Ama, mía

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Me metí en la humeante agua del baño, con una mueca de dolor por el escozor que el agua caliente me causó en la delicada entrepierna. Me moví un poco, tratando de ponerme cómoda, pues los arañazos que me cubrían el trasero también me escocían por el agua caliente.

-Por los dioses, esta chica va a acabar conmigo.

Era sin duda un dolor placentero, como indicaba mi sonrisa. Me recliné en el agua cálida, repasando mentalmente los acontecimientos de la noche anterior, y un leve estremecimiento me sacudió el cuerpo. El temblor no llamaba a engaño: se debía al mero recuerdo de cómo habíamos hecho el amor la noche antes. Mi sonrisa se hizo más amplia.

Entreabrí un ojo al oír movimiento en la otra habitación. Sylla entró en la sala del baño, agachándose una y otra vez para recoger el reguero de ropa tirada por el suelo de baldosas.

-Veo que tu Camila sigue dormida -comentó Sylla.

Enarqué una ceja, pero continué con los ojos cerrados.

-¿Y eso cómo lo sabes?

-Porque esa muchacha es ordenadísima. Siempre he sospechado que iba recogiendo detrás de ti. Si se te deja a tu aire, parece que aquí vive un cuartel entero de soldados -refunfuñó mi doncella con humor.

Abrí los ojos y no pude contener la carcajada que se me escapó.

-Sylla, si no fuera tan desastrosa, ¿cómo te ganarías la vida?

-Muy cierto, Señora Conquistadora, muy cierto -reconoció, y siguió recogiendo mi ropa sucia, que metió en un cesto.

Volví a recostarme en el agua, cerrando los ojos de nuevo. Noté que mi doncella se había detenido y estaba esperando en la entrada de la habitación. Volví a entreabrir el ojo en cuestión y vi que Sylla se reía de mí en silencio.

-¿Qué? -pregunté con toda la inocencia que pude.

-Perdóname, Señora Conquistadora, pero ¿me permites que te indique que la gente sabría menos de lo que haces en la intimidad de tus aposentos si intentaras controlar un poquito esa sonrisa? -dijo Sylla, con la cara iluminada por su propia sonrisa pícara.

Cogí una esponja y fingí lanzársela a la mujer más joven.

-¡Fuera! -vociferé, riendo cuando ella se deslizó por las puertas dobles, cerrándolas a su paso.

Pero tenía razón y me di cuenta de que debía de parecer de nuevo ese torpe escolar, con esa sonrisa de idiota. Lo intenté, pero sólo conseguí reducirla a una desquiciante sonrisita muy ufana. Se me volvieron a cerrar los ojos y pasaron unos momentos hasta que oí que las puertas se abrían de nuevo.

-¡Por los dioses, mujer! ¿Has vuelto para oírlo de mis propios labios? ¡Pues sí, anoche eché un polvo! -le dije exasperada a mi doncella.

-La verdad es que eso lo sé ya, más bien... mi señora -me llegó la voz suave y risueña de Camila.

Me incorporé bruscamente, volví la cabeza y vi a Camila plantada ante el cabecero de la bañera. Llevaba sólo la bata, pero ya se había peinado y se había recogido el pelo para apartárselo de la cara. Nunca me había ruborizado por bochorno, vergüenza o pudor, pero en este mismo instante, noté que se me estaba poniendo la piel como un tomate.

-Yo... mm... creía... creía que eras Sylla -respondí débilmente.

-Ya. He venido para ver si querías que te frotara la espalda... ¿tal vez que te lave el pelo?

-Sí, por favor -contesté, agradeciendo que no echara sal en la herida de mi humillación-. Me gustaría.

Mi bella y joven esclava procedió a lavarme el pelo y luego enjabonó con cuidado una esponja, dispuesta a frotarme la espalda. Cuando Camila me apartó con ternura el pelo de un hombro, oí una leve exclamación sofocada.

La Conquistadora (Camren)Where stories live. Discover now