Encuentro con el destino

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- Señora Conquistadora, es un honor combatir a tu lado - dijo el gobernador de Tesalia al tiempo que estrechaba mi fuerte brazo con una mano igualmente poderosa.

Últimamente había estado abatida, echando de menos lo que no tenía, pero incapaz de explicar cuál era el factor que faltaba en mi vida y que me tenía tan alterada. La pequeña guerra civil que había estallado en la costa, cerca de Ambracia, me daba un motivo para salir del palacio de Corinto. Creo que hoy había conseguido sorprender a bastantes hombres en el campo de batalla, tanto de los míos como del enemigo. La sed de sangre ya no corría con tanta fuerza en mi interior, pero era suficiente para transformarme en algo terrorífico en el campo de batalla.

- Dime, Telamón - le pregunté al gobernador - ¿esperas tener más problemas con estos piratas costeros?

Telamon era un hombre bajo, pero muy musculoso, y esta autoridad nombrada por mí se echó a reír con ganas.

- Estoy convencido, Señora Conquistadora, de que en el futuro sólo tendré que decirles que la Conquistadora de Grecia vendrá contra ellos y huirán como las ratas de un barco incendiado.

Se oyeron unos gritos y uno o dos chillidos desde la gran sala y dio la impresión de que todos íbamos hacia allá al tiempo que traían a las prisioneras. Era costumbre que la autoridad de la zona eligiera a algunas de las prisioneras antes de que las vendieran como esclavas en el estrado de las subastas. De modo que Darius, el lugarteniente de Telamon, las traía a todas para la inspección.

- Señora Conquistadora - empezó Telamon - te ofrezco respetuosamente la elección que me corresponde.

Suspiré. Siempre hacían esto, creyendo que así obtenían un favor mío. Algunos hombres honrados, como Telamon, lo hacían simplemente porque era lo respetuoso. El único problema era que yo lo odiaba. Sí, hubo una época en que intentaba averiguar cuál de ellas era virgen y ésa era la que convertía en mi nueva esclava corporal, pero mi vida era ahora muy distinta. Hacía dos estaciones que no compartía mi cama con nadie más allá de alguna ramera ocasional. A veces me preocupaba, pues no sabía por qué me había abandonado el impulso sexual. Sin embargo, todavía tenía una reputación que mantener, de modo que solía elegir a una chica y montaba todo un número sentándola en mi regazo toda la noche mientras mis soldados y yo bebíamos hasta el amanecer. Me cercioraba de que todo el mundo oyera mis comentarios obscenos y viera cómo la tocaba. Luego, al salir el sol, acababa sin sentido en la cama y al día siguiente mi capitán, Atrius, encontraba trabajo para la chica en la cocina del castillo.

Adopté una expresión liviana y añadí un pavoneo algo exagerado a mi forma de andar mientras pasaba ante las mujeres, jóvenes y viejas, que les habían sido arrebatadas a los piratas. La mayoría dejaba mucho que desear, y cuando estaba a punto de rechazar la elección del gobernador, dos mujeres se apartaron y detrás de ellas apareció una cabeza con cabello castaño agachado, que se contemplaba con los pies descalzos.

No sé por qué esa muchacha me llamó la atención. Ni siquiera le veía la cara, y era diminuta. Dioses, seguro que la acababa partiendo como a una ramita si me daba por llevármela a la cama. Pero tenía algo.

Cuando avancé hacia la muchacha, la gente que estaba delante de ella se apartó. Ella no levantó la mirada, pero debía de saber que me tenía delante por la sombra que proyectaba sobre su cuerpo. Alargué dos dedos y le levanté la barbilla. No sé cuánto tiempo me quedé ahí sin respirar, pero sí sé que tuve que carraspear para disimular la gran bocanada de aire que por fin inhalé. Tenía los iris del color café. Intente apartar sus ojos de los míos bajándolos, aunque ahora le tenía sujeta de la barbilla con firmeza.

La Conquistadora (Camren)Where stories live. Discover now