La carta

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—¡Kinn!

Sin darme cuenta, acabé junto a la vampiresa en menos tiempo del que se tarda en pestañear. Revisé todo su cuerpo, por si acaso, pero la expresión de su rostro decía a gritos que las lágrimas no se deslizaban por sus mejillas debido al dolor de un daño físico. No obstante, gracias a mi escaneo logré posar mis ojos en un papel blanco de líneas de doblez perfectas. Una carta, seguramente, que la pelirroja habría recibido con malas noticias.

Sin saber del todo bien cómo debía de actuar en ocasiones como esa, sujeté a mi amiga suavemente por los hombros y la conduje hacia uno de los sillones que se encontraba cerca de la chimenea, aunque no demasiado. Para mí, buscar consuelo en el fuego habría sido algo casi dolorosamente necesario, pero no tenía que serlo para ella. No obstante, puede que el calor le sentara bien.

Tras haberme asegurado de que pasara lo que pasara el sillón la sostendría, me arrodillé a su lado, esperando pacientemente a que ella se tranquilizara un poco, lo bastante al menos como para pronunciar palabra. Su mente, sin embargo, se encontraba en un sitio muy lejano. Sus grandes ojos azules parecían perdidos, sin la luz que tanto los caracterizaba. Todavía aferraba fuertemente el papel con sus dedos, casi como si le diera miedo que desapareciera.

Ámarok se colocó a mi lado, con el rabo moviéndose ligeramente cada poco tiempo en señal de preocupación. A él también le caía bien la vampira y verla en aquel estado no era para nada normal. La risa de Kinn era capaz de borrar cualquier rastro de tristeza en el mundo. Sería una pérdida horrible si no volviera a hacerlo jamás. Pero aún era muy temprano para sacar conclusiones precipitadas.

Tras varios minutos de insoportable silencio, la pelirroja parpadeó, como saliendo de un sueño que no la dejaba distinguir lo que sucedía a su alrededor. Tras unas bajadas más de sus pestañas, sus ojos asustados se clavaron en los míos. A modo de silencioso apoyo, coloqué una de mis manos sobre la suya, la que no estrujaba el papel.

—No sé cómo he llegado aquí —se sinceró con voz ronca.

—Lo importante es que estás bien —apreté su mano ligeramente con mis dedos—. ¿Te apetece hablar? ¿Quieres un poco de sangre?

—Hay una costumbre entre los terrestres de ofrecer un líquido fuerte que altera tu estado mental y físico —su ceño se frunció ligeramente—. Algún día seré la primera en crear un cóctel de sangre. ¿Qué te parece?

Lo que realmente me parecía es que trataba de evadirse del problema que tenía entre manos con comentarios sin importancia. No obstante, no fue eso lo que dije en voz alta.

—Creo que me encantaría ser la primera en probar algo así —sonreí.

Presenciar su primera sonrisa fue un golpe directo a mi corazón que me hizo querer suspirar de alivio. Kinn no había olvidado cómo hacerlo, después de todo. Lo que quería decir que el contenido de aquella carta no podía ser tan terrible.

Casi como si hubiera podido seguir el hilo de mis pensamientos, la vampiresa bajó sus ojos hasta el papel que seguía encerrando en la mano. La vi tragar saliva y respirar profundamente antes de hablar.

—No quería dar la noticia de esta manera —la ronquez de su voz se iba mitigando poco a poco—. Se suponía que iba a estar contenta, que era algo bueno. Te vas a reír cuando lo sepas.

Conocía bien esa sensación de creer que estaba llorando por alguna cosa tonta que para nada se acercaba a los enormes problemas que tenían entre manos otras personas, como mi madre. La angustia de no querer molestarlos con mis tonterías de niña pequeña aún se podía percibir en mi alma.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Where stories live. Discover now