Prólogo

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Mi reflejo me miraba desde el otro lado del espejo como todas las mañanas. Aquellos ojos negros como la oscuridad misma me devolvían la mirada, silenciosos, inteligentes, fieros. Un contraste perfecto con mi piel blanca como la porcelana, típico de todos los habitantes del planeta Neptuno. Mi planeta, mi lugar de origen, mi hogar. Supongo que todos llegamos a pensar que nuestro sitio de nacimiento es el mejor, pero yo no exageraba al afirmar que aquel era el mejor de todos los planetas conocidos de la Vía Láctea. Un único y gigantesco mar, solo interrumpido por dos islas. Incomparable con los pobres charcos de la Tierra. Sus acantilados, su clima húmedo y frío, sus pocas horas de luz al día... Absolutamente maravilloso.

—¿Qué haces ahí parada? ¿Otra vez soñando despierta?

En la parte izquierda del espejo había aparecido un enorme lobo de pelaje tan negro como mis ojos, patas fuertes y ojos amarillos, los cuales se clavaban en los míos, casi tocando mi alma, queriendo descubrir mis secretos. Salvo que, claro está, yo se los contaba todos.

—Buenos días, Ámarok. Debería irme ya.

Aquel feroz animal de aspecto peligroso era mi mejor amigo: Ámarok. Un lobo de gran tamaño con el que podía comunicarme a voluntad debido a uno de mis dones: la comunicación con los animales. Dependiendo de la inteligencia de los animales, aquellas conversaciones eran más o menos complicadas y más o menos interesantes. Sin embargo, aquel lobo era muy especial, ya que hablar con él me resultaba tan sencillo y tan necesario como respirar. Me había acostumbrado tanto a su compañía que su ausencia causaba estragos en mi persona.

Pero ese no era el único aspecto a destacar del lobo. Mi madre y yo lo habíamos encontrado en la Tierra, en una de las excursiones pertinentes para conocer el planeta con vida más cercano al nuestro. Estaba en unas montañas, solo y muerto de frío y hambre. Nada más verlo, en el instante en que sus ojos amarillos cargados de tristeza habían conectado con los míos, lo había sabido: estábamos hechos el uno para el otro. Y mi madre también debió de pensar lo mismo, porque me ayudó a cogerlo, a pesar de que era solo un lobezno por aquel entonces, como yo, y entre las dos lo metimos en la nave. Desde entonces, Ámarok había crecido a la par que yo y parecía no dejar de aumentar de tamaño cada año. Insólito, según los sanadores de mi planeta. Ni siquiera podían determinar la edad del lobo ni cuánto le quedaba de vida.

—Sus células son únicas —había dicho uno de ellos—. Si no fuera porque es imposible, me atrevería a decir que es un lobo inmortal.

Imposible o no, la verdad era que Ámarok no me había abandonado desde entonces. Muchas veces había hablado con él de aquella noche en la que lo había encontrado y de sus recuerdos anteriores, pero era inútil. Ni siquiera recordaba si tenía nombre, por lo que yo le puse uno.

Date prisa —me urgió—. No querrás llegar tarde, ¿verdad?

Tras sujetar mi pelo negro, largo y liso en un moño bajo, tomé mi bolso y salí de mi habitación seguida del lobo. Como todas las mañanas, mi madre dormía plácidamente en su dormitorio hasta la hora de la comida. Como miembro importante del ejército, ella trabajaba de noche. Miré la puerta de madera robusta que daba a su cuarto y esbocé una pequeña sonrisa. Cuando regresara, ella estaría haciendo la comida, como siempre.

—Hasta luego, Ámarok —me despedí mientras abría la puerta para salir al exterior.

Que tengas un buen día.

Los débiles rayos del sol tocaron mi piel cuando abandoné la casa. Nuestra vivienda estaba situada a las afueras de un pueblo denominado D12: D porque el nombre de la región empezaba por esa letra y 12 porque era el duodécimo pueblo de Dona (mi región) empezando por el norte. No nos complicábamos con nombres largos ni elaborados como en el planeta Tierra, pero tampoco éramos tan simples como el planeta Nívelor, el cual no poseía nombres para casi nada. Una lengua un poco difícil de entender y aún más complicada de aprender.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Where stories live. Discover now