Epílogo

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Recuerdo perfectamente cómo Hesper, el rey de los vampiros, palideció al escuchar aquellas palabras. Sin duda, jamás habría imaginado nada semejante. Y, de hecho, al principio no se creyó que quien estaba frente a él era, ni más ni menos, que uno de sus hijos desaparecidos.

—¿Quién eres tú? —exigió saber, bastante malhumorado.

—No me extraña que no reconozcas a tu propia sangre —increpó Belrix—. ¿Cómo podrías?

—Dejadnos —ordenó Hesper con voz fuerte.

Miré a Ámarok de reojo y me dispuse a obedecer. No era mala idea desaparecer de su vista durante las horas siguientes. ¿Cuánto le duraría el enfado a un vampiro? Éramos inmortales. ¿Podría alguien pasar el resto de la eternidad odiando a otra persona? Parecía improbable, aunque en aquello momentos todo era posible a mis ojos.

No obstante, antes de que pudiera dar dos pasos, Belrix habló.

—Silene, quédate —y tras una breve pausa añadió:—. Por favor.

Inmóvil como estaba, me atreví a mirar de reojo a Hesper, quien asintió torpemente con la cabeza para indicarme que hiciera lo que me pedía. Así que inspiré profundamente y me despedí de Ámarok y Asmord con la mirada, quedándome a solas con el rey y su hijo. ¿Qué podría salir mal?

—Tal vez tú, Kaiserin —dijo Hesper, haciendo especial hincapié en mi nuevo nombre—, sepas explicarme qué es todo esto.

—Lo lamento, señor —me incliné ante él, pensando que quizás de ese modo no se tomaría tan mal lo que estaba por venir—. Creo que le debo una disculpa.

—En pie —el rey se acercó para ofrecerme su mano y yo la tomé para incorporarme—. La futura reina del Espejo no debe postrarse ante mí.

Un escalofrío recorrió mi columna de arriba abajo. Aquello casi había sonado como una amenaza. Casi. Porque Hesper jamás me haría daño, o eso esperaba.

—De eso, precisamente, me gustaría hablarte —nerviosa, junté mis manos delante de mí—. Te he ocultado muchas cosas en estos meses. Espero que sepas perdonarme.

Hesper miró de reojo al encapuchado que continuaba silenciosamente en el salón del trono.

—Lo haré si me explicas lo sucedido —declaró.

—Danira contactó conmigo.

Si antes Hesper había estado pálido, en aquel momento perdió todo rastro de color en su rostro.

—Eso es imposible —musitó.

—No lo es —le aseguré—. Ella me pidió ayuda, me dijo que debía encontrarla antes de que su magia los engullera, a ella y a su hijo.

—¿Dónde está? —comenzó a buscarla con la mirada, conmocionado—. ¿Dónde está ella?

—Lo lamento, Hesper —en aquel momento, me permití la osadía de apretar su brazo en señal de disculpa—. Traté de salvarla, pero... Ella se desvaneció junto con el lugar en el que se había estado ocultando. Es largo de contar, pero...

—Tú —como un resorte, el vampiro se giró hacia Belrix—. ¿Es él mi hijo, Kaiserin? ¿Dónde está el otro?

—Es una larga historia —suspiré—, pero debes saber que se encuentra a salvo y en libertad. Tu hijo podrá contarte los detalles más tarde. Seguro que tenéis mucho de qué hablar.

Belrix no dijo ni una palabra mientras su padre lo inspeccionaba, o trataba de hacerlo. Porque ni siquiera mi vista de vampiro podía vislumbrar lo que se ocultaba tras aquella capucha. ¿Estaría encantada? Era lo más seguro.

—¿Tú te encuentras bien? —Hesper me rodeó con sus brazos, preocupado—. ¿Te ha hecho algo ella?

—De quien debería preocuparse es de ti —gruñó Belrix—. Después de todo, eres tú quien la está condenando a estar atada a ti para toda la eternidad.

Mis uñas se clavaron en la piel de Hesper sin poder remediarlo. Maldito vampiro... Al final me metería en problemas. Y fue por eso por lo que lo fulminé con la mirada, o eso intenté.

—Parece que tienes una idea equivocada de mí —terció el rey, molesto—. Si Kaiserin no quisiera ser mi reina, aceptaría su decisión.

En lo más profundo de mi ser, supe que Belrix lo sabía, que él había entendido que lo hacía por el bien de todos los vampiros y porque apreciaba a Hesper. Creo que jamás antes había mirado a una persona suplicándole con mis ojos, pero eso fue lo que hice. Le rogué, internamente, que no dijera nada. Y creo que él debió de entenderme, porque permaneció en silencio una vez más.

—Ya no seré necesaria como reina —centré la atención de Hesper en mí, nuevamente—. Tienes el heredero que querías. De todas formas, ambos sabíamos que yo soy demasiado joven aún como para ocupar un puesto de tanta responsabilidad —traté de sonreír—. Está bien así.

—Has hecho algo increíble esta noche, Kaiserin Prorok —Hesper tomó mis manos entre las suyas—. Has conseguido lo que nadie más podía. Me has devuelto la tranquilidad. Siempre estaré en deuda contigo. Y creo, si me permites el atrevimiento, que serías la mejor reina de todas. A pesar de que ya no seas, como tú dices, necesaria, me gustaría que lo pensaras una última vez. No tenemos por qué tener una relación íntima si así lo deseas.

Me ruboricé ligeramente al pensar en aquella posibilidad, pero la descarté rápidamente. Aquel no era mi lugar. Era una alumna como otra cualquiera, y como tal mi deber era terminar mi formación en la Academia. Sin embargo, esperaría un par de días antes de comunicárselo a Hesper, aunque la decisión ya estuviera tomada. Padre e hijo tenían que sentarse y hablar largo y tendido de muchas cosas. Y quizás, algún día, lograran dejar a un lado el pasado para construir un mejor futuro.

—Creo que deberías descansar durante unos días —me aconsejó el rey con una sonrisa agradecida—. No te vendrá mal estar con tu lobo y olvidarte de las clases por un tiempo, aunque sea breve.

—Aceptaré gustosa esa oferta —sonreí—. Ten paciencia, Hesper. Has sido y eres un gran rey.

El vampiro se inclinó ligeramente ante mí antes de caminar hacia el otro lado de la sala, donde supuse que esperaría la llegada de su hijo. No obstante, este parecía querer decirme algo. Avanzó hacia mí e hincó una rodilla en el suelo. Sorprendida, quise retroceder, pero él sujetó una de mis manos y se llevó el dorso de la misma a sus labios para depositar un suave beso en mi piel, tan ligero como el roce de una pluma mecida por la brisa.

—Gracias, Silene.

Volví a recuperar mi sonrisa. Y a punto estuve de decirle que no tenía nada que agradecerme, pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta cuando su capucha se deslizó lentamente hacia atrás, dejando ver un rostro que yo solo había visto una única vez en mi vida.

«Tenemos tiempo, Silene. Todo el tiempo del mundo.»



FIN

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora