Capítulo 25. Temporada 3

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El grito de dolor ha retumbado en la habitación, cual estruendoso relámpago. Kenji ya no me ignora, no puede. Intenta desesperadamente alejar la punta de su sensible miembro de la trampa de mis fauces, introduce los dedos por las comisuras de mi boca, queriendo empujar mis muelas y obligar a la mordida a ceder, pero solo consigue que mi mandíbula se contraiga, hincando los dientes con más tenacidad.

Él tenía una intensa mueca de dolor que usualmente me habría conmovido el corazón; pero que ahora, luego de oírlo decir lo que dijo, me llenaba de un vengativo placer sádico. Me aferro a el como un perro a su juguete mordisqueable, gruñendo:

—¡Ahhhh—aunque no puedo divisar al Bulgaro desde aquí, casi puede dibujar mi mente la expresión de desconcierto en su fea y malévola cara.

—Amigo... te noto un tanto ocupado en estos momentos ¿Te comunicas conmigo en cuanto te encuentres libre?

—Si...—consiguió responder en un hilo de voz aguda esforzada.

—Pues hasta pronto. ¡Ha sido un gusto saludarte!—debió de desconcertarse en ese instante pues la mueca dolorida se tornó en una ferocísima mirada de amenaza, que me prometía correctivo inmediato.

Solté la carnada para disponerme a realizar una retirada estratégica, despavorida y escapar por el otro lado del túnel de su escritorio. Más me pesco de inmediato, halándome de la muñeca y posteriormente de la nuca y la entrepierna, consiguió ponerme sobre su regazo con una facilidad que me hizo humedecer los ojos de frustración e impotencia.

Oprimiéndome la muñeca derecha (de la mano que apoyada sobre el asiento, empuja para zafar mi torso de sus rodillas) sobre mi espalda baja, me somete. De dos bruscos y certeros movimientos me levanta la falda; y arranca las bragas de mi zona posterior, tira de ellas hacia abajo con violenta fuerza.

Mis nalgas desnudas intuyen el ardor que les aguarda, giro el cuello para verle. En el preciso instante en el que su mano, de palma y dedos rígidos como tabla, se encuentran en el punto más alto, apunto de descender cortando el aire y estamparse contra mi trasero; su mirada implacable y la mía cristalina se encuentran.

Mis ojos, aunque húmedos, no le piden piedad. Los suyos, aunque arden; ya no me fulminan. Nos quedamos así, petrificados, por un lapso indeterminado. Hasta que con el rostro enrojecido y la mandíbula tensa, mascullo entre los dientes apretados pregunto:

—¿Por qué. Demonios. Hiciste. Eso?

—¿Por qué demonios hiciste tu eso?—le reclame, triste e indignada.

—¡No respondas a mi pregunta con otra! ¿Por qué . quieres . arrancármelo . a mordiscos?—remarco cada palabra de la interrogante, apretándome las nalgas y estrujandolas cada vez mas fuerte. Habla mostrándome los dientes, cual animal que gruñe.

—Por que, a pesar de las torturas horribles que tu mismo viviste, piensas ir a esa carnicería humana a infringirle brutales tormentos a jóvenes esclavos inocentes...—" a jóvenes como yo"—¿Dónde está tu humanidad?—él me lanzo una mirada indiferente, por entre sus ojos entrecerrados.

— ¿De qué me hablas?—aflojo el agarre de mi muñeca.

— ¿Cómo que de que te hablo?—lo mire arrugando el entrecejo.

¡No quieres negarlo, Kenji, lo escuche todo!

—¡Dafne, será mejor que justifiques tu arrebato en este instante!—¿Cómo puede ser que no sepa el crimen que le reprocho?

Me permitió incorporarme y aunque malhumorado, me dio la oportunidad de justificarme o correr (volviendo a sujetar la punta, con la marca de mi dentadura dolorosamente visible).

Crónicas de mi Amo, Hijo segundoWhere stories live. Discover now