44. El vestido que lleva el nombre de Josh

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Me separo de Josh cuando noto que termina de llorar

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Me separo de Josh cuando noto que termina de llorar. Me parte el alma verlo así, pero no puedo hacer nada, sólo queda consolarlo. A pesar de las ganas inmensas que tengo de besar cada una de sus lágrimas, me detengo. 

—Todo irá bien —musito, mientras acaricio su cabello.

Él asiente y me mira con sus ojos enrojecidos. 

Nos quedamos viendo fijamente, parpadeo un par de veces para evitar que lea todos los sentimientos que tengo hacia él. No es el momento y mucho menos el lugar. 

Mi celular suena haciendo que me sobresalte un poco. Veo en la pantalla el número de mi compañero, le pido perdón a Josh y me alejo para atender la llamada. 

—¿Qué pasó, Treb? 

—He hablado con Alexis Roma. ¿Quieres que comamos juntos para hablar acerca de los detalles? 

Sonrío. 

—Muchas gracias —respondo emocionada—. ¡Por supuesto que sí! ¿Te parece si nos vemos en dos horas?

—Perfecto, te estaré esperando. 

Me despido para finalmente colgar.

Trébol es un chico agradable y muy talentoso. Él, al igual que yo, ha tenido la oportunidad de llevar sus obras al extranjero. A noche fuimos a ver una presentación que se realizó en una galería en San Carlos. Nos la pasamos muy bien, y le conté acerca de lo que tengo planeado con mi nueva colección. Treb me comentó que era amigo de uno de los directores que son responsables de Bellas Artes y que si gustaba podría ayudarme. 

¡Dios! Si  Alexis ha escuchado acerca de mí, juro que no vuelvo a quejarme de nada en mi vida. 

Alzo el rostro al sentir la mirada del castaño.

—¿Te importa qué me vaya cuando llegue Tyler o tu padre?  

Él niega con la cabeza. 

—No, princesa. Está bien, vete —agrega, mientras me clava sus penetrantes ojos miel en mí—. Ya no tardan en llegar. Estaré bien.

Me acerco y beso su mejilla. 

Su aroma inunda mis fosas nasales, joder, tengo que parar de ser tan débil. Me alejo de Josh pero él sostiene mi mano y la entrelaza con la suya. 

—Te quiero. 

Me deshago de su amarre con suavidad. No puedo decirle que también siento lo mismo que él, porque esto no nos ayudaría en nada, pero tampoco puedo decirle algo hiriente por el simple hecho de que no lo merece y no quiero lastimarlo; así que opto por la tercera opción: regalarle una sonrisa y marcharme de allí.

Camino sosteniendo mi bolso y llego hasta el auto que he comprado la semana pasada. Es sencillo, pero me basta con eso. 

Inclino mi frente contra el volante, luego, cuando sé que estoy en la intimidad de mi soledad, me animo a pronunciar lo siguiente: 

Cuando eras mía©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz