Vigésimo séptimo

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Harry

Entré a su hogar con bastante curiosidad, mirando por mis lados. No estaba muy cómodo con la situación, aún me parecía raro estas circustancias. Cuando ella prendió las luces de su sala, logré mirar mejor su muy ordenada casa. Detuve mis discretas observaciones cuando se giró a verme.

— Tiene una muy bonita casa — bajé el tono de mi voz, ella me había dicho que no estaba nadie más que ella pero se sentía extraño. Cerré la puerta, todos los sonidos parecían hacerse más ruidosos casualmente.

— Gracias — ríe un poco — Ven, a la cocina.

Me guía a su cocina, prende la luz y dejamos las bolsas del mandado sobre la mesa.

— Así que... ¿su esposo no se encuentra? — pregunté, me daba vergüenza ya que no quería sonar tan nervioso.

— No, él está ahora en Liverpool por cosas del trabajo. Estará una semana por ahí — me dice a la vez que saca el pastel que compró.

— Oh ¿y a qué se dedica? — ahora sí digo con más interés.

— Pues estudió mercadotecnia y publicidad, y actualmente está trabajando en una empresa de diversos productos donde se encarga de las ventas y productos, ya sabes, su comercialización — lo dice con orgullo, yo sonrío levemente.

— Suena muy interesante.

— Lo es. Cuando lo visito te juro que me pierdo allí por la curiosidad.

Parte una rebana del pastel de queso y lo deja servido en un plato junto a un tenedor para darmelo. Ella toma el suyo y empieza a caminar directo hacia la sala, donde la sigo. Nos sentamos, el silencio se estaba perdiendo.

— Y una vez cada dos meses se va a Liverpool ya que ahí hay unos socios que se encargan de llevar los productos o los contratos directo a Londres. Algo así, no sé muy bien sobre aquello — al final come un poco de su pastel.

— Supongo que es un tema enorme — pruebo un poco.

— Eso parece — me mira — Por cierto lo olvidé; ¿quieres algo de tomar?

— Ehh... agua estaría bien.

— Ahora regreso — deja su plato encima de una mesita que estaba frente a nosotros y se marcha por un momento.

Algo sonó por las escaleras que me hace voltear a mirar y de pronto un gran perro ya estaba encima de mí. Por suerte no tiré el plato pero el perro se encontraba en el mismo lugar lamiendo mi rostro y de paso al pastel.

— Tranquilo amigo, tranquilo — lo alejo un poco pero él seguía, quizás porque tenía comida.

— ¡González! ¡Quieto! — Stella grita una vez aquí. Lo aleja como puede, yo dejo el plato en la mesa — Perdón, supongo que está emocionado por ver a alguien nuevo por aquí.

— No te preocupes, es agradable — sonreí con sinceridad hacia ella.

— Sí, le agradaste mucho, mueve su colita con felicidad — ríe pero luego para — Ay pero, ¿lamió tu pastel? Hasta yo dejé los vasos en la cocina. Te traeré otro trozo.

— No, está bien — digo sin problema.

— ¿Seguro? — alza una ceja.

— Seguro, ¿y cómo se llama? — lo acaricio.

— González — yo la miro curioso pero Stella ríe tan pronto como ve mi reacción.

— Jamás había oído ese nombre en un perro, pero es original — lo miro acomodarse en el suelo frente a mí.

— Le puse así porque cuando estaba en la secundaria, me gustó por primera vez un niño a lo cual se apellidaba González, éramos amigos pero me dejó en la zona de amigos. De todas maneras seguíamos siendo amigos y me agradaba apesar de que me rechazó, no fue para nada malo conmigo por eso me gustaba por su actitud. La cosa es que él era rubio y me acordé de él cuando vi a este perrito, dicen que el primer amor nunca se olvida — reímos.

— ¿Y tu esposo sabe la historia? — sonreí, aún recuerdo que su marido era de esa clase de hombre muy celoso. Lo percibí la primera vez.

— No, claro que no — se burla — No se llevan, el perro y Daniel se caen mal. Lo que pasa es que González lo rescaté de la calle hace unos meses, por eso es muy cercano nada más a mí y Daniel no tuvo otra opción más que aceptarlo. Le hace la vida imposible a mi esposo.

— Pero si González es un muy buen chico, ahora por lo que veo es demasiado calmado — vuelvo a acariciarlo.

— Sí — lo acaricia también — La cosa también es que es mi primer perro en mi vida, jamás me dejaron tener uno cuando era niña. Al igual que con mi amigo de la infancia. Fue mi primer amor y tampoco me dejaban tener novio, sobre todo mi papá, por eso esas referencias absurdas — me mira, estaba cercas de mí, nuestros brazos se tocaban.

— Y-yo...

— ¿Y qué hay de ti? — me interrumpe.

— ¿Sobre mí?

— Sí, dime algo sobre ti — se aleja, ella no notó la cercanía pero yo sí.

— Has de pensar que soy aburrido — una sonrisa tímida me salió — Lo cual es verdad porque no hay muchas cosas interesantes sobre mí.

— Oh vamos, de seguro que las hay, te considero alguien muy interesante.

Ahí se me secó la boca, no sabía que ella pensaba eso de mí. 

— Tengo 27 años, aún no estoy casado por lo que tampoco tengo hijos...

— ¡Respondiste una de mis dudas! — me apunta — No te lo tomes mal, pero no parecías como alguien casado. Luces muy joven eh, como de 24 años, eso fue lo primero que pensé de ti la primera vez.

— Gracias — reí un poco y luego empecé a tronar mis dedos, olvidé lo que trataba de decir — Desde los 10 años sabía que quería estudiar medicina pero no sabía exactamente qué rama tomar.

— ¿Por qué decidiste ser especialista en partos? — la curiosidad y la intriga se reflejó en su rostro, esa era su duda más clara por lo que pude ver, sus ojos estaban fijos en mí.

— Es una larga historia — sonreí un poco — Espero decirte cuando tengamos más tiempo.

— Por supuesto — asiente con una sonrisa.

Quizás debería irme, ya era casi medianoche y mañana tengo que trabajar desde temprano pero por primera vez en mucho tiempo quería quedarme. De reojo miré en la pared las tres fotografías de los ultrasonidos que le he hecho. Me quedé mirando aquello, sentí su mirada, sabía lo que miraba. 

Dr. StylesWhere stories live. Discover now