Thirty eight

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AFTER DAY

Annie suspiró acomodándose, pues la luz del sol le pegaba justo en la cara. Trató en varias posiciones, pero lo encontró inútil por lo que decidió abrir los ojos.

Lo primero que se encontró fue con su par de ojos favorito, que la observaban atentamente, con amor.

-Buenos días -susurró Harry acariciando su espalda en pequeños círculos.

-Hola.. -murmuró con voz adormilada.

Harry le besó la frente.

-¿Estás bien? ¿No te sientes.. incómoda? ¿Necesitas algo? -preguntó preocupado. Annie se derritió por su precupación y cariño.

-Estoy bien -respondió acurrucándose más a él.

-Cualquier cosa que necesites.. solo dímelo..

-Uhmm, ahora necesito que me beses.

-Lo que quiera señora Potter -murmuró besándola.

-Hay que volver.. -susurró Annie una vez que se separaron.

-Lo sé -Harry hizo un adorable puchero.

Annie sonrió divertida y acomodó su cabeza en su pecho, mientras hacía figuras en él.

-¿Te arrepientes? -murmuró Harry. Esa duda ha estado carcomiéndolo desde que despertó con ella en sus brazos.

-No -susurró Annie mirándolo- ¿tú?

Harry negó.

(...)

-¿Entonces decidiste volver a usarlos? -preguntó Annissa.

-Sí. Era demasiado extraño no usarlos, los extrañaba. -dijo con una pequeña sonrisa. Caminaban por uno de los pasillos, cuando a lo lejos escucharon gritos y un gran tumulto.

-Cinco knuts a que es Umbridge -murmuró Issa avanzando rápidamente.

La profesora Trelawney estaba de pie en medio del vestíbulo, sosteniendo la varita en una mano y una botella vacía de jerez en la otra, completamente enloquecida. Tenía el pelo de punta, las gafas se le habían torcido, de modo que uno de los ojos aparecía más ampliado que el otro, y sus innumerables chales y bufandas le colgaban desordenadamente de los hombros causando la impresión de que se le habían descosido las costuras. En el suelo, junto a ella, había dos grandes baúles, uno de ellos volcado, como si se lo hubieran lanzado desde la escalera. La profesora Trelawney miraba fijamente, con gesto de terror, algo que Annie no distinguía, pero que al parecer estaba al pie de la escalera.

-¡No! -gritó la profesora Trelawney-. ¡NO! ¡Esto no puede ser! ¡No puede ser! ¡Me niego a aceptarlo!

-¿No se imaginaba que iba a pasar esto? -preguntó una voz aguda e infantil con un deje de crueldad. Annie se temió lo peor- Pese a que es usted incapaz de predecir ni siquiera el tiempo que hará mañana, debió darse cuenta de que su lamentable actuación durante mis supervisiones, y sus nulos progresos, provocarían su despido.

-¡N-no p-puede! -bramó la profesora Trelawney, a quien las lágrimas le resbalaban por las mejillas por detrás de sus enormes gafas-. ¡No p-puede despedirme! ¡Llevo d-dieciséis años aquí! ¡Hogwarts es m-mi hogar!

-Era su hogar hasta hace una hora, en el momento en que el ministro de la Magia firmó su orden de despido -la corrigió la profesora Umbridge, y Annie
sintió asco al ver que el placer le ensanchaba aún más la cara de sapo mientras contemplaba cómo la profesora Trelawney, que lloraba desconsoladamente, se desplomaba sobre uno de sus baúles-. Así que haga el favor de salir de este vestíbulo. Nos está molestando.

Annie y la Orden del Fénix Where stories live. Discover now