Capítulo 10, Temporada 3

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¡Cuán inesperadamente grata ha sido esta mañana! Cuanta paz y quietud en ese barquito de remos justo a la mitad del lago. Las aguas inmóviles y cristalinas como un cristal, las relajantes vistas de los arbustos y árboles rodeándonos, y la vibrante entrada del sol, asomándose lentamente por detrás de la montaña.

Lo mejor de todo es que Sergio nunca ha sido de las personas que sienten la necesidad de llenar de conversación el silencio por sentirse incomodos.

De regreso a casa me doy cuenta de que aunque me traje unos informes en el celular no los he tocado, no he pensado en trabajo ni por un segundo. Walter estará impresionado cuando le cuente. De seguro dirá algo como "Esto significa un progreso enorme" o algo así.

A la entrada van a recibirnos Yamam y Miriam:

— ¿Fue buena la pesca, amo?—pregunto Yamam, intentando disimular la codicia del festín marino.

—Excelente diría yo—Sergio se echó a un lado dejándole ver la pesada heladera portátil que una carretita transportaba.

Yamam le hizo ojitos a la nevera, dejándose seducir por ella. Miriam hizo una representación de la pintura "El Grito":

—Hoy los peces estuvieron muy cooperativos. Ha de ser la suerte de principiante—se acercó junto a Yamam, quien abrió la nevera sin pedir permiso.

—No sabía que era temporada de truchas y salmones gigantes—ronroneo acariciando las escamas del pescado, de manera algo perturbadora.

— ¿Cuántos de estos magníficos ejemplares pesco usted, amo?—pregunto Miriam amable.

—Habré pescado unos cuatro o cinco... pececitos raquíticos y diminutos que Sergio utilizo de carnada para atraer a estos—alzo las cejas reprimiendo la risa pero no dijo nada.

—Déjenme a mí a estos bebes, me encargare de ellos—tomo la agarradera de la carretita— ¡Vamos, Miriam! Tenemos un montón de escamas que retirar.

Esperen, ¿Dónde está la que me convenció de que esta camisa a cuadros me sienta bien?

— ¿Dónde está Dafne?—me metí las manos en los bolsillos.

—Está en el gimnasio... Lo olvidaba, la señora Daisy ha venido temprano a hacerle una visita a Dafne.

— ¡¿La señora Daisy ha venido?!—nunca la he visto fuera de la oficina.

—No se preocupe, amo. La atendimos muy bien. Sacamos una mesa al patio para que tomaran una merienda a la victoriana. ¡Que abuela más simpática! Alabo mis macarrones.

¿Qué habrá venido a hablar con Dafne? En cuanto la vea le preguntare, ahora necesito ir a darme un baño.

Subo hasta mi habitación, me pongo mi bata de baño sin poder sacarme de la cabeza a la señora Daisy viniendo hasta acá solo para hablar con mi preciosa zorrita. La curiosidad es más apremiante que la necesidad de tomar la ducha, mejor voy a buscarla.

Al pasar por enfrente de la puerta del sauna veo que está en funcionamiento. Cada quien tiene un código diferente para entrar al sauna, mi código funciona sobre el de cualquiera pero el sistema deniega el acceso para los demás cuando el mío está vigente. Todas precauciones, por obvias razones. Introduzco los dígitos en el dispositivo y abro la puerta despacio, no quiero encontrarme a Sergio indispuesto. Un calor húmedo e intenso me saluda entre la neblina del vapor consigo ver a Dafne al fondo, sentada justo en la esquina.

Cierro la puerta tras de mi cuidando de no hacer ruido y con cautela me dirijo hacia ella. Tiene una toalla envuelta hasta el pecho, otra en su cabeza cubriendo su cabello con dos curiosos caracoles de toalla a ambos lados de su cabeza y unos cortos mechones cayendo por su frente sudorosa. Está sentada sobre su bata de baño para que los asientos calientes de madera no le lastimen la piel. Con las manos juntas sobre el regazo y los ojos cerrados, muy quieta disfrutaba de el vapor que abría sus poros y hacia resplandecer su piel con una capa de sudor brillante, como si estuviese toda cubierta de aceite u otro lubricante, luce apetitosa.

Crónicas de mi Amo, Hijo segundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora