Capítulo 25: La prueba (2/2)

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Aquella era una prueba que no sabía que estaba ocurriendo, sólo años más tarde, en retrospectiva sabría cómo esos días me ayudaron a tomar la decisión que tomé. La prueba de la que estaba al tanto era la que ocurriría en la escuela. Regresamos un siete de enero, un día después de la celebración de reyes. Ya no temblaba, ni temía lo que pasaría, porque ya no me importaba con la misma intensidad que antes de las vacaciones.

No tuvimos mucho tiempo para prepararnos para la prueba, que para cada uno fue distinto, apenas dos días después de regresar de las vacaciones comenzaron las presiones. En ese momento no sabía cómo evaluarían a Ángela ni a Lorena, lo único que sabía era sobre lo que debía hacer yo para asegurar mi lugar. Debía entregar un relato de tema libre, y dependiendo de su calidad, podría quedarme o tomar mis cosas y regresar a casa. Diego podía entregar un cuadro, un dibujo, lo que quisiera, podía comenzar a pintarlo desde cero o tomar uno de los que ya tenía hechos. Pero ni él ni yo nos aclarábamos a hacer nada, estábamos en negación, solo íbamos a clases y fingíamos que nada pasaba, que no tendríamos que volver a casa tarde o temprano, tampoco hablamos de lo que pasaría con nosotros cuando tuviéramos que separarnos, porque aquella era la posibilidad más cercana y también la más dolorosa.

Esa tarde salí de clases con una resolución, entregaría para la prueba cualquiera de los relatos que tenía escritos con anterioridad, si me ponía a escribir uno nuevo era probable que consiguiera mi boleto de vuelta a casa. Mi mejor opción era apostar por alguno de mis escritos viejos, los que escribí en mi época de profunda depresión, si querían sentimientos desbordantes esos sin duda los tenían. Iba a decírselo a Diego y a aconsejarle que hiciera lo mismo, pero no estaba en la habitación de Alejandro, donde solía pasar más tiempo, ésta se encontraba vacía, ni tampoco estaba en las salas de dibujo. Por ello, aunque era medio día, y los pasillos de las habitaciones estaban desiertos fui hacia ahí.

La puerta estaba cerrada, pero aun así toqué.

—Diego —lo llamé con los nudillos sobre la madera—¿Estás ahí?

En el interior de la habitación se escuchó un ruido, luego pasos, y segundos después la puerta se abrió, y al instante noté que algo andaba mal. Olía horrible, olía a tristeza, ansiedad y desesperación.

Diego me miraba desde cierta distancia, me había abierto la puerta pero de inmediato se echó para atrás, no se acercó a besarme como siempre hacia. Lo miré, con el reproche en la mirada y el corazón encogido.

—¿Lo estás haciendo de nuevo?

—No, Ingrid, por Dios—contestó, al tiempo que retrocedió. Se apartó el cabello con las manos, sin cuidado, con torpeza.

—Ven—le dije, al tiempo que caminaba hacia él, con las manos extendidas. —Déjame abrazarte.

Y aunque con renuencia, me lo permitió, dejó que lo recibiera en los brazos, y ahí, entre su pecho pude notarlo, pude saborear el olor de la marihuana. Olía horrible, el olor me desagradaba por completo, me provocaba arcadas, el estómago me daba un vuelco, no podía comprender por qué lo hacía. Sin darme cuenta me solté a llorar, él lo notó, me apretó contra su pecho y me llevó a la cama.

—¿Qué mierda te pasa? ¿Por qué lo haces? —pregunté, y en un arrebato de coraje lo tomé del cabello, tiré de él y lo hice mirarme. Él me observó, tranquilo, impasible.

—Es solo marihuana —comentó, y se encogió de hombros.

¡Por Dios, estaba completamente drogado! ¡Estaba tan, pero tan tranquilo que me daba miedo! ¡Nunca lo había visto así, ni siquiera ese día, el día en que me perdonó y prometió jamás volverlo a hacer! No sabía cómo seguir, no sabía cómo lidiar con eso, tenía a un Diego raro en mis brazos, un extraño que al mismo tiempo era él, el mío.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now