Capítulo 22: Sanando heridas

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Tres semanas pasaron después del estúpido accidente

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Tres semanas pasaron después del estúpido accidente. Las vacaciones de invierno habían terminado. Las cosas con Gastón habían quedado bien, aunque algunos momentos podían llegar a ser incómodos, sobre todo si estábamos solos. Aún así, los dos nos estábamos esforzando con ganas para poder ser buenos amigos. De hecho, era él quien nos llevaba a clases por las mañanas, ahora que Mateo estaba sin auto. Se ofreció él mismo a hacerlo y por más que primero dudé, me terminó convenciendo, quería ayudarnos a Javi y a mí de esa manera y además decía que era una buena forma de afianzar nuestra nueva amistad. También solía acercarnos al hospital para las sesiones de kinesiología y rehabilitación.

Ya no me dolía el cuerpo ni estaba tomando más calmantes, cosa que era un alivio porque me destruían el estómago. Del hematoma de mi cara ya no quedaba nada, pero sí tenía pequeñas heridas que iban cicatrizando poco a poco, nada muy grave.

El último paso era sacarme los yesos del brazo y la pierna, y ese día al fin había llegado. Me estaba dirigiendo al hospital con Lorena y Tatiana, que decían que me acompañaban para darme apoyo, pero yo en el fondo sabía que eran unas asquerosas que querían ver qué pasaba cuando lo abrían. Seguro esperaban gusanos verdes y podredumbre, son unas inmundas. Yo sé que solo había una tapa de lapicera que quedó después de intentar rascarme la pierna. Me habían dicho que no metiera nada, pero me picaba mucho, ¿ok? Era imposible tolerarlo, no me arrepentía de nada.

—Seguro vas a extrañar mis dibujitos— comentó con un entusiasmo contagioso Lore.

—¿Extrañar? Me llenaste la pierna de penes de todos los tamaños, formas y colores posibles.

—No sé de qué te quejas, tu vida sería muy aburrida sin mi arte— se hacía la ofendida con una mano en su pecho de manera dramática y exagerada, como siempre.

—¡La gente se me quedaba mirando por la calle como si fuera una zorra adicta a los penes, Lorena! — no que tuviera nada de malo serlo, pero mi amiga siempre me molestaba y yo amaba encontrar la manera de devolvérselo.

—¡Y es lo que sos, cochina, pervertida! Guacala— fingía arcadas la muy boba mientras que Tati y yo estallábamos en carcajadas.

La empujé con mi hombro mientras reía para que dejara de hacer que vomitaba y seguimos caminando. Irónicamente ya me había acostumbrado a moverme con el yeso en la pierna, igual no veía la hora de no tenerlo más.

Había estado asistiendo a las sesiones realizando leves ejercicios, más que nada para aliviar dolores y ayudar en las articulaciones. Me dijeron que luego de sacarme los yesos debería asistir a algunos turnos más para la movilidad de mi brazo y mi pierna. Más para control y vuelta a la normalidad que por otra cosa, mis huesos estaban curados y en buen estado ya.

Javi era otra historia. Mi mejor amigo había vivido las tres semanas más duras de su vida y las iba superando como un héroe. Nunca había estado tan orgullosa de él como en esta ocasión. Nuestros turnos para las sesiones no siempre coincidían y además él tenía otro equipo de médicos y kinesiólogos. Sin embargo, lo acompañé a a la mayor cantidad de encuentros que pude y lo iba a seguir acompañando.

Un año con Priscila | ✓Where stories live. Discover now