Capítulo 7: La playa. (2/2)

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A la mañana siguiente nos encontrábamos todos afuera de la escuela, frente al edificio «B», esperando a que apareciera Diego, sólo faltaba él. Los demás nos habíamos presentado muy temprano, incluso Alex, que refunfuñaba y maldecía a su hermano por irresponsable. Repetidas veces le había llamado por teléfono hasta que al fin contestó, sólo habló un par de segundos con él y luego colgó.

—Ya viene—se limitó a decir, y luego se levantó de la banqueta en donde había estado sentado desde las ocho de la mañana. Bajó las gafas de sol que tenía en la cabeza y se metió al auto blanco estacionado frente a la escuela.

El resto nos miramos las caras, preguntándonos si debíamos hacer lo mismo o esperar un poco más, pero justo en ese momento una figura alta y sonriente salió de la entrada del edificio «A», con rapidez se aproximó a nosotros y entonces la alegría volvió. Era Diego, vestía pantalones de mezclilla, tenis de tela azules y una playera sport bastante holgada de color gris que dejaba al descubierto gran parte de su piel, lo que era raro en él, pues siempre vestía camisas de franela de mangas largas, o playeras. Tenía el cabello suelto, todo su espeso cabello café le caía a los costados y en la cara, y él se esforzaba por apartárselo con las manos.

—Hola —saludó él, cuando estuvo cerca de nosotros—me quedé dormido —comentó a modo de disculpa, además de esa sonrisa pequeña que se dibujaba en su rostro que también denotaba culpabilidad, pero nada de eso importó, el día pintaba muy bien, presentíamos que la pasaríamos genial.

Un espléndido sol iluminaba el cielo, unos agradables veintinueve grados y vientos ligeros provenientes del sur nos bendecían ese día, nada podía salir mal.

De inmediato Diego nos saludó a todas, estrechó la mano de Walter y abrazó a su hermano. Todos corrimos al interior del auto, pero nos quedamos callados y sorprendidos cuando éste entró en la parte trasera, con las chicas y yo, dejando a Walter sin lugar, pero este no dijo nada, el que habló fue Alejandro.

—Diego —dijo, con un tono de voz que denotaba molestia contenida—muévete, pásate para el asiento de adelante.

—¿Por qué? —preguntó este, con un ligero ceño fruncido. Ya se había acomodado en el asiento a mi lado, y la mochila café que siempre iba con él se encontraba en el suelo del auto.

—Eres mi copiloto. —le explicó Alex, enfurruñado.

—Pues hoy no quiero—contestó Diego, con tranquilidad. —¿Te molesta?

—¡Sí, mierda!—le gritó, volviéndose para verlo. —¡Quiero que te pasases para el maldito asiento de enfrente! ¡Necesito hablar contigo!

Yo temblé un poco, cuando el ambiente se quedó suspendido con los gritos de Alejandro flotando en él. Pero esto, más que molestar a Diego, le causó gracia, se dobló de la risa por un rato, comentó un par de cosas graciosas sobre el temperamento de su hermano pero aun así tomó su mochila, salió del auto y se cambió de lugar. Walter ocupó el asiento a mi lado.

Cuando ya estuvimos todos acomodados, el auto arrancó con un fuerte sonar del motor. De prisa tomamos una autopista, el auto comenzó a acelerar, las ventanas iban abiertas, dejando que el aire cálido de la mañana rozara nuestras mejillas, alborotara nuestros cabellos y nos ensordeciera por la velocidad a la que íbamos.

Al cabo de los minutos, mi buen humor volvió, los gritos quedaron atrás.

Yo no podía dejar de sonreír mientras veía todo alejarse de nosotros, poco a poco la mole de ciudad se quedó atrás, dejándonos solos en medio del asfalto y el azul del cielo.

Todos íbamos callados, medio ausentes, el radio del auto estaba apagado, el único sonido era el del viento zumbando con fuerza mientras avanzábamos a una velocidad vertiginosa. Me acomodé en el hombro de Walter, que en lugar de molestarse, me abrazó, era como estar en los brazos de un hermano, y así, desde mi lugar podía observar a Diego, le veía el perfil, su nariz chueca, la forma de su mentón, sus cabellos cafés ondeando al viento, la manera en que sonreía mientras le echaba miradas furtivas a su hermano, y cerraba los ojos después. Se notaba que estada disfrutando el día tanto como lo estaba haciendo yo. Lorena y Ángela tenían sus teléfonos entre las manos, escuchaban música en sus audífonos, perdidas también en la inmensidad de sus mentes.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now