Desde mi niñez recuerdo cómo siempre había gente, ya sean niños o adultos que se metían conmigo por mi nombre: Ariel. Me echaban en cara que era un nombre de mujer, un nombre femenino... cosa que me llevó a odiar este pueblo anticuado lleno de "mac...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Corro escaleras abajo con la cara roja y ardiente por la rabia y la frustración.
Desde que he conocido al rey todos son problemas, y los problemas vienen uno tras otro tan siquiera se esperan tantito.
A grandes zancadas llego a la sala grande dirigiéndome a Charlotte bajo la atenta mirada de todas que ya, tan rápido han dejado de hacer lo que hacían. Me paro frente a la pelirroja y le tiendo la mano esperando a que sepa a lo que me refiero y me dé la bendita carta.
— ¿Que quieres ahora, jugar a las palmaditas?— Me pregunta burlona.
A las palmaditas voy a jugar pero con tu cara.
Me volteo a ver a Gina y esta rápidamente baja la mirada a sus manos tratando de ignorar mi presencia ¿Que le pasa a esta también?
— ¿Entraste a mi habitación, verdad?— La acuso.
Esta pone cara de sorpresa para luego taparse la boca tratando de parecer alarmada.
— ¿Yo, para qué? — Me pregunta. — ¿Me estás acusando de algo?
Achino los ojos— Sí, de robo.
Tan rápido como digo eso todas a mi alrededor exclaman sorprendidas poniendo caras sorprendidas y hasta alarmada sin poderse creer lo que acabo de decir.
— ¿Que se supone que he robado?— Me pregunta ella de lo más tranquila. — ¿Que tienes tu que no tenga yo como para tenerte que robar?
— Una carta dirigida a mi.— Contesto cruzandome de brazos.
Uy, que ganas tengo de agarrarla de los pelos y arrastrarla por todo el palacio, a ver si así aprende a no meterse con un pueblerino.
— No he entrado a tu cuarto, Ariel. — Niega.— No me rebajaría a tanto.
— Pues fíjate que no te creo ¿Como ves?— Le digo.
— No me importa si me crees o no. — Dice cruzándose de brazos.
Ya harto de sus estupideces mis manos van a parar a su cabello tirando con fuerza de esta causando en ella un grito ensordecedor. Tiro de ella hasta que la dejo caer al suelo.
— ¡Estás loca!¡ De esto se enterará su majestad!¡ Sufriras las consecuencias! — Me grita ella desde el suelo con el rímel corrido por las lágrimas de cocodrilo que derrama.