CAPÍTULO 46

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CEPEDA

La lluvia de enero se escucha a través de la ventana. Fuera debe haber al menos veinte grados, pero en este país eso no impide que las nubes ayuden a que este momento sea mágico.

Me gusta la lluvia, y más a su lado.

Con cuidado, quito mi brazo de debajo de su cuerpo. Su respiración es calmada, y su cara dibuja una sonrisa que capaz sería de atraparme en esta cama para siempre, pero tengo que darme prisa.

Es mi último día en Buenos Aires, y quiero aprovecharlo.

Corro hacia la cocina, tras buscar los calzoncillos que se perdieron anoche por la habitación en un arrebato de pasión, dispuesto a hacer el desayuno para dos, tal y como llevo haciendo estas semanas.

Aitana tenía razón. Nunca nos ha gustado lo fácil, lo simple. Y en el fondo sabía que lo que pasó aquella noche en el concierto acabaría pasando antes o después. Sabía que en algún momento mi fuerza de voluntad se echaría a un lado y acabaría arrancando su ropa para poder dibujar caricias en su espalda ayudado por los lunares de su piel.

Y ella tenía razón de nuevo, ¿para qué esperar? Si nuestros cuerpos se gritaban el uno al otro.

-Huele bien. -Aitana se abraza a mi espalda, y aunque no la veo, juraría que tiene los ojos vidriosos.

-Café recién hecho.

Giro sobre mí, sin que ella rompa el abrazo, pero ayudándome a mí mismo a poder rodearla con mis brazos. Es una de las cosas que más echaré de menos de Buenos Aires: la rutina.
Algo tan sencillo como el olor al café de la mañana, el sonido de la lluvia de fondo y a ella rodeando mi espalda al tiempo que recibe un beso en la frente. Su ceño fruncido, divertido, y su sonrisa tímida cuando lo hago.

Puta realidad que me hace tener que coger un avión a Madrid en pocas horas.

-Ojalá pudiera irme contigo.-susurra.

Vente.

Pero no lo digo en voz alta. Todavía le quedan unas semanas aquí, tiene compromisos y oportunidades. En realidad, ni siquiera sabemos la magnitud a la que se enfrentará cuando la gira fuera de Argentina comience.

Volvemos al mismo problema que nos separó, y es que nuestras carreras siempre van a mantenernos alejados.

-Ojalá pudiera quedarme más tiempo.

No despegamos nuestros cuerpos hasta que la tostadora nos informa que el pan ya está listo.

-¿Mermelada y mantequilla? ¿Aceite y sal? ¿O las prefieres con aguacate? -le pregunto, abriendo la nevera.

-Creo que hay un bote de Nocilla en el armario.

Pongo los ojos en blanco, lo suyo con el dulce no tiene remedio, pero aún así voy en busca de su chocolate mañanero.

-De verdad, Luis, que hoy me gustaría estar en Barcelona. Es el día de Reyes y... Echo de menos juntarme con mi familia, ir casa por casa para ver a la familia, estar con ellos... -comienza a romperse, y yo un poco con ella.

Entiendo a qué se refiere. Está lejos, y estarlo en Navidad es difícil. Y lo suyo ya son dos seguidas, lo nuestro en realidad. Pero ella hace meses que no ve a sus padres por algo que no sea una pantalla.

Lo más bonito de mi Navidad ha sido pasarla con ella, pero sé que a ella le habría gustado otra cosa.

Por eso, sin pedirle opinión, llevo días poniendo en marcha mi regalo.

Sentados en el sofá, acompañados por el aroma a café recién hecho que baña la sala y untando la Nocilla en el pan tostado, le pregunto si está preparada para nuestro último día juntos.

PROCURO OLVIDARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora