Capítulo 1: Tres deseos

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—Lo único bueno del verano, las frutillas — dije en voz baja tirada en el pasto al sol

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—Lo único bueno del verano, las frutillas — dije en voz baja tirada en el pasto al sol. 

Voy a admitir que del verano también me gusta el hecho de que se me llena la cara de pecas, por eso suelo estar al sol, aunque por poco tiempo ya que mi piel es muy blanca e instantáneamente me pongo colorada, sobre todo en los cachetes, la nariz y los hombros.

Y sí, lo mismo pasa cuando me ruborizo por algo. Esto último no suele pasar porque no soy tan tímida y pocas cosas me dan vergüenza pero aún así no tengo muchos amigos ni me salen muy bien las interacciones sociales. Yo creo que es porque los humanos ya me demostraron innumerables veces que no valen la pena, salvo algunos pocos.

—Ey, Priscila! Dale, entrá que ya te arreglé todo! — me gritó mi hermano desde adentro de la casa sonriendo.

Él es una de esas pocas personas que sí valen la pena. Siempre está cuando lo necesito y nunca nos dejamos solos. Nos necesitamos y lo sabemos, porque la verdad, somos la única familia que tenemos.

Me paré rápido para entrar, demasiado rápido diría yo porque me mareé y tuve que hacer equilibrio con los brazos para no caer de cola al piso. Me sentía débil y muy acalorada. Ya me había puesto roja, realmente odio el calor.

Estaba afuera porque hoy, 12 de enero, es mi cumpleaños y mi hermano Mateo estaba decorando toda la casa. Sabe que no me gusta este día, y tengo mis razones para eso, pero las contaré en otro momento, más adelante. Por esta razón todos los años se esfuerza al máximo para que la situación sea un poco más alegre. 

Es real que tengo suerte de tenerlo en mi vida. No es que yo sea una chica triste, en general me encuentro bastante satisfecha, aunque muy incomprendida, pero el 12 de enero es una fecha que me deprime a pesar de los esfuerzos.

— Wow, Mateo, te pasaste — exclamé apenas pasé por la puerta. 

Se había esmerado en serio. Había guirnaldas colgadas en las ventanas y sobre la puerta, globos de varios colores en todos lados, el piso, las paredes, sobre el sillón. Y sobre la mesa llena de papel picado una simple pero hermosa torta de chocolate con granas multicolor y una bolsa de papel madera con un moño naranja, mi color favorito.

— Es lo mínimo que te mereces hermanita, pero no abras el regalo ahora que sabés que me da vergüenza. Y no te preocupes, no compré velitas porque se que no te gusta que te cante el feliz cumpleaños, pero dale, pedí tus tres deseos y así comemos torta que me muero de hambre.— se ríe y se pone un poco colorado.

Los tres deseos, la parte más tediosa de los cumpleaños. Siento que hay dos clases de personas en este mundo, los que piden siempre los mismos deseos año tras año aunque ya hayan visto que claramente no se les cumplen (ya se, perdón por lo pesimista) o las personas como yo que no tienen ni idea que pedir porque saben que no sirve para nada y simplemente tiran las primeras tres cosas que salgan de su cabeza. 

Además las cosas que de verdad me gustaría que me pasaran eran imposibles. Cómo que mis papás estén nuevamente con nosotros, o que mis amigos estén acá conmigo en mi cumpleaños.

Este año hice eso, lo primero que salió de mi cabeza.

1) Conocer gente nueva...

2) Alguna que otra pequeña aventura...

3) Enamorarme...

¿Enamorarme? ¿Yo pensé eso?

No tenía idea el porqué esa idea apareció fugazmente en mi cabeza, pero así fue. Y aunque nunca me importaron los deseos mi corazón dio un salto en mi pecho al pensar "mierda, ya lo pedí", como si fuera una promesa grabada a fuego. Me sentí nuevamente una niña de ocho años.

— Listo — admití con desgano.

— ¿Qué pediste?

— ¿Es un chiste? Si te digo no se cumplen—  le contesté empujándolo con mi hombro.

— Ay, si ni siquiera crees en esas cosas— insistió intrigado.

— Aún así, es algo privado.

— Más te vale que no haya sido nada sexual. No vas a tener relaciones hasta los treinta años— bromeó divertido, logrando que sus bellos ojos se entrecerraran.

— Mejor cortemos la torta de una vez.

***

La torta estaba exquisita y me sentía llena después de dos porciones. Estábamos tirados en el sillón viendo la televisión con Mateo, quien se había tenido que desabrochar el botón del pantalón de tanto comer. 

Mi hermano, a diferencia de mi, tiene ojos claros, verdes con tonos amarronados, y una sonrisa gigante que hace que todo el mundo quiera ser su amigo, definitivamente es mucho más sociable que yo.

Yo tengo ojos grandes de color marrón y boca pequeña, en lo único que nos parecemos es en el cabello, castaño y brillante con algunas notas de color anaranjado bien lacio y fino.

De vez en cuando escuchaba que Mateo se reía de lo que pasaba en la tele pero yo tenía la mente en otro lado.

Finalmente tengo 17 años, en dos meses empiezo mi último año en el colegio y no tengo idea que quiero hacer con mi vida.

Un poco me preocupa. En el fondo de mi estómago siento que necesito vivir algo distinto. He considerado no ir a clases, dejar en el último año, escapar e irme a algún lugar donde nadie me conozca, solo por pura diversión y emoción. ¿Cuánta gente vive su vida lo más normal sin haber terminado el colegio? No es tan raro...

Pero no, no quiero decepcionar a Mateo. Se esfuerza mucho constantemente para darme una educación, una casa. Yo tengo un trabajo de medio tiempo tres veces por semana en una librería para no dejar de lado el estudio. Ahora en vacaciones estuve cubriendo más turnos, pero obviamente sin Mateo no tendría las misma vida.

— ¿En qué pensás? Tenés una cara de concentración terrible— me preguntó Mateo mientras se le fruncía el ceño.

— Nada, en el karma de los que cumplimos en verano, todas las personas que conocés están siempre de vacaciones — contesté así no más y los dos nos reímos un poco.

Claramente no era eso en lo que pensaba, pero sí era verdad. Casi nunca se encuentra nadie en Buenos Aires en enero. Y no los culpo, la ciudad en verano es un infierno. Daría lo que fuera por estar en una de las tantas playas de nuestra costa, tomando mate con una leve brisa moviendo un poco mi pelo, refrescando mi cara y limpiando todas mis preocupaciones.

Y así, con ese simple pensamiento que cruzó mi mente como si nada, que llegó sin que lo llame, surgió el primer paso de vivir una especie de aventura. Algún día que ya estuviera harta de las clases, a la salida en vez de volver a mi casa me iría directo a tomarme algún micro para irme sola a la costa sin decirle nada a nadie, al menos unos días, qué podría salir mal?

Algo me decía que este año no sería para nada aburrido.

***

Hola! Lia reportándose!

Bienvenidos a Un año con Priscila

Este fue un capítulo cortito a modo de introducción

Se va poniendo mejor, y más extenso, prometo 🙊

Si te van gustando los capítulos no olvides regalarme una estrellita al final de cada uno ⭐⭐⭐

Un año con Priscila | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora