Noviembre - 1985-

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Sirius

Hacía muchos días que el invierno se había apoderado de Azkaban. En realidad a Sirius le costaba saber si eran días o semanas, pues no llegaba a ver el día pasar. El sol casi nunca se colaba por las diminutas ventanas de la prisión. Si nadie lo veía, podía pasarse las horas escondido bajo su disfraz de perro, los dementores no le hacían caso cuando él tomaba su forma animal, y era entonces cuando podía regalarse recuerdos de su vida pasada. Se imaginaba rodeado de todas las personas que amaba, en otra vida, en otro tiempo; trataba de olvidar el lugar en que estaba. Ningún recuerdo duraba demasiado tiempo, podía sentir a los dementores rondar por los húmedos pasillos y cada vez que se acercaban los recuerdos automáticamente cambiaban. Volvía a ese 31 de octubre, se encontraba a si mismo de pie sobre las ruinas de la casa de Lily y James, y ellos dos tendidos en el suelo; luego su mente le imponía la imagen de Peter Pettigrew escapando, al mismo tiempo que dejaba una docena de muggles muertos a su alrededor. Cuando las encapuchadas figuras espectrales se quedaban demasiado tiempo cerca de él, volvía a revivir el momento en que alcanzó a ver a Remus sujetando a Isadora para que ella no se le acercara.

Le habría gustado quedarse divagando con su mente en una realidad alternativa, pero el sonido de alguien aproximándose le hizo cambiar su forma. Examinó su apariencia. Tenía el cabello demasiado largo y ya podía contarse más costillas que la última vez. Rebuscó un momento y encontró un poco de comida que había guardado de la última vez que le habían servido el almuerzo. Llegó a escuchar que dos personas del ministerio hablaban entre ellas, según decían era 27 de noviembre. A Sirius se le hizo un nudo en la garganta. Era el cumpleaños de Isadora.

Isadora

Isadora leyó la última página de un voluminoso libro sobre avanzada defensa contra las artes oscuras mientras bebía el último sorbo de té de limón. Echó un vistazo a los dos sobre que había sobre la mesa. Desde luego ya sabía quiénes eran los remitentes, también conocía el motivo de tales cartas. Era su cumpleaños. No ignoraba la fecha, sólo no quería acordarse, detestaba que Alaric y Remus le marcaran el paso del tiempo con ese tipo de gestos pues ella no estaba de humor para ninguna especie de celebración. En realidad no estaba de humor para prácticamente nada. Se levantó de la silla y miró por la ventana, llovía torrencialmente, el cielo estaba tan gris como esos ojos que se le vinieron de inmediato a la mente. Junto al libro de Secretos de las Artes más oscuras que leería a continuación, había una cajita de madera. Abrió la caja con una pizca de esperanza, el contenido de ésta era un reloj de cadena que funcionaba como una especie brújula, y una llave. Nunca había usado esa llave, pero recordaba el día en que un empleado del ministerio se la entregó; la madre de Sirius había muerto, lo cual para ella no significaba demasiado, no la conocía y sabía que ella no había sido buena con Sirius, la cuestión era que la bóveda de la familia Black había sido heredada por él, junto con una propiedad en Londres que nunca se atrevió a visitar, y al ser ella su esposa le correspondía guardar o usar la llave y la casa si hubiese querido hacerlo, pero no era el caso. Arrugó la nariz e ignoró la llave, pero tomó el reloj entre sus dedos. Suspiró.

- Sirius – requirió. La pequeña aguja, que supuestamente debía señalar en una sola dirección, comenzó a girar sin intenciones de detenerse. A Isadora no le sorprendió, era el mismo resultado de siempre. Supuso que habría algún hechizo en Azkaban que impedía que la ubicación fuese revelada tan fácilmente. Se quedó con la vista fija en la exasperante aguja color plata hasta que en un arrebato de furia e impaciencia estrelló el reloj contra el suelo. Un hechizo conjurado sin su varita lo hizo estallar en muchos fragmentos. Inmediatamente se arrepintió, pero ya estaba hecho. Guardó todas las piezas en la caja y tomó el libro de mala gana, consciente de que todo ese conocimiento que vorazmente adquiría de cuanto libro encontrase no llenaría ninguna especie de vacío.

Remus

Esa mañana Remus había recibido una visita. Alaric había ido a hablar con él sobre Isadora, insistiendo en que ella no se encontraba bien, lo cual era evidente.

- No puede pasar su vida aislada del resto del mundo y tú lo sabes, Remus.

- ¿Qué pretendes que haga? ¿Que la obligue a salir de su casa? ¿A hablarnos a nosotros? Dime por qué piensas que me escucharía más a mí que a ti.

- Es su cumpleaños – objetó Ric

- Ya lo sé, lo mismo fue el año pasado, esperaba que mejorara, pero no lo ha hecho.

- ¿No crees que lo que sucedió le afectó... demasiado? – preguntó Ric haciendo énfasis en la última palabra.

- Alaric, ella no está demente, sólo está dolida, y no nos escuchará porque sabe lo que pensamos. No hablará con nosotros si seguimos creyendo que Sirius es culpable de lo que pasó.

- ¿Qué pasa si ella tiene razón? – consideró Alaric.

- A nadie más que a mí le gustaría creer eso, y si tuviese alguna prueba lo haría, pero no es el caso

- Al menos finge que le crees, o que dudas sobre lo que pasó y tal vez escuche.

- No, yo nunca le mentiría – concluyó Remus decidido a no seguir hablando del tema.

Se excusó con Alaric diciéndole que debía ir a trabajar para abandonar la conversación. Debido a su condición seguía tomando empleos muggles, aunque eran mucho más sencillos considerando que podía "hacer trampa". Trabajaba en un vivero; el anciano que lo empleaba estaba más que feliz con su desempeño, ya que parecía tener un "don", según él, para que las plantas estuviesen siempre perfectas. Remus no tenía ni idea de cómo cuidar rosales, azucenas, y frutales; si no hubiese sido por dos o tres eficaces hechizos, lo habrían echado a patadas en menos de una semana. 

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Espero que les guste el cap de hoy (aunque no creo que sea posible) XD. Todo mejorará eventualmente, jaja. 

Gracias por leerme, por sus ★ y sus comentarios, me encantan ♥

Sirius Black: el velo de la muerte¹Where stories live. Discover now