Nolan

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El olor a muerte inundaba mis fosas nasales. De repente parecía que el tiempo se había detenido en aquel único momento. Los ojos del lobo yacían cerrados y sin rastro de actividad. Su pesado cuerpo era sostenido por el vampiro que lo había acarreado hasta allí abajo. La sangre cubría su pecho y recorría sus dos patas delanteras, chocando contra el suelo en un sonido absolutamente aterrador para mis oídos.

Mis piernas se movieron por sí solas hasta que me encontré a centímetros del gran lobo negro que solía ser mi mejor amigo, mi alma gemela. Levanté una mano para acariciarle una vez más su peluda cabeza, pero mis dedos no llegaron a tocarle. El dolor, como casi siempre me ocurría, se transformó en la rabia más absoluta. Mi vista se nubló y todo lo que podía ver era aquel vampiro de cabellos tan rubios que casi parecían blancos. La mano que había alzado para tratar de alcanzar a la criatura que más quería se cernía en aquel momento sobre el cuello del desconocido.

—¿Qué le has hecho? —la voz surgió furibunda de mi garganta—. ¿Qué ha ocurrido?

El calor del fuego palpitaba en cada célula de mi cuerpo. Lo contenía a duras penas, tratando de hacer lo que era correcto a pesar de las circunstancias. Pero no dejaba de pensar en que sería tan increíblemente fácil dejarlo ir, dejarlo ser libre... Las yemas de los dedos me hormigueaban.

—Lo ataqué antes de saber que no era un lobo corriente —la voz del vampiro se me antojaba desagradablemente tranquila—. Lo siento. No soy de por aquí. Kinn me avisó justo después de que...

No permití que siguiera hablando. Con todo el cuidado que pude, sostuve al enorme lobo entre mis brazos. Pesaba más que nunca y su cuerpo no estaba tan caliente como debería. Ninguno de mis sentidos percibió vida en su cuerpo. Ni un latido, ni una respiración... absolutamente nada.

Me agaché y deposité su cuerpo en el suelo, procurando no hacerle más daño del que ya le habían hecho. Los ojos me escocían porque yo me obligaba a guardar las lágrimas en ellos, impidiendo de esa manera que salieran. Mi cuerpo parecía a punto de quebrarse, a punto de estallar en mil pedazos. Pero lo contuve todo porque era lo único que sabía hacer bien. Tragarme todos los sentimientos que mi mente se empeñaba en mostrarme. Pero la ira se abría paso en mi corazón de manera violenta y descontrolada.

Cuando el cuerpo de mi amigo estuvo en el suelo, mi mano se desvió con sorprendente velocidad hacia la garganta de aquel vampiro. No fui consciente de lo que hacía hasta que mis dedos apretaron la delicada y blanca piel y el vampiro quedó atrapado entre la pared y mi propio cuerpo. Sus ojos, de un marrón tan claro que casi parecía miel, abiertos en desmesura se clavaron en los míos.

—No sabes lo que has hecho —mi voz salió como un rugido.

—T-Tus ojos...

Mis dedos se apretaron más en torno a su cuello, sabiendo que aun así no le estaba haciendo ningún daño. Aquel vampiro era más antiguo que yo, no le haría sufrir con cualquier cosa. Podía comprender que mis ojos, el cambio de su color, le resultara fascinante, extraño, una sorpresa. Pero no era el momento. No cuando mi fiel compañero yacía tendido en el suelo sin la menor señal de que fuera a levantarse.

—Me dan igual mis ojos en este momento, vampiro —casi escupí la última palabra.

En aquel momento sentí todo ese poder que Hesper me había dicho que poseía. En aquel instante supe que, si quería, podía acabar con la vida de aquel ser insignificante. Con solo chasquear los dedos, su cuerpo estaría ardiendo sin nada que pudiera hacer para evitarlo... o casi nada. Pero podría obligarlo, sí, incluso podría hacer que no utilizara sus poderes para defenderse o que él mismo se quitara la vida. Por mi mente pasaron muchas ideas, cada cual más espeluznante que la anterior. Y entonces comprendí lo peligrosa que podría llegar a ser.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Where stories live. Discover now