Capítulo 30: Vacaciones de verano

84 17 12
                                    

Hacía dos días habíamos llegado a Córdoba y todavía nos quedaba una semana entera en este hermoso lugar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Hacía dos días habíamos llegado a Córdoba y todavía nos quedaba una semana entera en este hermoso lugar. Era la única del grupo que nunca había viajado a esta provincia y con lo poco que había visto ya estaba maravillada. El plan era volver a Buenos Aires justo antes de mi cumpleaños, para poder festejar con Mateo y Delfina mi mayoría de edad.

Estábamos disfrutando de la pileta del hotel y tomando sol mientras planeábamos el tour que íbamos a realizar más tarde. No podía ocultar mi emoción por finalmente escalar el famoso Cerro Uritorco. Sí, era un cerro muy hermoso con vistas que, según dicen, lograban quitar el aliento y sumergir al escalador en un estado de paz y conexión con la naturaleza único, pero en realidad le debía su fama a la enorme cantidad de leyendas e historias que se cuentan de experiencias sobrenaturales en este pico cordobés de casi dos mil metros de altura.

Había anécdotas de turistas que habían visto desde fantasmas hasta duendes, o escuchado sonidos que no parecían venir de este mundo. Sin embargo, mi leyenda preferida y el motivo por el cual íbamos a ir era la que contaba que muchas de las personas que habían pasado por ahí habían visto ovnis surcando el cielo nocturno, ¡y yo quería ver una maldita nave espacial!

—Desde ya les digo que si me llegan a abducir los aliens yo no vuelvo, bye bye a todos, me quedo a vivir con los pequeños extraterrestres verdes— comentó Lorena tirada al sol en una reposera cubierta de protector solar para cuidar su piel blanquecina. 

—¿Y por qué estás tan segura que son verdes? — le preguntó Gastón salpicándole agua desde adentro de la pileta, logrando que mi amiga chillara en el acto y le revoleara por la cabeza una de sus sandalias. 

—Verdes, violetas, naranjas, no me importa. Yo me quedo con ellos, los humanos son demasiado aburridos.

—Gracias, mi vida— le reprochó Tatiana.

—Obviamente no estoy refiriéndome a vos. Paso un par de años con los marcianos y bajo a buscarte para que vengas a recorrer el universo conmigo.

Seguimos bromeando un rato más hasta que se hizo la hora de partir. Íbamos a ir hasta la base del cerro, comer algo, escalarlo y luego bajar hasta la base nuevamente en la hora justa para ir viendo el atardecer escondiéndose entre el paisaje durante el descenso. Una vez de nuevo abajo nos quedaríamos a acampar ahí y disfrutar de la noche cruzando los dedos para ver pasar aunque sea una luz misteriosa.

Algunas horas más tarde nos encontrábamos en la base del cerro reservando carpas en el camping y acomodando todas nuestras cosas. Pude divisar a lo lejos que Tatiana, Lorena y Paz armaban todo para un picnic y me acerqué ya que mi regla número uno para la supervivencia es siempre hacerles caso a los rugidos de mi estómago. 

Todo se veía demasiado delicioso y se me hacía agua la boca a simple vista. Había un poco de todo, paquetes de snacks fritos, sándwiches de jamón y queso preparados por Javier, jugos y café, galletas con chips y brownies. Me costó elegir, pero me decidí por el último ya que el chocolate se veía muy húmedo como para desaprovecharlo.

Un año con Priscila | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora