16.- Lucidez inevitable

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Ya era viernes por la noche y yo estaba muy nerviosa y molesta.

Sabía que ese día Ryan tenía que llevar la entrega a algún lado junto con el dinero que se suponía que yo le prestaría, pero él no se había comunicado conmigo en toda la semana para saber si seguía en pie mi propuesta. Me preocupaba que se echara para atrás y arruinara mis planes.

—Tranquila, ya llegará —Ezio trató de tranquilizarme, como siempre, pero esa vez no lo logró.

Mi mente no paraba de maquinar alguna otra idea que me sirviera por si Ryan no me pedía el dinero, pero no se me ocurría nada porque esa era la única manera en la que todo me iba a funcionar. No había otra forma, no había un plan b.

Mi desesperación me orilló a, finalmente, tomar una decisión.

Si quería que todo me saliera bien entonces tenía que hacer algo al respecto.

—¿Dónde está el dinero? —le pregunté a Ezio. Él había sido el encargado de recoger el medio millón en el servicio de paquetería.

—En la cajuela del auto. Eran demasiadas cajas y no quise cargarlas hasta acá.

Sí, Cira tuvo que ingeniárselas para enviarnos todo el dinero sin poner al banco de por medio ya que no debía haber registro de nosotros en ningún lado. Éramos bastante precavidos.

—Bueno, entonces me voy —dije mientras tomaba las llaves de la mesa de la sala. No me iba a quedar de brazos cruzados esperando a que Ryan decidiera o no ir por el dinero.

—Sabía que no aguantarías mucho —murmuró Ezio pero pude escucharlo claramente.

—¿Dónde está Theo? —le pregunté antes de salir.

—En su habitación.

—No dejes que salga de aquí.

—Bien —pude escuchar su respuesta antes de cerrar la puerta.

Ya habíamos hablado con Theo pero se rehusaba a querer regresar a Roma. De hecho, no había querido salir de su habitación ya que estaba muy molesto con nosotros. Ese comportamiento de niño pequeño solo quería decir que estaba planeando algo y para realizar lo que tuviera en mente, tenía que salir de casa. Y esa era la razón por la que habíamos estado atentos a él toda la semana. Yo faltaba un día al instituto y otro día Ezio.

Esas medidas tan drásticas eran las que se debían tomar con Theo.

Caminé rápidamente al auto y me subí sin siquiera inmutarme por lo nublado que estaba el cielo ni por el fuerte viendo que azotaba mi cabello y que anunciaba una fuerte tormenta. El motor del auto rugió con potencia y me puse en marcha. En el camino no podía pensar en otra cosa que no fuera en que debía darme prisa si es que no quería llegar demasiado tarde. No podía dejar que todos nuestros esfuerzos fueran echados a la basura.

Debí sobrepasar el límite de velocidad porque en menos de diez minutos llegué al bar. Todo estaba a oscuras lo que quería decir que estaba cerrado.

—Maldita sea —gruñí mientras le daba la vuelta al bar para llegar al estacionamiento que tenían en la parte trasera. Suspiré de alivio al ver a todos los chicos ahí atrás. Ellos estaban guardando unos paquetes de color café—que yo ya había visto— en una enorme camioneta negra demasiado indiscreta.

El primero en percatarse de mi presencia fue Owen, pero podía asegurar que solo me había reconocido porque se acordaba muy bien de mi auto. Decidí bajarme y noté que me miraba, tenso. No nos habíamos visto desde el día en que se le ocurrió lo de la fotografía y era obvio que seguía estando molesto conmigo por algo que él había hecho.

La maldición de Venus [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora