La Orden del Fénix

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Le costó mucho a Isadora volver a su habitación esa noche, habían sucedido demasiadas cosas buenas que debía asimilar y, además, hubiese querido quedarse otro buen rato en la sala común con Sirius; por eso cuando se levantó y bajó las escaleras hasta la sala común, se alegró de ver que él ya estaba allí, con los demás merodeadores, echado en el sofá con su camisa arremangada hasta los codos y la corbata desajustada. No sabía exactamente cómo debía actuar, pues claramente no tenía demasiada experiencia en la materia. Por suerte para ella, Sirius fue el primero en hablar.

- ¡Buenos días! – exclamó al mismo tiempo que saltaba por encima del sillón, corría hacia ella olvidando frenar y casi tumbándola al suelo. Ella juró que podía acostumbrarse en seguida a ser recibida así por las mañanas, o en cualquier otro momento del día.

- Buenos días – dijo dándole un pequeño beso en los labios – Buenos días, chicos... ¡Sirius, no puedo caminar! – chilló ella mientras trataba de llegar a sus amigos.

- Ya, déjala en paz, Canuto, no se va a perder – lo regañó James.

- Eso recuérdalo tú, me gustaría saber a qué hora te convenciste de que Lily no se iba a perder anoche – lo defendió Isadora. James se cruzó de brazos haciéndose el ofendido y sus amigos rieron.

- Chicos, es nuestro último día en Hogwarts, ¿alguien lo notó? – preguntó Peter.

- Mmm... yo la verdad que estaba intentado que se me olvide – respondió la muchacha, dejándose caer en el sillón con Sirius a su lado.

En cuanto Lily, Alice y Frank se unieron al grupo se encaminaron juntos al gran comedor, en el cielo encantado se notaba que la lluvia era inminente. Las cuatro mesas de las casas habían sido colocadas en su lugar nuevamente. Lo primero que les llamó la atención fue no ver a Dumbledore ni a la profesora McGonagall en la mesa del fondo, pero no llevó demasiado tiempo para que se enteraran el motivo.

Minerva McGonagall avanzaba con paso apresurado y los labios fruncidos a un lado de la mesa de Gryffindor. Se detuvo justo detrás de Isadora y Sirius, como esperando que ésta última volteara.

- Buenos días, profesora – saludó ella. - ¿Sucede algo?

- Buenos días – respondió con apremio – Me temo que necesito que me acompañe, señorita Lamperouge – explicó con expresión consternada. Isadora cruzó su mirada con la de Sirius, pues no entendía para qué podría necesitarla McGonagall – El profesor Dumbledore es quien quiere hablar con usted.

- ¿No puede decirme? – Preguntó ella aún más nerviosa. Minerva negó espasmódicamente e Isadora, sin más remedio, se puso de pie. Sirius tomó la mano de su novia antes de que se alejara.

- Puede venir si lo deseas – Concedió la mujer con voz suave al ver el gesto de Sirius. Isadora hubiese preferido que Minerva le dijese que no era necesario que alguien la acompañase.

Cuando los tres llegaron al despacho del director, Dumbledore paseaba de un lado a otro de la habitación sumido en sus pensamientos. Al verlos el anciano profesor sonrió cortésmente, alzó su varita conjurando un patronus al que envió por "noticias" y se sentó en el sillón que se encontraba detrás de su escritorio.

- Siéntense, por favor – pidió señalando los dos sillas frente a él, miró a Minerva, ella asintió y los dejó solos. – Isadora, ¿alguna vez tus padres te hablaron de la Orden del Fénix? – preguntó mirándola fijamente por encima de sus anteojos con forma de medialuna.

- No, profesor, no entiendo por qué estoy aquí, ¿Tiene que ver con ellos?

- Me temo que sí, ¿Estas segura que no lo mencionaron?

Sirius Black: el velo de la muerte¹Where stories live. Discover now