —lo acaban de publicar, debe estar muy enojado.

Diego negó con la cabeza, y uno de los mechones de cabello café le cayó en la frente.

—No, vamos de una vez, quiero verlo. Acompáñame.

Y porque me miraba con tanta insistencia, accedí, me tomó de la mano y nos echamos a andar. El cuarto de Alejandro estaba en el mismo piso, casi al inicio de las escaleras, era uno delos mejores cuartos del edificio. Cuando llegamos, la puerta estaba abierta, y por lo que alcancé a ver, algo ocurría dentro, un pequeño caos. Diego titubeó en la entrada, y con la mano me hiso una seña que me indicaba esperar, se acercó al cuarto, echó una mirada dentro y luego regresó a mí.

—Está hablando por teléfono—comentó.

Ambos suspiramos, nos quedamos de pie un momento y luego nos fuimos a sentar en el piso, a lado de la puerta de la habitación de Alex. Recargué la cabeza en el hombro de Diego, él me pasó el brazo por los hombros y de esa manera, abrazados, nos quedamos en silencio. Estar ahí me recordó a los días que pasamos en el parque, cuando vendíamos sus cuadros, bueno, un cuadro en realidad, el que se encontraba en posesión de Alejandro. Pero no dije nada de aquello pues era un secreto, por lo menos ese debía mantenerlo.

Acariciaba los dedos de Diego cuando Alex se asomó por la puerta, nos miró con el ceño fruncido y volvió al interior de la habitación. Con un resopló de resignación Diego se levantó y luego me ofreció la mano para ayudarme a incorporar. Cuando entramos a la habitación, Alex seguía con el teléfono en la mano, y miraba la pantalla con auténtica congoja.

—Alex...—empezó Diego, pero éste lo interrumpió.

—Me voy a la casa.

Eché una mirada alrededor de la habitación y me di cuenta de que era justo lo que me temía, por ello el lugar se encontraba hecho un desastre. Toda la ropa estaba fuera de los cajones y una cantidad obscena de zapatos sobre la alfombra. Alex doblaba con torpeza una maraña de playeras, todas del mismo color y las metía en una enorme maleta negra.

—¿Por qué? —inquirió Diego, y aquello hizo detenerse a Alejandro en seco y mirarlo con autentico odio.

—No mames, güey — contestó éste —¡Cómo si no lo supieras!

—Ya sé, —asintió Diego, con la vergüenza de manifiesto en sus mejillas—lo que pregunto es por qué tienes que volver a la casa.

—¿A dónde más puedo ir? —se enfadó el otro.

Diego bajó la mirada.

—No sé, pero no a la casa.

Alex se quedó callado también, los tres nos quedamos en medio de ese desorden que era la vida de Alejandro.

—Quiero volver—contestó Alejandro, con la voz estrangulada, al tiempo que soltaba la playera que sostenía en ese momento.

—No es cierto—se apresuró a decir Diego, que se acercó a él, lo tomó del hombro y lo hizo volverse para mirarlo.

—Sí, —insistió su hermano, que se sacudió su mano de encima y siguió con lo que hacía—quiero volver a la casa.

Luego levantó la mirada un segundo, y fue suficiente para percibir en sus ojos verdes la humedad.

—¿Vas a dejar que papá gane? —preguntó Diego, ahora también en el mismo tono lastimero.

—Papá siempre gana—susurró Alex— siempre gana. Tú deberías saberlo.

Diego volteó a mirarme con el ceño fruncido y la sonrisa caída, en busca de apoyo.

—Podemos intentar que...

—No, Ingrid—contestó Alex, con vos suave—ya no quiero, quiero irme a mi casa. Ya tuve suficiente.

Luego soltó un largo suspiro, miró a su alrededor y nos volvió a mirar.

—Alejandro—insistió Diego.

—¡Que no, güey! —exclamó.

Ambos retrocedimos.

—Estoy hasta la madre de esta puta escuela —continuó, y desvió la mirada porque le costaba mantener la voz firme y los ojos secos—estoy hasta la madre de este puto cuarto, de la maldita comida de la cafetería, del horario de mierda, y de la falta de dinero. Estoy cansado de despertarme a las dos de la mañana para ayudar a Walter a entrar, y estoy harto de estas camas. Ya no quiero derretirme del condenado calor en mayo y de congelarme el culo en diciembre y...y de tener miedo cada semestre pensando que me van a quitar la beca, ya me cansé de toda esta mierda.

Se detuvo un instante y se dio la vuelta, porque ahora sí estaba llorando, su discurso no era para convencernos a nosotros, era para convencerse a sí mismo, y aunque todo era cierto, nada de eso importaba con tal de estar ahí, porque el instituto Salazar era un refugio para gente como nosotros, era una isla llena de tesoros, era inhóspita también, pero no dejaba de ser un paraíso. Y no solo por ser una escuela de arte, sino porque era la escuela de arte que acogía a todos aquellos que las demás escuelas prestigiosas y de alcurnia no querían, era un refugio entre los refugios, un lugar único, que si bien carecía de muchas cosas, lo recompensaba con creces por el ambiente que se respiraba.

—Quiero mi cuarto, —gimió Alex, que se dejó caer en la orilla la cama al tiempo que de un manotazo tiraba la enorme maleta al suelo —quiero mi cama, quiero volver a casa, Diego.

—Pero ya sabes que va a pasar —comentó Diego. —ya sabes cuál es la condición de papá.

Alex asintió.

—¿Y qué más puedo hacer?

—No sé—admitió Diego, al tiempo que bajaba la mirada, y yo también lo hice, en silencio, el silencio de los sueños rotos. Era irónico cómo nuestros sueños se definían en ese instante por una lista de papel con nuestros nombres en ella. La tinta y el papel siempre habían sido nuestros aliados. 

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now