41. Sanar nuestras heridas

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A la mañana siguiente, pasamos por el coche de Josh a fuera de dónde fue la fiesta a noche. Se me hace tan extraño y al mismo tiempo tan confortable saber que está conmigo de nuevo, es como si esto fuese un sueño y en un par de minutos me despertaré sola en la cama de mi departamento. 

Josh se coloca el cinturón de seguridad y enseguida pone la radio a todo lo que da, pero yo bajo el volumen. 

Necesito hablar con él. 

A pesar de que ayer hicimos el amor como locos, hay muchas cosas que tenemos que solucionar, no podemos quedarnos callados sin hablar que es lo que ocurrió con nosotros. 

—Creí que te gustaba esa canción—dice, cuando arranca el auto—. Si quieres cambio de estación. 

Me encojo entre mi abrigo. 

Hace un frío tan intenso que me cuesta trabajo pronunciar algo. Siento los labios congelados, sin embargo pongo esfuerzo para pronunciar lo siguiente: 

 —No es eso. Es sólo que creo que es el momento de arreglar las cosas. Ya sabes, tener esa charla que nos haga volver a la normalidad. 

Chasquea la lengua. 

Se detiene ante un semáforo y yo contemplo a una pareja de ancianos que caminan tomados de la mano por la acera. La señora tiene una enorme sonrisa en el rostro y apostaría todo a que su marido es el responsable. 

Ojalá tuviera la certeza de que Josh y yo llegaremos a querernos hasta que tengamos la misma edad que los señores. Daría todo para que ese fuera nuestro final. 

—Creí que a noche todo quedó claro —agrega preocupado. 

Quito los ojos de la ventanilla y los concentro en su mirada atónita. 

—Josh, ayer casi no hablamos —digo, sintiendo como un leve sonrojo aparece en mis mejillas—. Nos dedicamos más a lo físico... 

Esboza una sonrisa. El verde al fin se ha puesto y arranca de nuevo. 

—Sé que tienes razón, te prometo que hablaremos en cuanto lleguemos a casa. Ahora sólo déjame disfrutar de tu compañía —Vuelve a subir el volumen y empieza a cantar. 

Resoplo frustrada. Tiene razón, lo único que queda es disfrutar de este momento a su lado. 

No despego el ojo de él. Se pone tan encantador cuando canta que es difícil no seguirle el juego. Sus mejillas están encendidas al igual que su nariz, su cuerpo no está tan acostumbrado a sentir este tipo de inviernos. 

Sigo sin entender cómo es que manejó cuarenta y dos  horas bajo la tormenta de nieve. Gracias a Dios que no le pasó nada, porque si hubiese sido así, jamás me lo hubiera perdonado. 

—¿Qué?—murmura cuando se percata de mi mirada. 

—Nada, Josh. Sólo estoy viéndote. Me encanta tu rostro, es muy bello.

Lo he dicho en forma sarcástica, aunque en teoría es cierto y en práctica también. Él quita la vista del camino unos segundos y para los labios en forma graciosa, como si pretendiera darme un beso. 

Yo sólo suelto una carcajada y me doy cuenta que es la primera vez desde nuestra separación que rio de verdad. 

 

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Cuando eras mía©Where stories live. Discover now