Capítulo 27: El tres es de mala suerte. (1/2)

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Navegaba en un agitado mar que versaba desde la alegría sin fin a la cálida melancolía. Sin duda alguna Alejandro se tendría que ir, ya había fecha límite para desalojar las habitaciones, quienes no lo habían conseguido comenzaban a irse por montones, la escuela cada día lucía un poco más sola, con menos luz. Sin embargo no podría ocultar mi alegría porque Diego permanecería conmigo, además de que Lorena, Walt y Ángela se quedarían también. De nuestro grupo sólo Alex tendría que marcharse y aunque me causaba tristeza también me aliviaba sobremanera, el hecho de ya no tener que lidiar con él y con mi escaso auto control sería un alivio.

Pero este alivio jamás llegó, nunca supe lo que sería quedarme en el Salazar sólo con mis amigos y Diego. Las cosas se fueron deformando de apoco. Ese día salí de clases con mis compañeras, todas hablaban acerca del tema de estudio, yo apenas las escuchaba, estaba ensimismada en una escena que escribiría muy pronto, cuando las risas sosegadas me sacaron de mi ensoñación.

—¡Qué pena con esos dos! —cuchicheó alguien.

—¡shh! —La silenció otra —¡Cállate, que es el novio de Ingrid!

Como acto reflejo volteé a donde el resto de mis compañeros, todos miraban al patio principal, en medio de los dos edificios A y B, de inmediato reconocí el auto blanco que se encontraba estacionado. Cerré los ojos con fuerza y me llevé las manos a la cara, desee con todos mis fuerzas tener la habilidad de desaparecer. Era Diego, desde luego, y hacía sonar el claxon con gran estrepito ya que forcejeaba intentando mantener las manos de su hermano fuera del coche.

Después de un largo suspiro, y de las miradas incomodas sobre mí, me eché a andar hacia el patio a donde se encontraban ellos.

—¡Dame el puto carro! —gritaba Alex a Diego que se encontraba en el lado del chofer. La puerta estaba entreabierta ya que cada uno jalaba en una dirección diferente.

—¡Ingrid! —Exclamó Diego al verme, con cierto alivio en la mirada —súbete al carro.

—¿Ahora qué pasó? —exclamé, furiosa por la escena, esos dos ya eran lo suficiente conocidos en la escuela como para crear tremendo alboroto. Me acerqué lo suficiente como para verle la cara Diego.

—Nada, nada—intentó sonreír él—vamos a dar una vuelta.

Pero yo veía en su cara que estaba nervioso, estaba alterado, la frente le brillaba perlada en sudor a pesar del viento helado que nos revolvía el cabello.

Alejandro resopló, entonces me volví a verlo.

—Estás pendeja si te subes al carro con él. —comentó el voz baja, cansina.

Fruncí el ceño pero aun así me volví a ver a mi novio.

—Ya Diego, mi amor, ¿qué pasó? —pregunté, mientras lo veía aferrarse al volante, atrincherado en el asiento.

—Sólo quiero que salgamos a dar un paseo—insistió, pero casi al mismo tiempo intervino Alex.

—El pendejo no me quiere dejar ir, mis cosas ya están en la cajuela.

Entonces entendí, ese era el día en que los seños de tinta y papel terminaban para Alejandro, él había estado recogiendo sus cosas durante la semana, y cosa extraña en los hermanos, se habían mostrado muy fríos al respecto, casi como si no les importara, cuando yo bien sabia cuanto les dolía tener que separarse en esos términos, no era una separación real, se seguirían viendo, pero entre ellos la frecuencia era necesaria, casi imperiosa. Así que por fin ahí estaba, la reacción que explota luego de la acumulación.

—Mi cielo...—intenté razonar con él.

—Sólo quiero que salgamos un rato a algún lado—me interrumpió Diego, y lo dijo con tal dulzura que algo dentro de mí tembló.

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora