Capitulo 3, Temporada 4

148 16 8
                                    

Luego de unos diez minutos de dirigirnos hacia el estadio, Kenji fue el que verbalizo lo que ambos estábamos pensando.

— ¿Y si fuera todo una falsa alarma?—en estos minutos se había apaciguado.

— ¡Pues sería una fantástica noticia...—si llegamos al estadio a corroborar que todo fue un gran malentendido. Si resultara que esta locura de persecución fue en vano, pues nunca estuvieron en peligro, sería el mejor giro imaginable a la cadena de acontecimientos de esta noche.

— ¿Qué probabilidades hay de que todo sea una confusión y en realidad no le haya pasado nada?—a no ser por la reciente enemistad con el Bulgaro, esa sería la primera explicación que se nos habría ocurrido.

—Considerando que no estaban en un palco privado sino entre un tumulto de jóvenes saltando y bailando, con poca iluminación, la música, las pulseras fosforescentes, el humo y las personas gritando. Es bastante probable que se hayan perdido entre la multitud.

— ¿Es que no la buscaron bien antes de armar esta cacería?—volvía a sulfurarse.

El señor Liu dice que las buscaron por todas partes pero buscar a dos chicas jóvenes entre un mar de otros cientos de rostros juveniles que no paran de moverse, con luz deficiente y además la música demasiado fuerte desorientándolos; es como buscar una espiga de trigo en un pajar. Pretendía excusar al Señor Liu, para que Kenji no le despidiera o al menos no le matara cuando le viera, cuando lo cierto era que si todo fuera un error, el primero indignado con su ineficiencia seria yo.

— ¿Te sabes el número de la amiga de Dafne?—tenía el teclado listo para marcar.

—Lo tengo como marcación rápida en mi teléfono,—hizo un gesto de "¿Y bien? ¿A qué esperas?"—otra cosa que no cargo conmigo ahora mismo.

Puso los ojos en blanco y gruño:

—Si Dafne no hubiera perdido su teléfono o su amiga se dignara a contestar el suyo nada de esto hubiera pasado. ¡En cuanto la encuentre va a escarmentar—ya daba por hecho que lo del secuestro no está ocurriendo. No es momento para bajar la guardia.

— ¡Kenji, por favor! Que dejar el teléfono en ese auto la Damita no lo hizo adrede—esta noche me siento el abogado de todos.

— ¿Y perderse de la vista de quienes la cuidan? ¿Qué su amiga no conteste el puto teléfono es por accidente también?—subía el volumen a cada pregunta.

—¡¡Si!!—subí yo también la voz—Pueden ser accidentales esos eventos—le vi enarcar una ceja con sorna—Tal vez una corriente de personas la empujaron hacia otro sitio sin que pudieran evitarlo. Además, ¡están en un concierto! Con tanto ruido y si están saltando o bailando no se darían cuenta del teléfono sonando—vi que mi razonamiento le pareció plausible pero de todos modos debía tener la última palabra.

—De todos modos, no puede ser tan inconsciente con su propia seguridad y menos ahora que estamos en medio de una guerra fría.

Iba a refutarle diciendo que la declaración de guerra al Bulgaro tampoco era culpa de la Damita, que ella era solo quien recibe los daños colaterales de una pelea entre titanes, y que solía ser muy considerada y atenta con quienes estamos para cuidarla. Pero mejor me ahorre la saliva de pensar que hablaría en vano.

En vez de seguir protestando me mentalice para, de no disiparse su enojo, pararle los pies. Protegerla manteniéndola apartada de él.

— ¡Salieron del estadio!—señalo ansioso el punto amarillo en el mapa.

—Ya debe haberse acabado el concierto, es la una de la madrugada.

—Están en el estacionamiento...

Crónicas de mi Amo, Hijo segundoWhere stories live. Discover now