PRÓLOGO

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Dos días después de que comenzaran las vacaciones de verano de la escuela, una versión de Abigail Stones más pequeña estaba rebuscando en el armario de su cocina esperando encontrar algunos dulces que llevarse a la boca. Con un pie apoyado en una silla y su rodilla apoyada en la encimera, la niña permanecía en una posición nada segura mientras conseguía rozar la bolsa de regalices que llevaba varios minutos tratando de alcanzar.

Sus padres no estaban en casa, como era costumbre ya que ambos solían irse varios días por temas de trabajo y recurrían a una niñera que la cuidara. Estaban confiados en que la adolescente que dejaban a cargo de su hija era un buen partido, pues nadie había tenido quejas sobre ella. La realidad era que casi siempre estaba sentada en la mesa del salón pendiente de su ordenador y dejaba que Abby hiciera lo que quisiera, mientras no tuviera que llevarla al hospital, todo estaba bien. Por lo normal se centraba en sus estudios, sus llamadas telefónicas, en peinar su cabello rubio y en asegurarse de vez en cuando que ella estaba bien. Así que la pequeña jamás se había quejado de ella, ¿quien se negaría a tener a alguien que te dejara hacer lo que querías? Nadie. Y es que la mayoría de los niños de diez años buscarían a sus padres para pedirles a alguien que les hiciera más caso, pero estaba claro que a la castaña ni se le había pasado por la cabeza. Ella disfrutaba de jugar en su habitación a solas y estaba contenta con poder recibir a sus amigos casi siempre en su casa, además de poder coger cualquier comida que estuviera en la cocina sin importar que tan alto estuviera.

Cuando escuchó el timbre de la casa sonar, se tambaleó en la silla mientras trataba de bajar y logró estabilizarse justo a tiempo para evitar la caída.

– Abby, Isaac está aquí.

Al escuchar a la adolescente decir aquello, saltó de la silla en la que estaba al suelo y cerró el armario, después corriendo hasta la entrada a tiempo para ver como su niñera desaparecía por la puerta del salón con los ojos fijos en la pantalla de su móvil.

Al instante dirigió su mirada al pequeño rubio frente a ella, sonriendole ampliamente alegre por verle, ya que llevaban dos días sin verse ni hablar. Después, dirigió su mirada a una marca rojiza en su mejilla izquierda, su sonrisa desapareciendo poco a poco.

– ¿ha sido...?

– sí

contestó inmediatamente el niño, sin dejar que terminara la frase a pesar de que no era ningún misterio el que su padre le llenaba a golpes cada vez que ambos discutían o el adulto estaba enfadado. Se notaba que su amigo había estado intentando no llorar mientras venía de camino, lo que hizo que la castaña le abrazara con dulzura y cariño, pero separándose a los dos segundos para llevarle a la cocina y empezar a buscar algo de hielo con lo que evitar que empeorara.

– ¿te han mandado algo de deberes para el verano?

preguntó, a lo que Abby asintió sin reprocharle el cambio de tema, ya que era algo que siempre hacia para evitar hablar de los golpes cuando la contraria estaba cerca, muy consciente de que ella se preocupaba tanto por él que era capaz de algún día plantarse en la entrada de su casa para gritarle unas cuantas cosas a su padre y que si actuaba como que no dolían tanto, evitaria que aquello pasara. Pero ella sabía perfectamente que le dolía, y la única razón por la que aún no había ido a gritarle al padre de Isaac era porque tenía diez años y jamás le haría caso, además de que eso le generaría más problemas a su amigo.

– claro que sí, pero no creo que los haga. ¿Alguien hace los deberes de verano?

respondió, sonriendo mientras negaba a lo último y acercándose con una bolsa de hielo para ponérselo en la mejilla, dejando que él mismo la aguantara ahí un minuto después.

– no creo que nadie lo piense siquiera. De hecho, estoy aquí porque no quería estudiar.

dijo, esbozando una sonrisa ya que era totalmente cierto que su padre después de golpearle le había ordenado ir a su habitación a estudiar, para que pudiera llegar a ser "algo importante", según le había dicho. Pero el rubio había escapado y a lo que se había dado cuenta estaba en casa de los Stones, realmente siendo la única casa a la que podía recurrir en tal estado y no estar obligado a dar explicaciones si no quería hacerlo.

– deja de mirarme así, Abby.

se quejó, poniendo su mano encima de los ojos de la contraria para hacerla desviar su mirada de preocupación hacia él, tratando de hacer desaparecer la mirada de preocupación que le dirigía y ella apartándose al segundo.

– ¡oye! Llévame con el sheriff Stilinski si quieres, pero que yo sepa mirarte no es ilegal.

reprochó la contraria, arrugando su nariz mientras recolocaba su pelo correctamente, alcanzando la bolsa de regalices y ofreciendole uno al rubio.

– ¿crees que con unos regalices te voy a perdonar?

bromeó, haciendo que ella alzara ambas cejas.

– ¿lo tomas o lo dejas?

respondió, haciendo al rubio coger uno y llevárselo a la boca, hablando mientras masticaba y apuntaba a la niña con el poco regaliz restante.

– cuando sea el chico más fuerte de Bacon Hills lamentarás esto, Abby. Me regalaran comida continuamente.

tratando de permanecer serio, al final dejó escapar una sonrisa mientras ella se adueñaba del paquete de dulces. Sabía que Isaac quería ser el más fuerte para poder enfrentar a su padre desde hace mucho tiempo, y así no temer a las reacciones de este ante cualquier tema. Aún así, el ver a Isaac sonriendo le hizo sonreír a ella misma, feliz al ver que el chico había cambiado de humor notablemente.

– está bien, pues el chico más fuerte de Bacon Hills podrá conseguirse sus propios regalices.

habló Abigail, sacudiendo el paquete de comida en sus manos con una sonrisa y dirigiéndose a la puerta que llevaba al jardín.

– ¡oye, que para eso falta bastante!

se quejó, dejando el hielo sobre la mesa y saliendo tras ella. Ambos comenzando a jugar un pilla pilla improvisado y la castaña girándose una última vez a él para hablar antes de echar a correr por todo el jardín.

– no habías dicho nada de eso, Isaac. Venga, atrapame.

𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐌𝐄 || isaac laheyWhere stories live. Discover now