Capítulo 33: Lo desconocido

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Observaba en silencio el dibujo que se hacía entre la leche y el café en la superficie de la taza, me encontraba sentada en una silla frente a la mesa de la cocina con una pierna levantada apretada contra mi pecho como de costumbre y la otra cruza...

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Observaba en silencio el dibujo que se hacía entre la leche y el café en la superficie de la taza, me encontraba sentada en una silla frente a la mesa de la cocina con una pierna levantada apretada contra mi pecho como de costumbre y la otra cruzada por debajo, sentarme como una persona normal no era lo mío.

El sol de verano entrando por la ventana abierta calentaba todo el lugar aun siendo temprano todavía y la suave brisa que hacía bailar despacio a las cortinas corridas lograba que el clima se sintiera agradable. Removí un poco la taza entre mis manos para ver cambiar los dibujos del café mientras soltaba un largo suspiro. Lo único que logró quitar mi atención de mi, aparentemente, tan interesante bebida fue escuchar a algún vecino poniendo música a lo lejos.

El ambiente de todo el barrio se percibía muy dominguero y en mi cabeza no estaba la excepción. A decir verdad, parecía vivir en un eterno domingo mental desde que había leído la carta de mi madre. No lograba concentrarme en el trabajo ni viendo una película y estaba siendo demasiado frecuente que mi atención se esfumara en el medio de una conversación dejando a la otra persona hablando sola.

Ya había pasado una semana de eso y en solo casi dos más se terminaría enero, pero el tiempo había pasado a ser algo que no me importaba, solo transcurría y ya. Me estaba costando bastante aceptar que desde esa carta la realidad me resultaba aburrida y lo desconocido se había vuelto demasiado tentador.

Nunca antes había salido de mi país, de hecho, tampoco había viajado demasiado dentro de éste. Mateo siempre trabajó mucho y solo habíamos ido algunas veces a la playa y recién hacía unas semanas había viajado a otra provincia por primera vez. Es por esto que imaginarme lejos de mi casa y de mi gente me daba tanto miedo y emoción a la vez, había un poder encantador en hacer cosas nuevas y que implicaran un reto. Y el miedo está ahí para que la vida sea más interesante, si todo fuera fácil ¿cuál sería la gracia de hacerlo?, personalmente me motivaba. Pensar en viajar me hacía temblar de miedo como un chihuahua, pero uno bonito y lleno de entusiasmo.

¿Entonces por qué me estaba costando tanto tomar una decisión?

Tenía los codos apoyados en la mesa, con una mano sostenía mi cabeza que parecía pesar diez kilos y con la otra agarraba la taza de café. No sé por cuánto tiempo habré estado deambulando por mis pensamientos ya que la taza que hacía un momento estaba hirviendo ahora se sentía helada, aunque para mí parecían haber pasado milésimas de segundos.

Me levanté con pesadez a meter el café en el microondas, lo encendí y volví a tomar asiento mirando a la nada y escuchando a la taza girar de fondo. No tenía idea como me veía porque no me había cruzado con un espejo aún pero suponía que despeinada y ojerosa. Luego de un largo bostezo me volví a hundir en mis pensamientos divididos.

—Ey, Priscila, ¿estás bien? — Mateo se encontraba agachado delante de mí sacudiendo su mano de lado a lado para llamar mi atención y consiguiendo que pestañeara varias veces con rapidez entre sorprendida y perdida en tiempo y espacio —Estás tildada, ¿no escuchás al microondas llamándote hace rato?

Un año con Priscila | ✓Where stories live. Discover now