2.- Primera mirada

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Cira siempre me había dicho que los cambios de imagen eran buenos, que te hacían sentir mejor, diferente, renovada, pero nunca le creí hasta ese día.

Ese día en el que me miré al espejo y vi mi recién cabello teñido de las puntas con un color blanco, en que dejé mi elegante vestimenta atrás y la remplacé por faldas cortas, camisas oscuras y botas largas, en que me sentí mucho más bien conmigo misma, en que me veía más sexy y atractiva que de costumbre.

Ese día le creí y me retracté de pensar que era una loca que solo quería llamar la atención al cambiar su imagen cada dos meses. Lo hice pero, obviamente, jamás lo admití en voz alta.

Cuando terminé de admirarme frente al espejo, tomé mi mochila de la cama, salí de mi habitación y bajé las cortas escaleras de la casa. Busqué a Ezio con la mirada por toda la sala pero no logré encontrarlo.

—¿Ezio?

—Aquí —escuché su voz desde la cocina.

Cuando entré, lo vi sentado y desayunando tranquilamente como si no tuviéramos cosas importantes que hacer.

—¿Qué crees que haces? —puse mis manos a ambos lados de mi cintura y fruncí las cejas. Seguro me veía como cuando una madre regañaba a su hijo después de descubrirlo haciendo una travesura.

—¿Desayunando? —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.

—No te hagas el tonto —dije en un tono de advertencia—. Ya vamos tarde.

—¿Qué te sucede? Hoy estás extrañamente fastidiosa —volteó los ojos.

—Ezio.

—Llegaremos a tiempo.

—Ezio.

—¡De acuerdo! —saltó del banco y puso su plato sobre el lavaplatos de la cocina—. Pero si me desmayo por no haber desayunado será tu responsabilidad.

Volteé los ojos— No hagas tanto drama.

—No hagas tanto drama —me imitó con un tono bastante chillón y molesto.

Como ese día no tenía ganas de pelear con él, solo me dispuse a dirigirme a la puerta.

—¿Y la llave del auto? —me preguntó y yo moví la llave del auto frente a su rostro.

—Aquí.

—Gracias —dijo mientras me arrebataba la llave.

—¡Ey! ¿Qué crees que haces?

—Tú lo condujiste el sábado así que ahora es mi turno.

Tomó su mochila del suelo y salió de la casa. Yo solo me limité a seguirlo sin protestar. No tenía sentido que peleara con él por quien conducía el auto o no, de todos modos, no le ganaría.

Ambos subimos al auto. Aún se percibía un rico olor a nuevo así que inhale lo más que pude disfrutando del olor. A mi lado, Ezio estaba muy callado mientras me veía fijamente.

—¿Qué? —alcé una ceja.

—¿No te parece que esa falda es un poco corta?

—Lo sé —fingí un tono de lamento—, pero lamentablemente no tenía otra aún más corta.

Él solo negó con la cabeza mientras una sonrisa divertida se formaba en sus labios. Después de eso, comenzó a conducir.

El camino era largo así que me dediqué a mirar a través de la ventana mientras analizaba todo.

Entraríamos a su instituto, estaríamos más cerca de él, íbamos a poder ver sus movimientos de cerca.

Todo eso parecía muy irreal. Era ese sentimiento de cuando anhelabas algo con mucha intensidad y de pronto lo conseguías. Primero no lo podías creer, luego te sentías extraño y al final te invadía la felicidad. Pero a mí, la felicidad no me invadiría hasta que sus ojos se cruzaran con los míos, hasta que él supiera de mi existencia, hasta que él sintiera curiosidad por mí. Hasta ese momento me sentiría plena y sabría con seguridad que todo había comenzado.

La maldición de Venus [✔]Where stories live. Discover now