Albus Dumbledore

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Aún estoy a tiempo, no debe haber pasado demasiado... todavía hay oportunidad. Isadora se repetía esas frases a cada paso que daba mientras cruzaba el límite del bosque en dirección al castillo, tratando de atraer la buena suerte a fuerza de voluntad. No se escuchaba un solo ruido en los terrenos de Hogwarts a excepción las hojas de los árboles mecerse produciendo un sonido arrullador. La luna llena brillaba esplendorosamente y le iluminaba el camino. Casi no se veían luces en el castillo, los dementores no estaban cerca, podía notarlo en el ambiente. Todo aquello podía ser muy bueno o muy malo. Trepó la escalinata de piedra a una velocidad asombrosa decidiendo su camino al andar. Remus ya no era una posibilidad, Sirius no estaba en ningún lado. Tampoco había visto a Snape, Harry, Ron y Hermione al pie del Sauce Boxeador.

Giró a toda velocidad en el pasillo del cuarto piso para evitar que un muchacho prefecto la viese. Pero en la siguiente esquina frenó de golpe al toparse con quien buscaba exactamente.

Albus Dumbledore parecía tan sereno que la desesperaba. Estaba igual que cómo ella lo recordaba, con los anteojos de medialuna encima de la nariz torcida, el pelo y barba blancos. Por la expresión sosegada que exhibía, Dumbledore definitivamente estaba al tanto de todo; Isadora llegó incluso a pensar que estaba esperando que ella lo encontrara. Nunca se sabía exactamente cuánto sabía, o cuánto desconocía el director de Hogwarts.

- ¡Profesor! – exclamó ella acercándose al trote. Albus Dumbledore hizo un ademán para pedir silencio.

- Aquí no, Isadora – murmuró con amabilidad. Le tendió una mano como si quisiera guiarla hasta dónde debían ir, pero en lugar de eso comenzaron a girar sobre sí mismos y el suelo de piedra del castillo desapareció bajo sus pies – Disculpa mis modales – fue lo primero que Dumbledore dijo cuándo por fin se detuvieron en la sala de estar de la casa de Isadora, quien inmediatamente comenzó a protestar – Si te hubiera dicho lo que haría, no habrías venido, o habría tomado más tiempo. ¿Vas a batirte a duelo conmigo? – preguntó con amable curiosidad al ver que ella alzaba la varita.

- La verdad preferiría no tener que hacerlo – dijo ella secamente.

- Qué bien, porque yo tampoco y estamos cortos de tiempo – contestó Dumbledore con alegría, la estaba sacando de sus casillas.

- No me tome el pelo, profesor.

- Oh, claro que no... - respondió sin cambiar su tono afable – Debes quedarte en tu casa, el ministerio irá a Hogwarts y tú eres auror... - hizo una pausa como esperando que ella procesara el pedido - ¿Confías en mí?

- No – Dumbledore soltó una risilla cordial.

- Es lo más sensato, sí. – admitió – hablé con Sirius, me contó lo que sucedió; lo mismo Severus, pero éste no te mencionó. Ahora, sí de verdad quieres que esto funcione actúa como si fueras parte de ellos. Arriésgate sólo si es la única manera. Yo no puedo liberarlo ahora que Severus avisó al ministerio, Fudge ya está en mi oficina; si vas y te enfrentas a ellos terminarás muerta, prófuga o en Azkaban, lo mismo Sirius, ¿Entendido? – Isadora dio un cabeceo hosco – Isadora...

- De acuerdo, lo haré – habló casi por encima de Dumbledore, con terrible mal humor. Albus desapareció nuevamente diciendo que no disponía de más tiempo. Isadora maldijo por lo bajo por haberse obligado a hacerle caso a Dumbledore, ni siquiera estaba segura de que él creyera en la inocencia de Sirius, pero no podía negar que sus deducciones eran exasperantemente lógicas, como siempre, y la verdad era que no disponía de una mejor idea, ni siquiera tenía una idea a secas.

Tal y como el anciano director predijo; los mensajes urgentes del ministerio no tardaron en llegar. Cuando quiso acordar se encontraba en la oficina de Dumbledore. Por la chimenea seguían apareciendo más y más agentes; Isadora estaba acompañada por una docena de aurores, entre los que iban Dawlish, Kingsley Shacklebolt, Morgan, Proudfoot, Savage, Robards y Scrimgeour (éste último con el cargo de Jefe de la oficina de Aurores). Severus estaba de pie a la derecha del escritorio de Dumbledore, cuando cruzó la primera mirada con Isadora a ella le dio un escalofrío, se había quedado allí esperando una acusación. Pero no sucedió. Severus la observaba con un gesto que se debatía entre curioso y desconfiado, sólo eso.

- Terminemos con esto cuanto antes – ordenó Fudge entrando en el despacho – quiero poder descansar antes de que la gente de El Profeta se aparezca en la puerta de mi casa.

- Kingsley, Isadora, vengan conmigo – ordenó Scrimgeour – hay que ir a buscar a Black, los demás vigilen el camino. Morgan, ordénale a los dementores que vengan.

Allie Morgan le dedicó lo que parecía una tímida sonrisa de apoyo a Isadora. De seguro Morgan pensaba que era un momento difícil para ella. Ésta no supo bien como corresponderle, y se preguntaba por qué demonios todos tenían que saber su historia si ella no se preocupaba por el pasado de los demás. Severus no quería perderse el beso del dementor así que le pisaba los talones a Fudge y a Dumbledore, que cerraban la hilera de personas en dirección a la torre .Mientras sus pasos hacían eco en el piso de piedra Isadora iba imaginando los peores escenarios; ninguno era mejor que el otro; y en ninguno salía bien parada luego de enfrentarse a tanta gente al mismo tiempo. Era un plan suicida. Pero no podía dejar de intentarlo en cuanto llegaran a la cima de la torre y no le importaban las consecuencias. De pie en la última puerta Rufus posó una mano en el picaporte y asintió para confirmar que los demás estuviesen listos, destrabó la puerta mediante magia. Casi todos alzaron las varitas, excepto Dumbledore que contemplaba la escena con tranquilidad, cruzando los brazos detrás de la espalda, pero atento a cada movimiento. Al caer en la cuenta de que Sirius estaba desarmado, ni bien Scrimgeour abrió la puerta ella pasó como un rayo al interior de la habitación para enfrentarse a ellos, poniéndose en la línea de fuego. Fue una suerte que lo notara antes de alzar su varita para atacarlos. El plan de Dumbledore había funcionado, fuera cual fuese, pues Sirius ya no estaba allí.

Isadora tardó menos de un segundo en recomponerse de la sorpresa y actuó como se esperaba que lo hiciera. Junto con los demás aurores comenzaron a revisar la habitación de pies a cabeza, pero Sirius ya se había ido hacía rato. Apenas podía disimular la felicidad que la embargaba, el corazón le latía tan violentamente que creyó que lo escucharían desde todos los rincones de la torre.

La mayoría de los aurores siguieron a Scrimgeour para buscar a Sirius en los terrenos del castillo. Pero era una tarea inútil, pues los dementores no habían encontrado nada tampoco.

Fudge caminaba casi sin poder seguirle el tranco a Severus quien daba zancadas con el rostro desencajado de rabia y gritaba cada vez más fuerte.

- ¡NO HA DESAPARECIDO!, ¡UNO NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER TIENE ALGO QUE VER CON ESTO!

- Sé razonable, Severus. Harry está encerrado – Dumbledore parecía tranquilo, incluso podía decirse que contento y Fudge parecía enojado, pero Snape estaba fuera de sí. Entró con un portazo a la enfermería, Isadora y los demás aurores ya no podían verlo.

- Repórtense en el ministerio y eso es todo – avisó Fudge con pesadez al ver que ya casi podía verse la claridad del sol en el horizonte – Enviaré los relevos para que comiencen la búsqueda en los alrededores – dijo al equipo antes de salir corriendo tras los gritos de Snape.

A Isadora le habría gustado poder hablar con Harry y sus amigos, ver a Remus, saber qué pasó. Pero se suponía que en doce años jamás había visto a Harry Potter.

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¡Holaa!

He vuelto (después de mis míseras actualizaciones del verano) y les traigo un humilde maratón de cuatro capítulos para saldar mis deudas. Espero que lo disfruten y no me odien por no publicar en tanto tiempo :'(

Sirius Black: el velo de la muerte¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora