Camila habla

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Para cuando llegamos a Corinto, mi joven esclava y yo habíamos alcanzado un cierto grado de intimidad la una con la otra. No obstante, Camila seguía pareciendo bastante atónita ante algunas de mis poco ortodoxas peticiones. Me daba cuenta de que todavía no estaba cómoda pasando la noche conmigo después de ocuparse de mi placer. Yo sólo sabía que a mí me gustaba y por eso seguía haciéndolo. Por supuesto, aquello era aceptable que ocurriera mientras viajábamos, puesto que compartíamos una sola tienda. Sabía que cuando nos instaláramos en palacio, tendría que volver a acostumbrarme a dormir sola. Como una niña asustada, intentaba no pensar en la noche que se avecinaba.

Pero era la soberana del maldito país. Si quería tener a mi esclava corporal conmigo toda la noche, estaba en mi derecho. Si quería tratar a esta muchacha como a una reina, ¿quién me iba a decir lo contrario? Pero sabía la impresión que causaría, y la debilidad no es algo que se deba anunciar a los que sueñan con gobernar en tu lugar. Iba a tener que cuidarme de no mostrar abiertamente que estaba excesivamente encariñada con Camila. Para mis enemigos, eso sería una clara señal de que me estaba haciendo vieja.

¡Ah, que se me lleve el Hades! Siento cariño por esta muchacha y al país que le den. ¡Voy a ser como me dé la gana! No voy a exagerar, pero si quiero mimar a la chica, lo lamento por el primero que me llame débil por eso. Se enterará de lo que todavía puede hacer la espada de una vieja necia.

Una mano pequeña sobre mi antebrazo me sacó de mis reflexiones. Bajé la mirada hacia unos ojos cafes en los que había una preocupación atípica. Me di cuenta de que se me había puesto el cuerpo tenso mientras batallaba en silencio con mi conciencia. Camila debía de haber notado el cambio y una vez más, hacía algo que me sorprendía.

-¿Mi señora? -preguntó suavemente.

Iba sentada de lado delante de mí al pasar por las puertas de la ciudad y le sonreí débilmente.

-No es nada -mentí.

Le estreché más la cintura y la pegué más a mí. Sentí que apoyaba el peso en mi pecho y seguimos adelante. Ésta era la forma en que habíamos llegado a comunicarnos en las dos últimas semanas. Ninguna de las dos decía gran cosa verbalmente, pero mediante pequeñas caricias y miradas, conseguíamos entendernos eficazmente. Bueno, si no eficazmente, por lo menos hasta que una u otra aprendiera a expresar lo que sentía.

Se formó un caos alrededor del palacio cuando llegamos. Creo que Camila no estaba preparada para el ruido de los soldados al reunirse con sus familias y el remolino de consejeros que me rodeó antes incluso de que me diera tiempo a desmontar, para advertirme de tal o cual problema. Empujé a Camila hacia Sylla y le dije que le dijera a mi doncella que la llevara a mis aposentos, donde la vería cuando terminara. Observé a la muchacha mientras se alejaba y pensé, por la expresión de sus ojos, que seguramente creía que la estaba despidiendo. Llevaba la cabeza muy gacha y tuve que hacer un enorme esfuerzo para no coger a la pequeña entre mis brazos, para no perderla jamás de vista. En cuanto me volví hacia mi administrador, Demetri, tuve que dejar en suspenso todo deseo de tener vida personal.

Ya era bastante tarde cuando logré encaminarme a mis aposentos privados.

-¿Sylla? ¿Qué Tártaro haces aquí? -le pregunté a mi doncella, que parecía estar esperándome.

-Es por tu esclava, Señora Conquistadora, ¿la chica, Camila?

-Sí, ¿dónde está? -pregunté, mirando por mi estudio, pensando que tal vez Sylla ya le había dicho a Camila que esperara en mi dormitorio.

-Tu hombre, Demetri, no me ha permitido que la trajera aquí, Señora Conquistadora. Dijo que su sitio estaba con los demás esclavos.

Si yo hubiera sido una tetera colocada al fuego, habrían visto cómo pasaba de la ebullición lenta a la descarga de vapor en cuestión de segundos. Volví a sujetarme la espada al cinto y crucé la habitación de tres zancadas. Me detuve ante la puerta abierta y respiré muy hondo.

La Conquistadora (Camren)Where stories live. Discover now