Prólogo

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Entré al famoso bar Pain et Vin del barrio Palermo. Traía un vestido negro bastante escotado y arriba de la rodilla, unos tacos de casi 15 centímetros y el pelo largo y suelto. Mi maquillaje era algo natural pero siempre al margen de sexy, el iluminador hacía que mi mirada fuera más profunda y llevaba los labios nude.

—Hola, ¿me das un Delamotte, por favor? —le dije al Barman mientras observaba a la gente que estaba en el lugar.

Mientras me entregaba la copa, lo visualicé. Un hombre alto y canchero, una barba bien diseñada, ojos azules, jeans y camisa gris. Cuando se acercaba hacia dónde yo estaba, me volteé y le tiré la copa encima.

—Ay no, perdonáme, ya te empapé. Que vergüenza —le miré la camisa y vaya que le había tirado media copa de champán. En ese momento, me miró a los ojos, con esos ojos azules que te atrapaban al instante.

—No te preocupes, seguramente mis amigos me iban a tirar la copa en dos minutos. Así que... —me miró con una sonrisa en la cara. Tenía linda sonrisa, lo hacía ver bastante fachero.

—Bueno sí, pero no es lo mismo que te tire una copa un amigo a que te tire una copa una desconocida —le dije haciéndome la canchera, él se tocaba el pelo y sonrió.

—No, no es lo mismo. Pero eso se puede arreglar —me tendió su mano —Nicolás Francella, un gusto —le di la mano mientras le sonreía coquetamente, se acercó a mi y me dio un beso en la mejilla.

—Mucho gusto, Nicolás

—¿Viste?, ya no somos desconocidos.

—No, ya no —reí— Yo soy Mariana, pero me dicen Lali.

—¿Lali, lalinda? —me dijo sin más. No se cuál fue mi cara pero tenía que pretender que había sido un chiste bueno, así que reí falsamente—. Seguramente has escuchado ese chiste malísimo muchas veces, ¿no?

—Sí, algo así —fingí mi risa.

—Tomabas.. —se olió la camisa donde tenía todo el champán— Delamotte —sonreí y asentí— Déjame invitarte otra copa.

No esperó a mi respuesta y ya le estaba diciendo al barman que nos diera una copa a cada quien. Después de varios minutos charlando, me invitó a la mesa con sus amigos, me los presentó y estuvimos otro rato ahí. Siempre hacíamos esa cruzada de miradas, yo tratando de coquetear con él y él evidentemente estaba cayendo ante mis pies. Sus amigos nos invitaban shots y yo fingía tomármelos porque sabía perfectamente que si lo hacía, terminaría tirada en el piso.

—¿Querés ir a otro lugar? —me dijo en el oído. Lo miré y le asentí guiñándole el ojo. Tomé mis cosas y me ayudó a ponerme la campera de piel que traía, nos despedimos de sus amigos y nos fuimos. Llegamos a su departamento y yo me hacía la difícil, le decía que le tenía miedo a los perros, ya que él tenía uno.

—Pero no muerde, es un cachorrito —decía un poco en pedo mientras subíamos las escaleras al primer piso— El que muerde es otro... —se rió a carcajadas porque le pareció un chiste, pero era uno muy malo, me limité a sonreír.

—Te juro, el otro día me habló.

No puedo creer lo gil que es, pensé.

—Ay no, no te creo —le seguí el juego.

—¡Enserio Lali, habló! —decía todo emocionado mientras abría la puerta.

—¡Te voy a matar, hijo de puta! —gritó una chica al fondo del pasillo de su departamento. En ese momento me cerró la puerta en la cara y escuché todo.

—¿Qué pasó, amor?, ¿no estabas en Mar del Plata?

—¡No te hagas idiota! —gritó nuevamente— ¡Qué estúpida que soy!, ¡mis amigas siempre me lo dijeron y ahora compruebo lo chanta que sos!

—A ver mi amor, no entiendo, ¿qué pasa? —dijo cínicament. Me aguanté la risa por lo gil que era.

—No te hagas ¿con quién venís?

—¿Yo?, con Martita, la novia del gordo que ahora venía —sonó nervioso.

—¡Martita, mis pelotas! —en ese momento se abrió la puerta y yo seguía recargada en el marco de la puerta tranquilamente—. Te presento a Lali Espósito.

—Hola —dije sin preocupación, sin sonrisa, sin gestos. La cara del pobre hombre cambió por completo—. Gracias —La chica me dio un cheque con siete mil pesos y le agradecí. Acto seguido cerró la puerta sin dejar que el chabón dijera algo más.

Llegué a mi casa y me fui directo al ventanal de la cocina, tomé el marcador y agregué una raya más a la colección.

Todo lo que había pasado, no es culpa de Nicolás. El pobre es un hijo de puta como todos los hombres, está en su ADN, al igual que el no bajar la taza del escusado después de ir al baño o desvestir a una mujer con la pura mirada y eructar cuando ya te tienen confianza. Esto no lo hago para joder la vida de los demás, lo hago simplemente por cobrar el cheque, soy una profesional. No soy una prostituta o detective, eso es otra cosa. Pero todo empezó gracias al novio de mi mejor amiga.

A Mi ManeraWhere stories live. Discover now