Cárcel

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—Vamos, junta las manos.

El rey Hesper había llegado enseguida con un pequeño frasquito de cristal. Este contenía un líquido de color morado que no había visto jamás. Habría jurado que incluso resplandecía sutilmente, aunque en aquel momento no estaba muy pendiente de los detalles. Mi cabeza se encontraba embotada, casi como si quisiera permanecer inactiva.

La voz del rey casi sonaba como si proviniera de un lugar lejano. Tuve que hacer un esfuerzo considerable para lograr que mi cuerpo se moviera. Junté las muñecas, provocando que las cadenas chocasen, emitiendo un ruido metálico. El rey destapó el frasco y vertió, muy cuidadosamente, unas gotas en ambas esposas. Tras unos segundos, estas comenzaron a aflojar su agarre hasta dejarme en libertad. Pero yo no me moví del sitio.

—Ven aquí, Kaiserin.

El rey colocó uno de sus brazos por debajo de mis rodillas y el otro por mi espalda. Ni siquiera el tacto ante un desconocido al que había visto una vez en mi vida lograba sacarme del ensimismamiento. Todo estaba tan difuso...

Suavemente me levantó, cogiéndome en brazos. Mi cabeza quedó apoyada en su hombro y tuve que resistir la tentación de cerrar los ojos. Porque estaba segura de que cuando lo hiciera, mi cerebro dormiría profundamente. Y era algo que en aquellos momentos no podía permitirme. Tenía que reaccionar, tenía que saber...

—Voy a llevarla conmigo a mi cámara.

Aquella declaración me cogió por sorpresa, obligando a mis labios a moverse.

—No es necesario —no me atrevía a mirar al vampiro a los ojos—. Ámarok estará preocupado...

—Le diré a tu lobo que te encuentras bien —fue Kinn quien habló aquella vez—. No te preocupes, se lo contaré todo y después podrás verlo.

Si fuerzas para objetar nada, permití que el rey se teletransportara conmigo hasta su habitación, la cual yo ya había tenido el placer de visitar. Un leve mareo me sobrevino por el viaje, pero me aferré profundamente a mi consciencia. Mientras él me acercaba a su cama, yo miré discretamente por si lograba localizar a su compañera. La habitación estaba vacía.

—Tranquila, Kaiserin —me depositó sobre la mullida cama todo lo despacio que fue capaz—. Vas a estar bien.

Sus ojos conectaron con los míos. Eran tan exóticos, tan atrayentes... ¿Cómo alguien podía tener un color así en su iris? Distintos tonos entre el morado y el violeta, pasando por el púrpura, se entremezclaban en hebras finas. Era absorbente. ¿Cuánto tiempo llevaba admirándolo?

—Cuéntamelo —su voz fue un susurro, una caricia contra la piel de mi mejilla.

Se me formó un nudo en el estómago. Tragué saliva, intentando disiparlo, pero no surtió efecto. Sin embargo, debía hablar con aquel hombre. Él tenía que saber lo que había sucedido para que pudiera ayudarme a entender... Para que pudiera explicarme qué era lo que me estaba sucediendo. Al final, no sé cómo, encontré las palabras.

—No me he convertido —era la misma frase que resonaba en mi cabeza una y otra vez.

El rey se sentó a mi lado y su mano se enredó en mi pelo, acariciándolo. Era reconfortante. Permaneció así durante lo que me parecieron varios minutos hasta que rompió el silencio.

—No tengo las respuestas que estás buscando, Kaiserin. Lo siento.

Demoledor. La persona más importante de aquel lugar ni siquiera podía decirme por qué. Eso significaba que no tenían constancia de casos como el mío. O sea, que el problema era mío. Yo estaba mal, era defectuosa.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Where stories live. Discover now