Capítulo 5: Súbito incremento de palpitaciones. (1/2)

299 57 10
                                    

—Vamos a ir a un concierto —soltó de pronto Alejandro, mientras se dejaba caer en uno de los lugares vacíos de la mesa en la que me encontraba reunida con Walter y las chicas. Riverita venía justo detrás de él. Ambos vestían pantalones deportivos, camisetas blancas y tenis. Estaban empapados de sudor y los cabellos se les pegaban a las sienes al igual que a sus mejillas enrojecidas y brillosas.

Ese día era sábado, un día que había aprendido a odiar porque no podía ir a ningún lado por falta de dinero. Lo poco que tenía lo racionaba, así que pasaba casi todo el día haciendo tarea, lavando ropa y pasando el rato en la habitación de Ángela o ella en la nuestra. Sólo conversábamos, comíamos, navegábamos un rato en Internet y esperábamos en esa apacible calma a que llegará el lunes. Y aquel sábado no había comenzado como si fuera la excepción. Los hermanos habían ido a correr como todas las mañanas y el resto de nosotros nos encontrábamos desayunando.

—¿Concierto de qué? —preguntó Riverita, mientras se apartaba los cabellos cafés del rostro, ahora más oscuros a causa del sudor.

—De un violinista alemán o algo así, no lo conozco, no he tenido el gusto—contestó Alejandro, se encogió de hombros y le restó importancia. Tenía los brazos sobre la mesa, en una posición que denotaba indiferencia.

—¿Y por qué no me habías dicho que iríamos? —continuó Riverita, que se acercó para tomar asiento a lado de Lorena y miró desde su altura a su hermano, que le miraba con sus ojos verdes, impasible.

—Te lo estoy diciendo ahora, Riverita. —Le contestó éste, haciéndole una mueca de desagrado y utilizando una voz chillona a propósito—¿Quién quiere ir? —exclamó, dirigiéndose a nosotros.

Todos nos miramos las caras, sorprendidos. Sabíamos de pronto que no nos esperaba una tarde de sábado tan aburrida y luego exclamamos casi al unisonó.

—¡Yo!

Luego de eso las chicas y yo nos retiramos a nuestras habitaciones y dejamos a los muchachos desayunar a solas.

A las cinco de la tarde ya estábamos todos engalanados y listos, esperando a fuera de la escuela a que Alejandro apareciera. Él había insistido en que a las cinco debíamos estar listos, a pesar de que el concierto comenzara a las siete y media, y ahora era él quien no aparecía. Ya nos tenía fastidiados de esperar en esa banqueta donde estábamos sentados, todos excepto Ángela que se guía de pie, pues se había puesto una falta muy corta y zapatos altos, una elección que aunque bonita yo había descartado desde el principio, no me apetecía estar de pie con zapatos altos y mucho menos con una falda tan corta entre tanta gente, había elegido en cambio un pantalón muy pegado al cuerpo, con una blusa de color azul eléctrico que me dejaba los hombros al descubierto, y en cuanto a los zapatos, los más bajos posibles me iban siempre bien, pues mi altura no era nada despreciable. Lorena había elegido zapatos altos también, pero en conjunto con un short de cuero entallado al cuerpo, con una camiseta holgada y sin mangas en donde su pequeño cuerpo casi flotaba, y por ello se había puesto un top debajo, para no mostrar más de lo bebido. Walter se había esforzado esa noche, con una camisa azul marino, casi del mismo color que el pantalón ajustado que llevaba, con unos zapatos cafés, y Riverita, bueno, Riverita llevaba ese estilo de artista urbano que nada le costaba conseguir, una simple camisa gris a cuadros, con un pantalón que tenía las rodillas desgastadas a propósito, las gafas gruesas que ya casi no le había visto usar y el cabello despeinado. Él siempre iba despeinado, pero sabía cómo combinarlo, con una buena sonrisa en su rostro.

Al cabo de los minutos un auto reluciente y negro se aproximó a nosotros, nos deslumbró con los faros e hizo sonar el claxon. Era Alejandro el que conducía, se estacionó delante de nuestras miradas incrédulas.

Sueños de tinta y papelDove le storie prendono vita. Scoprilo ora