Capítulo 19: Trapitos al sol. (2/2)

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Esa tarde permanecí en el pasillo, delante de la puerta de la habitación de Diego, había tenido que recurrir a montar guardia hasta que apareciera, pues se había negado a hablarme por cualquier medio. Ignoró todos mis mensajes de texto, mis llamadas y los recados que le enviaba con Lorena. No lo había visto por más de unos minutos desde hacia tanto tiempo, aquel era mi último recurso. Si fallaba, entonces me daría por vencida.

Esperé, con el corazón palpitándome con fuerza, hasta que al fin apareció. Asomó la cabeza por el pasillo, me puse de pie de un brinco y di un paso en su dirección pero retrocedí con torpeza al notar que Alejandro venia tras él a grandes zancadas, casi corriendo. Ambos repararon en mí, pero me ignoraron.

—¡Te estoy hablando—exclamó Alejandro, con evidente molestia—no puedes ignorarme toda la puta vida!

Pero su hermano no le hizo el menor caso, entró en su habitación y cerró de un portazo. Alejandro se estrelló contra la puerta, pegó el rostro a la superficie de madera.

—¡Diego abre la puerta y habla conmigo!—dijo, con la voz contenida.

No recibió contestación.

Debía admitir que Diego por lo menos era justo, no me hablaba, no me dirigía la palabra, pero tampoco a Alejandro.

Entonces me atreví a hablar.

—Yo también estoy aquí—dije, con la voz sosegada—háblame, por favor.

—¡Váyanse a la verga,—gritó Diego desde el interior—lárguense los dos!

Alejandro se volvió a verme, con el rostro encolerizado.

—¡Ya lo oíste!—Exclamó —¡Quiere que te vayas!

Me hice a un lado, asustada.

Alex comenzó a tocar la puerta con los nudillos, al tiempo que le gritaba que le abriera, su voz aún era calmada, a pesar de los gritos, pero al saberse ignorado, se enfadó y comenzó a golpear con más fuerza.

—¡Abre la maldita puerta!—exclamó—¡Si no la abres la tiro, me vale madres, Diego, te juro que la tiro!

Pero del interior del cuarto no surgió ni una réplica, a pesar de los esfuerzos que hacia Alejandro. Entonces comenzó a aporrear la puerta con verdaderas ganas, cada vez con más violencia, con las manos, con los nudillos, con la punta del zapato.

—¡Me vale verga que se enteré toda la puta escuela—exclamó—¡Ábreme la puerta!

Los nudillos de Alejandro se llevaban la peor parte, se le veían rojos, a punto de explotar sangre, pero él no desistió, siguió golpeando con furia, aunque los estudiantes comenzaban a salir de sus habitaciones. Pasaban de las seis, y por ello la mayoría estaba ya en el edificio. Yo sólo los miraba, con la disculpa escrita en mis ojos, pues ese alboroto era en parte culpa mía. Yo no tenía la fuerza ni el vigor que tenía Alejandro para crear tremendo espectáculo, sin embargo, yo lo había llevado a pelearse con Diego, aquel al que tanto quería.

—¡Ábrela, mierda, ábrela! —gritaba Alejandro, golpeando cada vez con más rapidez y fuerza.

De pronto, sin previo aviso, a puerta se abrió, Alejandro casi cayó de bruces al suelo en el interior de la habitación, pero sólo trastabilló y se recuperó con rapidez. Con la poca dignidad que aún le quedaba, miró a su hermano.

—Habla conmigo—dijo, con la voz quebrada.

Yo me colé en la habitación como un suspiro, sabía que Diego no tardaría en echar a Alejandro, pero antes de sacarme también, tenía que escucharme. Me arrinconé en su cama, en la esquina, con la espalda pegada a la pared.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now